Quién no ha tenido alguna vez la espalda mojada…
Por ello, apuesto por un ejercicio que creo que deberíamos de hacer todos como es profundizar en nuestras raices, a saber: mis bisabuelos eran mallorquines (5), gallegos (2) y andaluces (1). Sus hijos nacieron en Mallorca (2) y en Cuba (2). Precisamente de este último caso quiero hablaros. Los padres de mi abuelo José Adán, desde Carballino (Galicia), y los de mi abuela Margot Ignacio (desde Mallorca) emigraron a La Habana para sobrevivir a la miseria que recorría España de cabo a rabo, en el primer cuarto del siglo XX. Lo curioso del asunto es que ambas familias nunca coincidieron en Cuba mientras se dedicaban a actividades económicas diferentes, que en los dos casos les permitió gozar de una situación económica privilegiada, ni de lejos parecida a lo que habían dejado atrás. Es curioso el caso de la familia Ignacio, decicada al mundo de la escultura y la restauración arquitectónica, aunque de eso ya hablaremos otro día.
En resumidas cuentas, mis antepasados cercanos fueron inmigrantes en tierra próspera, extranjeros sin papeles, con la humildad, el esfuerzo y su educación como único patrimonio con el que desembarcar en Las Américas. Estoy convencido de que si ellos estuvieran aún entre nosotros y convivieran a nuestro lado con el fenómeno actual de la inmigración, no dudarían ni un instante en sacarnos los colores cuando alegremente, y perdiendo la perspectiva de cómo hemos llegado a ser lo que somos, tuvieramos la tentación de dirigirmos con cierto desprecio a alguno de esos inmigrantes que salieron de un continente, que un siglo atrás recibió la huida a la desesperada de muchos de nuestros antepasados que trataban de olvidar qué se siente cuando se padece hambre. Tal vez sea el momento de devolver algún favor pediente…
Os adjunto una serie de fotografías de aquella época (algunas no están en muy buen estado) que acreditan lo que os he contado en estas líneas.
Cita postuaria: «La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar.» (Balzac)