Los debates sin debate, hechos por imperativo legal o de costumbres, no despiertan el interés de los electores. Lo vimos el pasado domingo en Telemadrid con los tres candidatos a la Comunidad de Madrid. Un debate demasiado ortopédico, estructurado y cronometrado. ¿A quién le podía beneficiar un debate televisivo un domingo por la noche, víspera de madrugón de lunes y coincidiendo con los resúmenes deportivos de la jornada? ¿A quién le podía satisfacer que ese debate apenas rebasara un 6 de la audiencia? Se supone, que a quien cree tener el gasto hecho, el trabajo concluido y no necesita dar cancha y audiencia al enemigo.
El debate del lunes entre los candidatos al Ayuntamiento de la capital tampoco fue un debate, pero sí algo que ha sentado un precedente: fue como un pacto por Madrid, porque por encima de las lógicas diferencias ideológicas, estaba el deseo común e inequívoco de trabajar por esta ciudad para mejorarla en lo estructural y en lo social, por modernizarla y al mismo tiempo dinamizarla creando empleo. Este fue el quid de la cuestión, la voluntad de Gallardón de crear 150.000 puestos de trabajo. Debate de guante blanco donde, al menos, pudimos comprobar que no todo está perdido en campaña electoral, que es posible intercambiar puntos de vista de forma respetuosa, lo que sin duda constituye un ejemplo gratificante para el ciudadano, tan acostumbrado a la política cutre y barriobajera, al insulto y la descalificación del contrario, a la mala uva. Por cierto, mientras por un lado la campaña se desarrolla entre caballeros, en otros, la crispación hace que muchas de las declaraciones acaben en el juzgado. Esto se está pareciendo a los programas del corazón: querellas de unos contra otros hasta colapsar de los juzgados.