No siempre tras la tempestad viene la calma, sobre todo porque cuando un ciclón se lleva por delante tantas cosas, hay que hacer balance de los daños. Ese ciclón fuera de control que obligó al cierre del espacio aéreo español apenas duró veinticuatro horas hasta que la normalidad se restableció a paso militar, pero ha dejado muchos damnificados: los heridos moralmente por un sueño de vacaciones de puente roto por el capricho de unos cuantos; los hoteleros de Madrid, que pasaron la jornada de anulación de reservas más intensa de sus vidas, y los comerciantes que confiaban en que el largo puente trajera turistas y consumo, pero al final sólo trajo frustraciones, estimando el descenso de las ventas en un 30 por ciento con respecto a la misma fecha del pasado año.
Todos los sectores afectados piden indemnizaciones por daños y perjuicios. Por su parte, la administración competente debe aplicar la ley hasta sus últimas consecuencias; que los expedientes abiertos no naveguen perdidos por el espacio sideral de la desidia, como navegan desde hace cinco meses los expedientes abiertos a los conductores del Metro, que a finales de junio no cumplieron los servicios mínimos en dos jornadas de huelga y propiciaron el cierre del espacio suburbano de Madrid, dejando varados a cientos de miles de ciudadanos. No se puede amagar y no dar con la legislación vigente, porque luego nos lamentamos de las reincidencias. Y una lectura política: Zapatero no quiso ser la imagen que diera la vuelta al mundo anunciando el Estado de Alarma. La imagen fue la de Rubalcaba. ¿Para salvar la de ZP o para promocionar su propia de cara con vistas a un futuro inmediato?
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