Ha cumplido con su agenda hasta el último minuto, como si lo de recoger los trastos y marcharse, no fuera con ella, porque la satisfacción del deber cumplido, es una de las pocas cosas que se lleva de la Casa de la Villa. Llegó por «casualidad», por retirada del titular, Gallardón, para convertirse en la primera mujer en la alcaldía de Madrid. Su tránsito ha estado marcado por lo anecdótico y la animadversión de que quienes no la perdonaron que primero fuera esposa de presidente de Gobierno, y después, primera mujer alcaldesa de la capital de España.
Por ahora, se le ha negado el reconocimiento de una buena gestión económica en los momentos más críticos de la crisis. Ha reducido la deuda municipal, ha bajado impuestos, ha terminado con superávit de tesorería, poniendo en marcha un plan de austeridad que exigía recortar allí donde se podía, manteniendo a Madrid en primera línea de la parrilla competitiva y garantizando la prestación de los servicios más esenciales; en definitiva, todo lo que debe hacer un buen gestor, por encima de excentricidades y protagonismos interesados. Pero no todo se reconoce a tiempo. Su propio partido, el PP, no ha tenido la delicadeza de sacarla por la puerta principal. Con el silencio cómplice de Rajoy, la hicieron ver que no contaban con ella para la batalla electoral, «obligándola» a renunciar a su posible candidatura. Luego los hechos han demostrado que cualquier tiempo futuro puede ser peor. Ana Botella ha dado más de sí de lo que muchos se niegan a reconocer, pero el tiempo impartirá justicia.
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