Tomás Gómez no se da por vencido hasta que el destino se hace presente y dicta sentencia. Entonces no tiene más remedio que reconocer la derrota, pero no por ello la culpabilidad directa. Gómez perdió de forma estrepitosa las elecciones del 22 de mayo, pero no se autoinculpó y echó balones al tejado ajeno y al vecino de Ferraz. Lo mismo ocurrió con la posibilidad de un pacto con UPyD para evitar que la derecha gobernara en aquellos ayuntamientos donde había ganado, pero no había conseguido la mayoría absoluta. Cuando vio que el acuerdo era imposible, en el momento en que se apeó de su utopía de poder llegar a acuerdos con el partido de Rosa Díez, se tiró al monte, se subió por los cerros de Úbeda y dijo de UPyD que es la «marca blanca del Partido Popular», lo que le costó una respuesta dura y contundente de la propia Rosa Díez: «El secretario general de los socialistas madrileños quiere conseguir en los despachos lo que los madrileños no le han dado en las urnas». Nada más incuestionable. Y punto.
Cuando Tomás Gómez se refiere a UPyD como «marca blanca» del PP, no está cayendo en la cuenta de que el PSOE ha tenido, tiene y tendrá, con algunas dificultad a partir de ahora, su propia marca blanca: Izquierda Unida, gracias a la cual gobierna en instituciones donde no obtuvo mayorías absolutas, incluso en aquellas donde quien ganó fue el PP. El propio coordinador general de la coalición, Cayo Lara, acaba de instar a sus compañeros a que apoyen al PSOE y eviten gobiernos de la derecha allá donde puedan, como figura en su compromiso electoral. ¿Hay marca más blanca para el PSOE que la de IU?