Tengo una incontinencia temperamental que se ha apoderado de mí en las últimas horas. Van a juzgar a
Ivan Demjanjuk por la exterminación de 27.900 judíos en el campo de concentración polaco de
Sobibor.
El cuerpo me pide que solicite audiencia privada con el zagal, con el propósito de encerrarme con él en una habitación de dos por dos para calzarle una manta de galletas en dolby surround hasta decir basta. Y al concluir la faena, pasarle la llave del zulo, uno a uno, a cada uno de los descendientes de las víctimas, para que tuvieran una charla manual con el excremento humano en cuestión.
Después, una vez reposado el guiso, me doy cuenta de que la civilización tiene el camino marcado para evitar que se reproduzcan este tipo de atrocidades y basta seguirlo al pie de la letra, sin desfallecer. Qué nunca prescriban los crímenes contra la humanidad y que cualquier tribunal de cualquier país pueda iniciar el proceso judicial, deben ser las bases para que cuando algún «paquito» de turno decida jugar al tiro pichón sepa que acabará en galeras, antes o después.
Os dejo un vídeo ilustrativo sobre la pro activa vida que llevaba recientemente el exterminador en EEUU, y los repentinos impedimentos físicos de los que se ha servido para posponer una y otra vez sus causas pendientes con la justicia.
Vía Factual