Esta mañana escuchaba la radio de camino al trabajo, como cada día. Interrumpían los boletines informativos con la noticia de que el encierro de Los Sanfermines de hoy había dejado un herido en estado crítico. Minutos más tarde se convertía en la primera víctima de las fiestas en los últimos seis años. Hasta aquí una tragedia, para algunos prescindible. Pero eso es otra guerra.
A la hora del almuerzo enciendo la pequeña, pero cruel, pantalla y me topo con una imagen que me deja helado. Primeros planos de un joven agonizando al que se le escapa la vida a través de su mirada. Me quedo atónito. Descolocado. Horrorizado. En blanco. Me pongo a pensar en su familia. Luego en la mía. Después cambié de canal. Me topé de nuevo con el morbo de la indecencia. Asqueado. Pensando en que le hubiera dicho a mi hijo si estuviera contemplando esa flagrante vulneración de la intimidad de una persona y sus seres queridos. Indigno.
Luego me he animado -todavía no sé cómo ni buscando qué- a bloguear a la caza de opiniones al respecto. Por fin he cogido aliento. No era el único. Somos más los que repudiamos esas conductas demagógicas que se escudan en el derecho a la información o en no ocultar la verdad. Por eso me he negado a enlazar a aquellos digitales que se han pasado la ética de sus responsabilidades por el arco de triunfo. Se me ocurren docenas de planos e instantáneas respetuosas con el anonimato de la víctima y los suyos. Afortunadamente a todos estos periodistas/medios también:
Sólo una cosa más. Gracias.
Mientras tanto escucho…
Cita postuaria: «La conciencia es el mejor libro moral que tenemos». (Blaise Pascal, 1623-1662)