Sí, ése; el conocido vulgarmente como trepa. Pues bien, conozco a alguien que está padeciendo las acometidas de uno de los individuos de esa especie carroñera y necesitaba sincerarse. A mi pregunta de si está seguro que el adn del tipo concuerda con la derivación genética que caracteriza a los parásitos de esa estirpe, alguien me confirma tales extremos:
-No hay ninguna duda. Cumple con el perfil al milímetro -respondió con tal seguridad que quise profundizar en el tema, sometiendo a alguien a un interrogatorio con el fin de que me detallara la personalidad del chupasangre común.
–Explícame cómo has llegado a esa conclusión tú solito -le reclamé sin intención de menospreciar sus habilidades perceptivas.
-Pues mira, el zángano sigue todos los patrones de conducta, uno por uno -dijo después de carraspear como si anticipara el grosor de algunas de sus revelaciones siguientes-. En primer lugar tenemos el modus operandi: tras abrirle las puertas de mi madriguera laboral, en los primeros meses acudía raudo y veloz a mi rescate sin ni siquiera haber mencionado su nombre. Tanto es así, que aún recuerdo que sufrí varios resbalones provocados por la saliva que dispersaba el trepa en tales encuentros -señaló alguien.
-Lo voy captando. Tú sigue contando que mientras voy tomando nota por si me da para escribir algo en el blog -comenté interesado.
-Pero esa actitud se esfumó al cabo de un tiempo. A partir de ahí, el trepa no sólo no aparecía sin que se le mentara, sino que no se dignaba a hacer acto de presencia ni cuando se le requería. En otras palabras: ni se le había visto, ni se le esperaba. Pero eso no es todo. El impostor fue perfeccionando una especial habilidad para comparecer cuando me encontraba ausente o en aquellas circunstancias inesperadas que propiciaban acercamientos premeditados al rey de la manada -dijo plenamente convencido.
-Esto va cogiendo cuerpo -apunté-. Prosigue que se pone interesante -le requerí.
-Finalmente llegamos al estadio III del trepismo ancestral. Lo que hasta ese día había sido escapismo, regateo y oportunismo, mutó en traición, apuñalamiento, arrinconamiento y, por fin, desprecio. Debo confesar en mi contra que hasta esta última fase no fui capaz de percibir esos cambios de actitud del trepa como una amenaza directa hacia mi integridad profesional. Estupenda cagada por mi parte, lo sé -finalizó alguien su exposición.
-Me veo obligado a preguntarte una cosa, alguien: ¿Has aprendido alguna lección de todo esto? -interpelé curioso.
-Por supuesto. He sacado dos conclusiones directas. Una buena y otra mala. Empezaré por la mala: me he dado cuenta de que el trepa y yo no somos iguales. La buena es que, afortunadamente, el trepa y yo no somos iguales -y alguien se quedó tan ancho.
Seguidamente nos despedimos y apagué el ordenador.
Cita postuaria: «La ingratitud proviene, tal vez, de la imposibilidad de pagar». (Honoré de Balzac, 1799-1850)