Los guiñoles asesinos

El Ayuntamiento de Madrid entierra un escándalo y suscita otro. En pleno debate sobre los desvaríos y errores de la aplicación de la ley de la Memoria Histórica, llega el Carnaval, y se monta. El caso de los guiñoles asesinos entra por la vía legal en los juzgados, y por la vía de la moral política, en ninguna parte, porque unos asumen que fue un espectáculo lamentable, pero no hasta el extremo de encarcelar a sus autores, como opina la alcaldesa de Barcelona, la regidora de Madrid, la propia concejala de Cultura y otros titiriteros del cine de la ceja, paniaguados de las subvenciones. La alcaldesa Carmena salda el asunto anunciado que habrá una investigación y se determinarán las responsabilidades, y se queda tan pancha estimando exagerada la decisión del juez de enviar a la cárcel a los dos antisistema. Este Carnaval pasará a la historia como de los guiñoles asesinos, muñegotes que delante de niños de corta edad, en una plaza pública de Tetuán, abierta a todos, apuñalaron a un policía, ahorcaron a un juez y violaron a una monja, para rematar con una pancarta en la que se leía: «Gora Alka ETA», alusión que para algunos inconscientes, no tiene connotaciones de enaltecimiento del terrorismo. Los autores de la farsa insultante y agresiva, estos titiriteros de la pedagogía maliciosa, no eran unos desconocidos para la parte contratante. Si como asegura el dicho bíblico, «Por sus obras les conoceréis», las obras de éstos eran suficientemente conocidas, por su corte antisistema e insultante.

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