El pasado domingo, los enamorados festejaban a San Valentín. Día de amores, pero también de desamores, en el que Aguirre anunciaba su separación de la presidencia del PP-Madrid, por culpa de esa amante letal que es la corrupción. No era un día escogido al azar para dar cuenta de esta importante decisión, sino un domingo de escasa actividad política nacional, a sólo media hora del inicio de los espacios informativos; todo propicio para abrir los telediarios y acaparar las portadas de los periódicos del lunes. Aguirre se marcha antes de abrir un congreso extraordinario para elegir a la dirección regional, y antes que le nombraran una gestora desde Génova. Es como si le hubiera querido decir a Rajoy: «Yo pregono con el ejemplo. Si en Madrid hay serios indicios de corrupción, yo soy la responsable política y dejo la presidencia. ¿Y usted?». Me da la impresión de que Aguirre ha puesto el cartel de: «Fin de trayecto», en el largo viaje de su vida política, aunque todavía le quede el regazo del Ayuntamiento.
Y en el día de los enamorados, la secretaria general de los socialistas madrileños, Sara Hernández, confirmaba su relación de amor con el cargo, pese a que hay quien desea interferir en esa relación, e intenta que, como en el caso de Esperanza, renuncie, no por presunta corrupción, sino por manifiesta y escandalosa derrota del PSOE en Madrid, en las pasadas generales. Dos mujeres protagonistas de la política madrileña; una, porque se va, aunque nadie la eche; la otra, porque se queda, a pesar de que algunos quieran echarla.
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