Manina
He ido a Madrid a despedirme. A decir adiós, aunque mi madre siempre asegure que sólo se trata de un hasta luego. He ido a Madrid a darle las gracias por cada Fin de año en familia. He ido a decirle al hermano de mi madre -y padrino- que le quiero y que me atraganto cuando busco la manera de poder ayudarle. Que pretendía acudir a curar las heridas producidas por los cristales de su alma, rota en pedazos por la soledad. He ido a Madrid a abrazar a mis primos y sujetarles la vida por unos segundos. Viajé a la que fue mi casa de invierno para demostrarme en vano que podía ser valiente. Fui a Madrid acompañando a mi padre en la travesía hacia el dolor, para recordar al mirarle «que un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer». Fui a Madrid con muchos propósitos entre pecho y garganta que se quedaron a las puertas, y a medio hacer.
Fui a Madrid a decirle a mi Tía que la quiero. Fui creyendo saber como actuar en estas circunstancias y no fui capaz. Fui allí pensando que entendería el significado del dolor pero no me alcanzó el valor. Fui a Madrid a demostrar que somos familia y entonces me pareció que éramos mucho más que eso. Fui a decirme a mí mismo que levantara la cabeza y a que mis hombros ofrecieran consuelo. Fui a Madrid a decir tantas cosas que me quedé mudo. Me olvidé de dar las gracias por infinidad de momentos comunes de felicidad, convencido de no guardar recuerdo alguno de si en alguna ocasión hubo algo que reprochar.
Regresé de allí con algo pendiente. Decirle a mi Tía: ‘Manina’, te quiero. Duele sin refugio pensar en este irremediable viaje. No poder rebajar el peso del destino rompe los huesos al compás del minutero. Viajé a Madrid para decirle a ‘Tito Jose’ que llevo semanas llorando a diario lágrimas secas para aliviarle la carga. Fui a Madrid para decirle lo que ya sabía: que le quiero. Las palabras no bastaban para expresar cuánto lo siento. Faltaban brazos para abrazarle.
Pensar, ayuda. Pensar en los inolvidables momentos vitales alivia el desgarro. Por ahora poco, pero alivia. Recordar los lazos de sangre que un día asentaron sus raíces hasta hoy, reconforta. Mirar como a las troncos que abrieron la senda aquel día se le unieron otros tallos más jóvenes, debe colmar de satisfacción. Saber que los tuyos y los nuestros te pensamos y pensaremos siempre, debe valer un suspiro de felicidad. Creer en nosotros tal vez sea la mejor manera de creer a ciegas en ti. Podrían ser todos ellos consuelos vacíos. Pero me consuelan también a mí.
Hasta siempre, Tía. Hasta siempre, ‘Manina’.
Os quiero por todo. Os quiero con todo lo que se puede querer.
Ahora suena en mi cabeza esta canción…