Entramos en tiempo, no de Cuaresma, sino de cuarentena, donde no se puede inaugurar para recabar votos; donde no se puede ejercer de «manostijeras» para cortar cintas, pero sí de rostro amable que va regalando sonrisas y repartiendo besos como se reparte generosamente propaganda llena de calores e ilusiones. El calendario se nos llevó a don Carnal y a doña Cuaresma, y nos ha dejado a don Besucón y a doña Morritos. Él puede ser carne de cañón, y ella, atractivo menú de vigilia, osea, austero.
Don Besucón puede ser de diario un ser arisco, poco comunicativo, serio y nada amigo de ir dando ósculos. Pero en campaña se vuelve besucón, tierno. Besa al infante en la frente cuando éste sale del cole, al ama de casa en la mejilla cuando acude al mercado y al jubilado en la sien, en el hogar del pensionista mientras echa la partida. Ella, doña Morritos, puede ser de ordinario selectiva: Le puede dar un beso en la mano/ le puede dar un beso de hermano/ y así le besará cuando quiera,/pero un beso de cartón/ no se lo da a cualquiera…si no es en campaña electoral y a cambio de una promesa, de un compromiso: que le declare su amor en las urnas y le prometa un voto hasta que el cumplimiento del programa electoral les separe.
Don Besucón y doña Morritos se transforman cada cuatro años y besan y besan y vuelven a besar. Es tiempo de sembrar promesas y besos, caricias y apretones de mano, golpecitos en la espalda, jazmines en el pelo y rosas en la cara, airosa caminaba la flor de la camela… Para camelar con su aroma de mixtura, que en el pecho llevaba, del puente a la alameda del parque público recién inaugurado.