Cada cuatro años las fiestas del 2 de Mayo y las de San Isidro coinciden en tiempo de campaña electoral y eso se nota, porque en todos los actos concurre la flor y la nata, en ocasiones hasta el «chantillí», de la clase política madrileña y nacional. En la recepción que Esperanza Aguirre ofrece el Día de la Comunidad, la real Casa de Correos se pone hasta arriba y si funcionara la reventa de invitaciones, el negocio sería redondo, aunque este año se ha producido un hecho novedoso: no asistió ningún miembro del gobierno central, ni se les esperaba, y no se entiende otra manera que no sea la de un gobierno con fecha de caducidad ya cumplida que no quiere contaminar con su descrédito a los candidatos del PSOE, aunque institucionalmente es un feo a la presidenta a todos los madrileños.
Liquidadas las fiestas del 2 de Mayo, ahora llegan las de San Isidro, en plena campaña electoral, y eso siempre tiene unas connotaciones especiales, porque los actos suelen estar empapados de política en estado puro, sobre todo en la tradicional pradera del Santo, donde los políticos creyentes, los agnósticos y los ocasionalmente devotos, se despojan de sus rangos y ornamentos y se mezclan con el pueblo llano para compartir mantel sobre el césped, comida campestre, y si hay que tocarse con una parpusa, pues se la echa uno a la cabeza; si es menester lucir safo, se lo anuda uno al cuello; si las exigencias del guión político lo requieren, pueden intentar marcarse un paso de chotís, incluso hincarle el diente a un bocata de gallinejas. San Isidro llega este año con una novedad: por primera vez el pregón será leído desde la nueva sede del Ayuntamiento, el Palacio de Cibeles.