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"Marcas blancas ahora que manda un negro" en PocoMás Magazine

A continuación os cuelgo mi último artículo en PocoMás Magazine que aparece en el ejemplar de diciembre de la revista mallorquina. Sin ánimo de ofender al personal más sensible, he titulado mi columna «Marcas blancas ahora que manda un negro», dejando claro cristalino desde ya que se trata simple y llanamente de un juego colorista. Punto y pelota. Para el resto de conclusiones que algún purista embriagado de moral pueda decudir, me reservo un «no ha lugar» pemitiéndome esta licencia que contempla mi jurisprudencia familiar.

No se escriba más. Leed, juzgad y sentenciad. Este monotribunal, para algunos simiotribunal (sé de alguien que me reclamará este ©) acatará la sentencia del jurado popular.

Marcas blancas ahora que manda un negro

Cómo cambia todo y a qué velocidad (esta frase no es mía, se la copié a Bibiana Fernández). Años ha, ni el más sobresaliente de los master del universo summa cum laude por la Universidad de Harvard, hubiera dado un duro por las llamadas marcas blancas, low cost o, pa’ ti y pa’ mi que somos más austeros, “marcas pa’ los con poca guita”. Pues ahora resulta que los productos más económicos son los más in y cuentan con una acogida sensacional, traspasando la frontera de las capas sociales más humildes. ¡Tócate un pie -pido prudencia-, Mariano! (frase hecha sin ánimo de ofender al PP). Hasta hace un par de años si te hubieras paseado por Jaume III con un blazer (o americana, ¿a que soy divino?) de serie B te hubieran deportado a Guantánamo en piragua, remando desde El Portitxol y sin escalas. Y te estarás preguntando, ¿a dónde quiero ir a parar?. Pues ni idea, a mi me han dicho que tengo que “currarme” unas líneas y en eso estamos. Dicho esto, y tras tomarme mi medicación diaria, me encuentro en la situación de poder afirmar que las tornas han cambiado y ahora todo lo que sea low cost, o sea, barato a rabiar, es lo más mejor y aquel que no lo aproveche “castigadito cara a la pared”, como dice mi sobrino político cuando tras un “¡Mira aquello!” le birlo unas McCain (está claro cuál hubiera sido el lema de haber salido presidente: “Una patata de país”).

Ha llegado el tiempo en el que gastarse tres euros en una camiseta o t-shirt, veintiuno en unos jeans -¡quién me ha llamado fantasma!- y 12.99 en unas zapatillas es de lo más fashion que te puedas echar a la cara. Por supuesto, siempre a la zaga de una sensacional crema antidescolgamiento de jeta, con saliva de chihuahua y encimas de hígado de colomí jove, que ante todo revitaliza tu tarjeta de crédito cuando al pasarla por caja, le entra el mismo tembleque que a la Obregón en el casting para el papel de espada en la Guerra de las Galaxias. A estas alturas de la película, y plagiando parte del comentario que días atrás me hizo una simpática operadora (disculpo al 2% de las miles que marcan tu número cada mes porque no disfrutan haciéndolo) os debo advertir que “por sentido común no me viene nada”. Quizás, y esto es un suponer exento de malicia –frase que suele preceder a toda buena rajada que se precie-, si hubiéramos recurrido un poquito antes a los productos a bajo precio en vez de centrar nuestras aspiraciones en un bolso de Uy Valeunmonton o un pantalón de Bramani, tal vez se hubiera logrado reprimir aquella codicia suicida, que llevó a unos pocos hijos de bidé a crear esa gran mentira financiera, que el resto de infelices nos hemos tenido que tragar como menú diario, sin derecho a vino ni gaseosa.

Siempre he sentido cierto interés por aquellos que en ocasiones han procurado desmarcarse del grupo, pero sin exagerar. No me acabo de ver liquidando a compañeros de oficina como método antiestrés o haciendo gárgaras al saborear una caña en la barra del bar. Una cosa es salirse de la fila de vez en cuando, y otra muy distinta dar el cante jondo sin acompañamiento. Saltándose a la torera este principio, el pueblo ha desafiado al sistema y mientras a ritmo de soul hemos puesto un Obama en nuestras vidas, una blanca luz ha ido iluminando nuestros hogares entonando versos de esperanza musicados bajo la batuta de Hacendado, Lidle o Carrefour. Cuando las riendas del planeta recaen en un afroamericano –un negro, abuela; ¿Ves como no me olvido de ti?- nosotros los españolitos y españolitas, catalanes y catalanas, vascos y vascas, compostelanos y compostelanas, leperos y leperas, manacorins y de Biniali… nos tiramos al consumo –suena mal, ¿verdad?- de las marcas blancas. Si se cosca es nostro Barack, n’hi haurà per tot. Hasta aquí puedo leer que si no el tito Amancio se me altera y me sube el precio de ese jersey tan logrado, que me hace un tipito estupendo. ¡Zara: espérame y no me cierres tus puertas que sabes que soy tuyo!.

Un mundo perfecto, en Poco Más Magazine

Ya está en circulación el número de noviembre de Poco Más Magazine donde podréis encontrar mi nueva aportación al optimismo desenfrenado con el que encarar nuestros días. No os lo toméis al pie de la letra sin consultar antes a vuestro farmacéutico. Puede presentar contraindicaciones severas si no se tienen las tragaderas bien dilatadas, o si se padece de estreñimiento mental agudo. Ahí lo dejo.

Un mundo perfecto

Quién diga que este mundo nuestro no es perfectamente cojonudo, no está en su sano juicio. Tenemos de todo y mucho donde elegir, y gracias a la globalización todo está a nuestro alcance, empezando por la crisis (ups, se me escapó sin querer señorías). Grosso modo y atendiendo únicamente a la distribución al por mayor, disfrutamos de fantásticas guerras dirigidas por cobardes que provocan el éxodo de los valientes. Existen multitud de lugares donde el dinero es el que manda, y otros tantos sitios a donde es mandado por sus emigrantes lejanos. Convivimos con gente que lucha fervientemente por la igualdad, y gente que discrimina ferozmente a sus iguales. Padecemos a presidentes de gobierno impresentables y a trabajadores impecables sin presente. Existen individuos con hambre de éxito y lugares dónde alimentarse es un éxito. Conocemos a muchos que aprenden del pasado y a otros tantos que pasan de la historia y prenden con llamas su futuro…

Tras este magnífico panorama podemos empezar, si os apetece –y si no también, que para eso soy yo el que escribe- por el juego que nos proporcionan aquellos que descubren su pasión por el dinero con retraso. En este punto no podemos olvidarnos de los nuevos ricos. Además de devolverte la fe en la democracia (todo el mundo debe tener una oportunidad y lo que le sigue…) también aumentan la demanda de nuevas formas de ganarse la vida dignamente, entre ellas la de asesor de imagen. Y cuando digo imagen, estoy diciendo única y exactamente eso: imagen. En esos casos, pretender modificar la conducta lo dejamos en manos de Jane Goodall y sus progresos con los simios. No tiene precio poder hacer entender a un potentado de nuevo cuño que lucir una camiseta ajustada celeste con americana de vestir sólo estuvo al alcance de Sonny Crockett en “Miami Vice”, y de eso hace ya unas bien merecidas décadas. Como la imbecilidad también se democratiza, tal vez podamos plantearnos la creación de una ONG que se interese por estas personas. Haría falta una importante inversión para iniciar terapias que ayudasen a comprender a estos millonarios, que combinar adecuadamente las prendas de vestir no es lo mismo que acumular marcas una sobre otra, y en cambio sí tiene que ver con saber relacionar con cierto sentido colores y tejidos –Paco Clavel dixit-.

A pesar de ello, insisto, este planeta me pone, y mucho. Una de las cosas que más me estimula es comprobar el resultado obtenido por aquellos que han aplicado a sus vidas aquel principio que propone que “con trabajo y dedicación, todo es posible”. En la política disfrutamos de los mejores ejemplos. No son pocos los que mortifican sin desfallecer a nuestro entrañable George Bush, sin haber reparado en una cuestión fundamental: su esfuerzo y tesón. Echando mano de ambos se propuso llegar a ser el gobernante más incompetente y nefasto que ha tenido jamás una primera potencia mundial, y a fuerza de insistir en su empeño, cosa que es innegable, lo ha logrado con creces. Me temo que lo suyo ha sido un simple problema de antipatía. No es posible que un dirigente capaz de concluir por si mismo que “si no se tiene éxito se corre el riesgo de fracasar”, obtenga tan escaso reconocimiento. No han sido justos con él ni sus padres, a quienes desde aquí responsabilizo de haber llenado de pájaros la cabeza del pobre George. No fueron conscientes de que se trataba de un espacio con aforo limitado.

Y es que este globo nuestro, lejos de pincharse, se infla cada día un poquito más. Es como un “tío vivo”: además de girar, entretiene. Y eso que ha cambiado mucho en los últimos años. Antes, para perpetrar un robo era preceptivo el uso de la violencia. Eso no es vida. Los tiempos han cambiado y ahora todo tiene un toque de glamour que quita el “sentío”. Como dijo mi compañero de columna, los asaltadores han cambiado las armas por las corbatas y el olor a pólvora por una sutil fragancia de Prada. Como dije antes, la voluntad todo lo puede. Los altos ejecutivos –atendiendo al tamaño de sus comisiones- de la banca se han esforzado sin reservas para arruinarnos a todos y van camino de llevarse el gato al agua. Se colocaron a un lado de la serpiente de dominó, soplando cada vez con más intensidad hasta que tumbaron la primera ficha. Y tras la primera, cayeron y caerán las demás. Mientras nos soplaban los ahorros, sus bolsillos iban hinchándose generosamente. Todo ello desde la buena fe y la mejor de las intenciones. No quiero ni imaginarme lo difícil que tiene que resultar a estos individuos seleccionar bien sus inversiones con tanto impaciente suelto y ese ruido de fondo que no deja de cuestionar su decencia. Los mileuristas no cargan con ese problema y nadie ha salido a recordarlo, así que al César lo que es del César. Y si de emperadores hablamos, no podemos olvidarnos de los poderes institucionales. Se ha atacado injustamente a las comisiones de los mercados de valores que deben dedicarse, como su nombre indica y así ha sido, a gestionar, promover y recolocar las comisiones obtenidas religiosamente y sin pecado concebido, por lo menos por su parte. A fin de cuentas, todo el mundo ha puesto de su parte en todo este repertorio, con ligeros matices. Unos han utilizado su boca para lamer, otros han puesto la mano para llenarla y todos los demás (cada día somos más) la última parada de nuestro aparato digestivo.

A pesar de todo, presiento que aún nos quedan muchas sorpresas por disfrutar. “No estam ni a la meitat”, diría mi padre al respecto. Recuperando el espíritu de esta columna podemos asegurar sin temor a equivocarnos, que este mundo es un chollo para el entretenimiento. Si en algún otro momento, Bush no lo quiera, nos viéramos obligados a enfrentarnos a otra crisis de talla XXL, puedo aventurar que tendríamos los santos bemoles de convertir a sus responsables, en actores estelares de un reality show sobre el crack financiero que batiría récords de audiencia, retribuyendo con sueldos millonarios a los causantes de la debacle, siempre eso sí, proporcionalmente al peso de su papel en la serie. Lo que viene a decir que como a los humanos nos va mucho el masoquismo y ante todo somos unos cachondos, cuanto más chorizo fuera el tipo más “euracos” se agenciaría por la patilla. En estos casos conviene terminar mostrando nuestra satisfacción, y qué mejor manera para ilustrarlo que citando una célebre frase televisiva: “Me encanta que los planes salgan bien”. Fue una lástima que nuestro querido Aníbal y su “equipo” no hubieran podido cambiar sus heridos por fiambres.

Cita postuaria: «A todo el mundo le cae bien un buen perdedor, en especial cuando está en el equipo contrario». (Milton Segal)

Casi la mitad de los españoles no se ducha a diario…

«No tan limpios como decimos», ese es el título del artículo central que publica el Magazine -suplemento dominical de El Mundo– en el número del pasado domingo. Me ha llamado la atención la atracción que sienten por la suciedad algunos (eufemismo de muchísimos) compatriotas. Esta querencia o indiferencia, según los casos, hacia la falta de higiene adopta para muchos varios nombres dependiendo del estrato social al que nos refiramos. Si se trata de un suburbio la cosa huele a «cerdo», mientras que si el perímetro del hedor rodea a un artista reconocido, un deportista de fama mundial o un caballero de alta alcurnia, estamos ante «problemas de higiene». A mi juicio, y aprovechando la coyuntura, todo huele a mierda, ni una coma más ni un punto menos.

Según la encuesta, si restamos del porcentaje total (más del 45% de españoles no se ducha cada día) los casos obligados de aquellos que viven rozando o por debajo, incluso, del umbral de la pobreza, nos encontramos ante un caso evidente de ecologismo encubierto. Se trata de personas que ofrecen su superficie corporal al medio natural para que, al ibre albedrío, repueble con fauna y flora variada cada uno de los poros de su piel. Enternece ver tal muestra de solidaridad ambiental. Lástima que esas personas de espíritu comprometido se olviden de advertirnos a los demás, y a la distancia suficiente, su afan por la preservación de las especies. Es recomendable no olvidar nuestros orígenes… pero reclamo moderación.

Cita postuaria: «Casarse por razón de higiene vale lo mismo que ahogarse para saciar la sed». (Paolo Mantegazza)