Lo que hace grande a Messi

El Barcelona ha tenido en sus filas a muchos de los más grandes jugadores del mundo, pero hasta ahora ninguno ha llegado a triunfar en el Camp Nou de la forma en la que lo está haciendo Messi. Cruyff, Maradona, Schuster, Laudrup, Romario, Ronaldo, Rivaldo, Figo, Ronaldinho, Ibrahimovic… Todos ellos futbolistas con un talento descomunal que, por una razón un otra, no entraron en la historia del club como lo está haciendo Messi. Tan solo Kubala, en su época eclipsado por Di Stéfano, puede compararse con Messi por su continuidad e identificación con el club, no así por sus cifras goleadoras ni como indiscutible número uno mundial. Dejando a un lado el descomunal talento del rosarino, algo evidente y que ya ha agotado todos los calificativos de la prensa, sólo cabe analizar otros diez factores -mentales, sobre todo- que hacen grande a Messi, y que le han convertido, como dijo Guardiola tras el partido ante el Granada, en «el Michael Jordan del fútbol».

1) Sensatez. Después de sus condiciones técnicas esta es, sin duda, la cualidad más importante que ha permitido el triunfo de Messi en el Barcelona. La historia del club catalán está repleta en las últimas décadas de cracks díscolos: Maradona, Schuster, Romario, Ronaldinho, Ibrahimovic… Jugadores fuera de serie con un carácter difícil (Schuster, Ibrahimovic), con una excesiva propensión a la vida nocturna (Romario, Ronaldinho) o ambas cosas (Maradona). Todo ello truncó sus carreras en el Barcelona y les pusieron en la senda del traspaso, todo ello ayudado, en ocasiones, por representantes más pendientes de engrosar sus cuentas corrientes que de proporcionar estabilidad a su representado. No hace falta que el aficionado culé tenga memoria de elefante para que recuerde nombres como Jorge Cysterpiller, Roberto de Assis y Mino Raiola. Todo aficionado al fútbol sabe el nombre del representante de Cristiano Ronaldo, Jorge Mendes. Pero es mucho más difícil recordar el nombre del representante de Messi. Será porque no acude a las oficinas del Camp Nou para reclamar una mejora de contrato cada vez que el argentino anota un «hat trick». Messi tiene «seny». También lo tuvo Rivaldo, pero su trayectoria no es comparable con la de Messi, porque el pernambucano fichó por el Barcelona ya en su madurez futbolística, a la edad actual de Messi.

2) Progresión. Ahora resulta casi paradójico, Messi debutó cuando la estrella indiscutible del Barcelona era Ronaldinho y cuando la auténtica joya de la cantera blaugrana no era otro que Bojan, poseedor de un récord anotador en las divisiones inferiores (unos 800 goles). Por aquel entonces se decía que el Barça podía traspasar sin excesivo cargo de conciencia al Gaucho porque ya tenía un sustituto en la Masía: Bojan Krkic. Ahora media un abismo entre el catalán, jugador del Roma, y el argentino. La cotización de uno ha caído en picado, mientras que la del otro ha alcanzado cotas estratosféricas. ¿Por qué? Recordemos el debut (ante el Oporto de Mourinho, en diciembre de 2003) y la primera temporada de Messi (2004/2005). En sus primeros partidos con el primer equipo, Messi deslumbraba sobre todo por su verticalidad, su facilidad para encarar, su regate y su velocidad. Era un diamante en bruto que, sin embargo, estaba peleado con el gol. No materializaba sus ocasiones. Además, se le intuía una escasa visión de juego. Desde hace varios años Messi tiene no solo un espectacular olfato de gol (algo que muchos consideran que no se puede aprender, que es innato), sino también una visión de juego increíble. Parece imposible que conduzca el balón con tanta velocidad sin dejar de manejar todas las opciones posibles para la jugada, y mientras se deshace de varios contrarios es capaz de ver el posible desmarque del compañero con el rabillo del ojo. Es imposible de parar porque en su repertorio figura tanto el uno contra uno, la jugada individual, como el tiro lejano a portería y el pase al espacio. El defensor no sabe a qué atenerse. Messi lo hace todo bien, y cada tres días, como acaba de decir Guardiola. En contraste, Bojan se estancó. En lugar de aumentar, se diría que sus condiciones menguaron.

3) Competitividad sana. Messi compite consigo mismo y por el equipo. Quiere mejorar sus estadísticas individuales sin que ello perjudique en absoluto el juego colectivo. Pocas veces ha optado por la jugada individual si ha visto a un compañero en condiciones de marcar. Su egoísmo natural no le ciega, algo que sí le ha ocurrido en ocasiones a Cristiano Ronaldo.

4) Inteligencia física. Messi apenas se ha lesionado, lo que le ha permitido disfrutar de una increíble continuidad. Sabe dosificarse, no presiona de forma constante y tiene el permiso de Guardiola para volver caminando a su posición. También le ayuda la fortaleza de sus piernas, su bajo centro de gravedad y su velocidad: es difícil que el defensa le pise la pierna de apoyo porque, en carrera, Messi parece «levitar» de puntillas sobre el césped. Cuando el pisotón se produce, como le ocurrió con el rojiblanco Ujfalusi hace un par de temporadas, la lesión tiene menos gravedad de la esperada.

5) Instinto táctico. Messi juega donde quiere y como quiere. Sabe en todo momento cuándo jugar al espacio o al pie, entrar por el centro, caer a la banda o bajar a recoger balones en el centro del campo. Esta facilidad para jugar entre líneas y desconcertar a las defensas rivales era ya patente en la sociedad que forma con Xavi e Iniesta y ha aumentado con Cesc, con el que se entiende a la perfección, y con el que comparte ese instinto para buscar siempre el espacio libre.

6) Sentido lúdico. Messi se divierte jugando y quiere disputar todos los minutos posibles. No es feliz en el banquillo, y Guardiola lo sabe. El fútbol es más que su profesión, es su pasión. Le da una energía que potencia todas sus cualidades. El argentino es espontáneo y parece jugar todavía en el patio del colegio. Tal vez por ello se desempeña con la misma soltura en los partidos intrascendentes que en las grandes finales, algo de lo que Cristiano Ronaldo tampoco puede presumir.

7) Concentración en el juego. Está íntimamente relacionado con lo anterior: Messi no se pierde en discusiones con el árbitro ni con los rivales, sólo le interesa lo que ocurre con el balón está en juego, no cuando el árbitro ha pitado. Cuando es agarrado o zancadilleado, algo que ocurre con frecuencia, siempre quiere continuar la jugada y ni se le pasa por la cabeza tirarse para provocar la tarjeta o el penalti. También lo hacía Ronaldo, lo que le permitió, entre otras cosas, marcar aquel antológico gol ante el Compostela pese a ser agarrado por la camiseta.

8 ) Humildad y discreción. De igual forma que resulta difícil recordar el nombre de su representante, tampoco es conocida su novia o el modelo de coche que conduce Messi. Es un modelo de discreción y también de humildad, sin que se le conozcan declaraciones altisonantes. Es tímido, lo que no quita que sea escuchado con atención las pocas veces que habla en el vestuario. Como diría un argentino, no es un «pecho frío» introvertido y algo depresivo como su compatriota Riquelme -apodado «Tristelme» en su país-, un gran jugador que pasó con más pena que gloria por el Barcelona (2002/2003) y que, curiosamente, comparte con Messi la fecha de su cumpleaños (24 de junio).

9) Juventud. No ha cumplido aún los 25 años. ¿Imaginan lo que puede conseguir Messi si consigue mantenerse a alto nivel -aunque no sea tan estratosférico- como lo ha hecho Ryan Giggs, hasta los 38? Messi tiene muchos años de fútbol de élite por delante, aunque parezca imposible que pueda mejorar su calidad.

10) Identificación con el club. Es lo más difícil de cuantificar, sobre todo cuando ha habido jugadores, como Figo (ahora condenado a pagar 2,4 millones de euros al fisco), que se deshacían en declaraciones de amor al club y que contaban con el cariño constante de la grada, y que sin embargo terminaron cambiando de aires por una mejora de contrato. El amor de Messi por el Barça se antoja más sincero, aunque solo sea por su condición de canterano de la Masía y por la apuesta del club por él cuando era todavía un niño y necesitaba un tratamiento para crecer. Pese a quien piense lo contrario, resultaba arriesgado asegurar un futuro brillante para Messi a los 13 años, cuando se trasladó a Europa. Muchos jugadores con idéntico potencial se han quedado en el camino. Por cierto, ¿alguien se acuerda de Gai Assulin?

 

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«¿Qué es Goldman Sachs? ¿Una marca de harina?»

El «New York Times» ha recibido una carta abierta de un alto ejecutivo del banco de inversiones estadounidense Goldman Sachs. En el texto, el directivo, que presenta su dimisión, dice que le pone enfermo cómo se habla en el banco de timar a los clientes, y de cómo esta entidad centenaria ha perdido completamente su cultura ética, adoptando malas prácticas para sacar el máximo dinero posible de sus clientes. Goldman Sachs, fundado en 1869, es uno de los grupos de banca de inversión y valores más grandes del mundo, y se le atribuye un importante papel en la crisis de 2008, en la que todavía estamos inmersos (al menos en España).

Esta noticia sobre Goldman Sachs me ha recordado un capítulo de «Groucho y yo», las divertidísimas memorias de Groucho Marx, cuya lectura recomiendo. En este pasaje que ahora reproduzco, Groucho Marx cuenta con magistral ironía su fallida incursión en la Bolsa, justo antes del Crack de 1929. «Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción», contaba el genial humorista y escritor. «Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás primos, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba doblar su valor en pocos meses (…) De vez en cuando algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero apenas sí nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela». Vamos, como dijo Machado en la misma época, «todo necio confunde valor y precio», una moraleja tan válida hoy como hace cien años.

Para los que tengáis tiempo para leer, os dejo un extracto del relato bursátil de Groucho Marx contenido en «Groucho y yo». «¿Qué es Goldman Sachs? ¿Una marca de harina?», se preguntaba Groucho cuando le animaban efusivamente a comprar acciones de la entidad. Seguro que el genial cómico se estará retorciendo de risa en su tumba al saber que, 80 años después, muchos han vuelto a caer en la tentación de la avaricia, que Goldman Sachs vuelve a estar en el ojo del huracán de otra crisis mundial como la del 29, y que, cuando se pierden de vista ciertos valores y el sentido común, la codicia conduce a la hecatombe más absoluta. Pero, mejor explicarlo en clave «marxista» (de Groucho, claro está). Pongo en negrita algunas frases clave:

Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Lo conocí por primera vez hacia 1926. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. O por lo menos eso parecía, porque todo lo que compraba aumentaba de valor. No tenía asesor financiero ¿Quién lo necesitaba? Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor. Mi sueldo semanal era de unos dos mil, pero esto era calderilla en comparación con la pasta que ganaba teóricamente en Wall Street. Disfrutaba trabajando en la revista pero el salario me interesaba muy poco. Aceptaba de todo el mundo confidencias sobre el mercado de valores. Ahora cuesta creerlo pero incidentes como el que sigue eran corrientes en aquellos días.

Subí a un ascensor del hotel Copley Plaza, en Boston. El ascensorista me reconoció y dijo: – Hace un ratito han subido dos individuoss, señor Marx, ¿sabe? Peces gordos, de verdad. Vestían americanas cruzadas y llevaban claveles en las solapas. Hablaban del mercado de valores y, créame, amigo, tenían aspecto de saber lo que decían. No se han figurado que yo estaba escuchándoles, pero cuando manejo el ascensor siempre tengo el oído atento. ¡No voy a pasarme toda la vida haciendo subir y bajar uno de estos cajones! El caso es que oí que uno de los individuos decía al otro: “Ponga todo el dinero que pueda obtener en United Corporation” […]

Le di cinco dólares y corrí hacia la habitación de Harpo. Le informé inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia con que me había tropezado en el ascensor. Harpo acababa de desayunar y todavía iba en batín. -En el vestíbulo de este hotel están las oficinas de un agente de Bolsa -dijo-. Espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones antes de que se esparza la noticia. -Harpo -dije-, ¿estás loco? ¡Si esperamos hasta que te hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros! De modo que con mis ropas de calle y Harpo con su batín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de United Corporation por valor de ciento sesenta mil dólares, con una garantía del veinticinco por ciento. Para los pocos afortunados que no se arruinaron en 1929 y que no estén familiarizados con Wall Street, permítanme explicar lo que significa esa garantía del veinticinco por ciento. Por ejemplo, si uno compraba ochenta mil dólares de acciones, sólo tenía que pagar en efectivo veinte mil. El resto se le quedaba a deber al agente. Era como robar dinero.

El miércoles por la tarde, en Broadway, Chico encontró a un habitual de Wall Street, quien le dijo en un susurro: -Chico, ahora vengo de Wall Street y allí no se habla de otra cosa que del Cobre Anaconda. Se vende a ciento treinta y ocho dólares la acción y se rumorea que llegará hasta los quinientos. ¡Cómpralas antes de que sea demasiado tarde! Lo sé de muy buena tinta. Chico corrió inmediatamente hacia el teatro, con la noticia de esta oportunidad. Era una función de tarde y retrasamos treinta minutos el alzamiento del telón hasta que nuestro agente nos aseguró que habíamos tenido la fortuna de conseguir seiscientas acciones. ¡Estábamos entusiasmados! Chico, Harpo y yo éramos cada uno propietarios de doscientas acciones de estos valores que rezumaban oro. El agente incluso nos felicitó. Dijo: – No ocurre a menudo que alguien entre con tan buen pie en una Compañía como la Anaconda.

El mercado siguió subiendo y subiendo. Cuando estábamos de gira, Max Gordon, el productor teatral, solía ponerme una conferencia telefónica cada mañana desde Nueva York, sólo para informarme de la cotización del mercado y de sus predicciones para el día. Dichos augurios nunca variaban. Siempre eran “arriba, arriba, arriba”. Hasta entonces yo no había imaginado que uno pudiera hacerse rico sin trabajar. Max me llamó una mañana y me aconsejó que comprara unos valores llamados Auburn. Eran de una compañía de automóviles, ahora inexistente. -Marx -dijo- es una gran oportunidad. Pegará más saltos que un canguro. Cómpralo ahora, antes de que sea demasiado tarde. Luego añadió: -¿Por qué no abandonas el teatro y olvidas esos miserables dos mil semanales que ganas? Son calderilla. Tal como manejas tus finanzas, aseguraría que puedes ganar más dinero en una hora, instalado en el despacho de un agente de valores, que los que puedes obtener haciendo ocho representaciones semanales en Broadway. -Max -contesté-, no hay duda de que tu consejo es sensacional. Pero al fin y al cabo tengo ciertas obligaciones con Kaufman, Ryskind, Irving Berlín y con mi productor Sam Harris. Los que por entonces no sabía era que Kaufman, Ruskind, Berlín y Harris también compraban a crédito y que, finalmente, iban a ser aniquilados por sus asesores financieros. Sin embargo, por consejo de Max, llamé inmediatamente a mi agente y le instruí para que me comprara quinientas acciones de la Auburn Motor Company.

Pocas semanas más tarde, me encontraba paseando por los terrenos de un club de campo, con el señor Gordon […] El día anterior, las Auburn habían pegado un salto de treinta y ocho enteros. Me volví hacia mi compañero de golf y dije: -Max, ¿cuánto tiempo durará esto? Max repuso, utilizando una frase de Al Jolson. -Hermano, ¡todavía no has visto nada!

Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé a mi agente acerca de este fenómeno especulativo. – No sé gran cosa sobre Wall Street – empecé a decir en son de disculpa- pero, ¿qué es lo que hace que esas acciones sigan ascendiendo? ¿No debiera haber alguna relación entre las ganancias de una compañía, sus dividendos y el precio de venta de sus acciones? Por encima de mi cabeza, miró a una nueva víctima que acababa de entrar en su despacho y dijo: – Señor Marx, tiene mucho que aprender acerca del mercado de valores. Lo que usted no sabe respecto a las acciones serviría para llenar un libro. – Oiga, buen hombre -repliqué-. He venido aquí en busca de consejo. Si no sabe usted hablar con cortesía, hay otros que tendrán mucho gusto en encargarse de mis asuntos. Y ahora ¿qué estaba usted diciendo? Adecuadamente castigado y amansado, respondió: – Señor Marx, tal vez no se dé cuenta, perro éste ha cesado de ser un mercado nacional. Ahora somos un mercado mundial. Recibimos órdenes de compra de todos los países de Europa, de América del Sur e incluso de Oriente. Esta mañana hemos recibido de la India un encargo para comprar mil acciones de Tuberías Crane. Con cierto cansancio pregunté: -¿Cree que es una buena compra? -No hay otra mejor -me contestó-. Si hay algo que todos hemos de usar son las tuberías. (Se me ocurrieron otras cuantas cosas más, pero no estaba seguro de que apareciesen en las listas de cotizaciones.) -Eso es ridículo -dije-. Tengo varios amigos pieles rojas en Dakota del Sur y no utilizan las tuberías. -Solté una carcajada para celebrar mi salida, pero él permaneció muy serio, de modo que proseguí-. ¿Dice usted que desde la India le envían órdenes de compra de Tuberías Crane? Si en la lejana India piden tuberías, deben de saber algo sensacional. Apúnteme para doscientas acciones; no, mejor aún, que sean trescientas

Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás primos, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba doblar su valor en pocos meses.

En los periódicos actuales leo con frecuencia artículos relativos a espectadores que se quejan de haber pagado hasta un centenar de dólares por dos entradas para ver My Fair Lady (1) (Personalmente opino que vale esos dólares.) Bueno, una vez pague treinta y ocho mil por ver a Eddie Cantor en el Palace […] Cantor era vecino mío en Great Neek. Como era viejo amigo suyo cuando terminó la representación fue a verle en su camerino. […] Encanto -prosiguió Cantor-, ¿qué te ha parecido mi espectáculo? Miré hacia atrás, suponiendo que habría entrado alguna muchacha. Desdichadamente no era así, y comprendí que se dirigía a mí. Eddie, cariño – contesté con entusiasmo verdadero-, ¡has estado soberbio! Me disponía a lanzarle unos cuantos piropos más cuando me miró afectuosamente con aquellos ojos grandes y brillantes, apoyó las manos en mis hombros y dijo: -Precioso, ¿tienes algunas Goldman Sachs? -Dulzura -respondí (a este juego pueden jugar dos)-, no sólo no tengo ninguna, sino que nunca he oído hablar de ellas ¿Qué es Goldman Sachs? ¿Una marca de harinas? Me cogió por ambas solapas y me atrajo hacia mí. Por un momento pensé que iba a besarme. -¡No me digas que nunca has oído hablar de las Goldman Sachs! -exclamó incrédulamente-. Es la compañía de inversiones más sensacional de todo el mercado de valores. Luego consultó su reloj y dijo: -Hoy es demasiado tarde. La Bolsa está ya cerrada. Pero, mañana por la mañana, nene, lo primero que tienes que hacer es coger el sombrero y correr al despacho de tu agente para comprar doscientas acciones de Goldman Sachs. Creo que hoy ha cerrado a 156… ¡y a 156 es una ganga! Luego Eddie me palmoteó una mejilla, yo le palmoteé la suya y nos separamos. ¡Amigo! ¡Qué contento estaba de haber ido a ver a Cantor a su camerino! Figúrese, si no llego a ir aquella tarde al Teatro Palace, no hubiese tenido aquella confidencia. A la mañana siguiente, antes del desayuno, corrí al despacho del agente en el momento en que se abría la Bolsa. Aflojé el veinticinco por ciento de treinta y ocho mil dólares y me convertí en afortunado propietario de doscientas acciones de la Goldman Sachs, la mejor compañía de inversiones de América.

Entonces empecé a pasarme las mañanas instalado en el despacho de un agente de Bolsa, contemplando un gran cuadro mural lleno de signos que no entendía. A no ser que llegara temprano, ni siquiera me era posible entrar. Muchas de las agencias de Bolsa tenían más público que la mayoría de los teatros de Broadway. Parecía que casi todos mis conocidos se interesaran por el mercado de valores. La mayoría de las conversaciones se limitaban a la cantidad que tal y tal valor habían subido la semana pasada, o cosas similares. El fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios -y en muchos casos sus ahorros de toda la vida- en Wall Street. Ocasionalmente, el mercado flaqueaba, pero muy pronto se liberaba la resistencia que ofrecían los prudentes y sensatos, y proseguía su continua ascensión.

De vez en cuando algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela. Incluso Barney Baruch, el Sócrates de Central Park y mago financiero americano, lanzó una llamada de advertencia. No recuerdo su frase exacta, pero venía a ser así: “Cuando el mercado de valores se convierte en noticia de primera página, ha sonado la hora de retirarse.”

Yo no estaba presente cuando la Fiebre del Oro del cuarenta y nueve. Me refiero a 1849. Pero imagino que esa fiebre fue muy parecida a la que ahora infectaba al todo el país. El presidente Hoover estaba pescando y el resto del gobierno federal parecía completamente ajeno a lo que sucedía. No estoy seguro de que hubiesen conseguido algo aunque lo hubieran intentado, pero en todo caso el mercado se deslizó alegremente hacia su perdición.

Un día concreto, el mercado comenzó a vacilar. Unos cuantos de los clientes más nerviosos fueron presos del pánico y empezaron a descargarse. Eso ocurrió hace casi treinta años y no recuerdo las diversas fases de la catástrofe que caía sobre nosotros, pero así como al principio del auge todo el mundo quería comprar, al empezar el pánico todo el mundo quiso vender. Al principio las ventas se hacían ordenadamente, pero pronto el pánico echó a un lado el buen juicio y todos empezaron a lanzar al ruedo sus valores que por entonces solo tenían el nombre de tales. Luego el pánico alcanzó a los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando garantías adicionales. Esta era una broma pesada, porque la mayor parte de los accionistas se habían quedado sin dinero, y los agentes empezaron a vender acciones a cualquier precio. Yo fui uno de los afectados. Desdichadamente, todavía me quedaba dinero en el Banco. Para evitar que vendieran mi papel empecé a firmar cheques febrilmente para cubrir las garantías que desaparecían rápidamente.

Luego, un martes espectacular, Wall Street lanzó la toalla y sencillamente se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando. Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo, a dos mil por semana). Hubiese perdido más pero era todo el dinero que tenía. El día del hundimiento final, mi amigo, antaño asesor financiero y astuto comerciante, Max Gordon, me telefoneó desde Nueva York. […] Todo lo que dijo fue: “¡la broma ha terminado!” Antes de que yo pudiese contestar el teléfono se había quedado mudo…se suicidó.

En toda la bazofia escrita por los analistas del mercado, me parece que nadie hizo un resumen de la situación de una manera tan sucinta como mi amigo el señor Gordon. En aquellas palabras lo dijo todo. Desde luego, la broma había terminado. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía. Si mi agente hubiese empezado a vender mis acciones cuando empezaron a tambalearse, hubiese salvado una verdadera fortuna. Pero como no me era posible imaginar que pudiesen bajar más, empecé a pedir prestado dinero del Banco para cubrir las garantías. Las acciones de Cobre Anaconda se fundieron como las nieves del Kilimanjaro (no creas que no he leído a Hemingway), y finalmente se estabilizaron a 2 7/8. La confidencia del ascensorista de Boston respecto a United Corporation se saldó a 3,50. Las habíamos comprado a 60. La función de Cantor en el Palace fue magnífica ¿Goldman-Sachs a 156 dólares? Cuando la máxima depresión del mercado, podía comprárselas a un dólar por acción.

El ir al desahucio financiero no constituyó una pérdida total. A cambio de mis doscientos cuarenta mil dólares obtuve un insomnio galopante, y en mi círculo social el desvelamiento empezó a sustituir al mercado de valores como principal tema de conversación…

«Groucho y yo» (Groucho Marx)

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Hacer de la toga un sayo

«La justicia obtenida a cualquier precio deja de ser justicia». Vulneró a sabiendas el derecho de defensa y el secreto profesional. Actuó con prácticas que «sólo se encuentran en los regímenes totalitarios». La sala de lo penal del Tribunal Supremo ha sido rotunda en su sentencia, emitida por unanimidad de los siete magistrados, que condena a Baltasar Garzón a 11 años de inhabilitación por las escuchas en el caso Gürtel. Al contrario que la decisión del TAS sobre el ciclista Alberto Contador, que también ha provocado reacciones airadas en un sector de la sociedad española esta semana, no hay discusión posible sobre los hechos ocurridos. El propio juez admitió ante el tribunal las escuchas a los abogados de la defensa. Y no hace falta haber cursado la carrera de Derecho para saber que eso está terminantemente prohibido. Únicamente en los casos de terrorismo se autorizan dichas escuchas, y solo con la autorización pertinente. Por muy loables que fueran sus intenciones, quebrantó la ley a sabiendas de que lo hacía.

Extraña la indignación de buena parte de la izquierda española ante la más clara de las tres causas abiertas contra Garzón, sobre todo cuando los errores del juez podrían invalidar las pruebas contra los imputados de Gürtel. También extraña la opinión de un periódico supuestamente prestigioso como el «New York Times», que ve elementos «fascistas» en el Alto Tribunal, insultando a la Justicia española e ignorando, además, que algunos de los magistrados del Supremo que dictaron la sentencia se encuadran en el llamado sector «progresista» de la judicatura. Y repugnan las declaraciones del propio Garzón, al decir que «la sentencia estaba anunciada desde hace meses». Esa frase, indigna de alguien que ha ejercicio el Derecho durante décadas, solo se puede entender como el gesto populista de alguien que prepara un inminente salto a la política.

El propio juez Garzón dio ejemplo, con su labor, de que el fin no justifica los medios. Fue en la causa de los GAL, una actuación que le costó la hostilidad de un amplio sector del PSOE, después de haber entrado en política integrando la lista electoral de ese partido. No vale el terrorismo de Estado para combatir el terrorismo, como tampoco son aceptables las escuchas a los abogados defensores, algo más propio de un régimen totalitario y del Gran Hermano de Orwell que de una verdadera democracia.

Porque, si debemos hacer justicia a cualquier precio, no habremos de encontrar inconveniente, por ejemplo, en torturar a los condenados por la muerte de Marta del Castillo, para que revelen el paradero del cuerpo. Y si el fin justificase los medios, también se permitiría la tortura para interrogar a José Bretón, el padre de los niños desaparecidos en Córdoba, para que contase de una vez qué les ha ocurrido a los pequeños. Y, desde luego, se trata de casos más dramáticos que el de la trama de corrupción de la Gürtel.

Garzón no es el primer juez, ni será el último, condenado por prevaricación. Por citar dos casos relevantes, antes fueron enjuiciados y apartados de la carrera judicial Pascual Estevill y Javier Gómez de Liaño, condenado a 15 años de inhabilitación especial por un delito de prevaricación en el caso Sogecable. El caso de Gómez de Liaño es el reverso de la moneda de la causa contra Garzón. Enemistado con el juez jiennense, Gómez de Liaño fue indultado por el gobierno de Aznar, y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconoció que el Tribunal Supremo violó su derecho a un tribunal independiente e imparcial cuando le condenó por prevaricación. La misma izquierda que rechaza hoy la sentencia contra Garzón jaleó la condena de Gómez de Liaño, el juez que llevó el caso Lasa y Zabala, el primer crimen de los GAL, y que imputó a Rafael Vera, exsecretario de Estado para la Seguridad. Algunos periódicos que hablan de «persecución» a un juez para defender a Garzón no decían lo mismo de otro juez destacado en la investigación de los GAL, Gómez de Liaño, que hoy ejerce como abogado y no ha vuelto a la carrera judicial. El propio Gómez de Liaño, según señala la edición digital de «Tiempo», criticó la pretensión del PP de querellarse contra Garzón por no inhibirse en el caso Gürtel.

Recuerdo que hace casi veinte años, cuando aún estudiaba en la Universidad, redacté un perfil de Baltasar Garzón que se titulaba «hacer de la toga un sayo». El título, que apelaba tanto a la audacia del juez -en su persecución a ETA y al narcotráfico- como a su desprecio por ciertos aspectos de procedimiento, así como a su breve aventura política, sigue plenamente vigente en la actualidad. Los mismos pinchazos telefónicos que malograron la sentencia de la operación Nécora contra el narcotráfico han acabado con su carrera judicial. Garzón es el mismo juez que persiguió eficazmente el terrorismo y su entorno y el que ordenó el cierre del periódico «Egunkaria», en una decisión muy discutida. Un gran juez y un pésimo instructor, según opinión generalizada de quienes han seguido su carrera. Grandes logros y grandes fracasos de un juez cuyos métodos han sido siempre cuestionados, bordeando a veces los límites de lo legal. No parece casualidad, ni el resultado de persecución política alguna, que hoy tenga todavía dos causas abiertas, y que la tercera haya caído en su contra. Quienes dicen que se ha acabado con el juez que se atrevió a investigar los crímenes del franquismo ignoran una trayectoria de veinte años que, si bien no ha estado exenta de luces brillantes, también ha estado plagada de sombras.

Post data: aún no he encontrado en las redes sociales (Twitter, Facebook) ninguna persona que se oponga a la decisión del Tribunal Supremo y que defienda, al mismo tiempo, la legitimidad de las escuchas a los abogados de la defensa. Se habla de «persecución». Cierto. Hay que perseguir todos los delitos, incluso los de los jueces. Incluso los de Urdangarín. Incluso los del Rey, si los cometiese. Nadie está por encima de la ley, ni siquiera los jueces. Esa es la grandeza de la democracia.

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Quienes practican la intolerancia

«Quienes practican la intolerancia». Así se refirió el Rey a los militantes de Herri Batasuna que interrumpieron su histórica alocución en la Casa de Juntas de Guernica hace casi 31 años, en la que fue la primera visita del monarca al País Vasco. Puede parecer que ha transcurrido una eternidad, pero hay ciertos síntomas que nos indican que no hemos avanzado tanto. Lo hemos visto estos días, tras la muerte de Manuel Fraga, con comentarios fuera de tono.

Ya han sido muchos los que han glosado la figura del político gallego. No voy a repetir lo que otros han recordado mejor que yo, sus logros indiscutibles, su amor por el poder y los recodos más oscuros de su biografía, como las muertes de Vitoria o la ejecución del dirigente comunista Julián Grimau. Fraga asumió su responsabilidad por haber pertenecido a los gobiernos de Franco durante aquellos hechos. Hasta qué punto fue culpable, y no solo parcialmente responsable (Fraga no estaba en España durante los sucesos de Vitoria, y era ministro de Información y Turismo, no de Gobernación, cuando juzgaron sumariamente a Grimau) es algo que decenas de libros no han conseguido poner en claro. Resulta inevitable la comparación con Santiago Carrillo, por su más que probable responsabilidad en la matanza de Paracuellos (sostenida por historiadores como Paul Preston, nada sospechoso de derechista), y en mito de la Guerra Civil como Pasionaria, Largo Caballero o Lluis Companys, por citar solo tres, hoy «canonizados» por la izquierda (y no tan izquierda), pero cuya trayectoria política arroja sombras a menudo siniestras. Sería enredarse en el «y tú más» y en una discusión histórica sin fin.

Lo que parece tristemente claro es que parte de la sociedad española no está todavía preparada para hablar de la Guerra Civil y de la dictadura sin crisparse. Muchas veces son los más jóvenes, los que ni siquiera habían nacido cuando murió Franco, los más crispados. El recientemente fallecido Isaac Díaz Pardo, histórico galleguista e intelectual de izquierdas cuyo padre fue fusilado por el bando franquista, siempre se mostró contrario a remover ese trágico pasado. No es que personas como él quieran olvidar el pasado, es que no quieren revivirlo.

Recordaba Díaz Pardo lo absurdo de una guerra fratricida en la que cada cual luchaba según dónde le hubiese pillado el alzamiento. No fueron pocos los que tuvieron que disparar contra sus vecinos en contra de sus ideas políticas o religiosas. A mi abuelo, por ejemplo, la guerra le sorprendió en Madrid. Alguien delató sus simpatías con el bando sublevado y fue llevado a una checa. Tenía todas las de perder: era un hombre muy religioso y escondía los vehículos de la empresa en la que trabajaba para que no los requisasen los milicianos. En aquellos días, llevar una estampita de la Virgen en la cartera o no entregar un coche para la causa de la guerra podía significar una sentencia de muerte. A mi abuelo le salvó de la «saca» la intercesión de un familiar, que tenía algún contacto, creo recordar que sentimental, con un militante socialista. «De la que te has librado», le dijeron a mi abuelo los que custodiaban la checa. Pues bien, terminada la guerra, mi abuelo, aquel hombre que escuchaba clandestinamente el parte radiofónico y deseaba secretamente que las tropas de Franco liberasen Madrid, lloró con amargura cuando, de vuelta en Vigo, sus amigos y vecinos le contaron que también había habido «paseos» (fusilamientos) en la llamada «zona nacional». «¿Para esto tantas muertes, tanto sufrimiento?», se preguntó mi abuelo entre lágrimas, en la única ocasión en la que mi padre le vio llorar. Mi abuelo pensó, seguramente, lo mismo que le había espetado Unamuno a Millán-Astray en el 36: «Venceréis, pero no convenceréis».

Pasados los años, mi padre, que sufrió de niño las penalidades y el hambre de la Guerra Civil en Madrid, tuvo como uno de sus mejores amigos a un militante anarquista y posteriormente histórico dirigente socialista, Leopoldo García Ortega, natural de Valladolid y fallecido en 2008 a los 91 años. Una década antes de morir, Leopoldo me dio una exclusiva periodística que tenía mucho de confesión histórica: él había ayudado a ocultarse en Vigo a Delgado y Granados, dos anarquistas que fueron acusados de colocar una bomba en la Dirección General de Seguridad de Madrid (el edificio del reloj en la Puerta del Sol), y que fueron ejecutados por el cruel método del garrote vil en 1963, pocos meses después de la ejecución de Grimau. Estuvieron ocultos, al parecer, en el colegio Curros Enríquez (hoy, Alborada) de Candeán, Vigo. Más tarde los verdaderos autores del atentado confesaron los hechos, evidenciando el grave error judicial.

La historia sirve para poner de manifiesto cómo dos personas de ideologías completamente opuestas como mi padre y Leopoldo, uno marcado desde niño por haber vivido la guerra en el bando contrario; el otro, luchador antifranquista que sufrió la cárcel y el exilio, podían charlar durante horas de lo divino y de lo humano, sin pelearse, sin levantar la voz, y sobre todo, sin perder su inquebrantable amistad. Su relación de décadas ejemplifica para mí el espíritu de la transición, ese proceso hoy tan denostado por muchos, en los extremos de la derecha y de la izquierda.

Por desgracia todavía hay quienes, aunque minoritarios, practican la intolerancia. Ocurrió el pasado lunes en Vigo, cuando el nieto de Franco, Francisco Franco Martínez-Bordiú, vino al Club Faro de Vigo, un foro de opinión abierto, gratuito y plural, a hablar de la relación con su abuelo, una charla sobre la faceta familiar, no política, del que fuera dictador de España durante 36 años, justamente los mismos que llevamos de democracia. Baste decir que la siguiente conferencia en el programa, la de la periodista Nativel Preciado, versa precisamente sobre los luchadores antifranquistas como Leopoldo García Ortega, el gran amigo de mi padre. Pocas imágenes como las que muestra este vídeo retratan mejor a los intolerantes que impiden el ejercicio de la libertad de expresión, y que tuvieron que ser desalojados por la Policía. Vídeo en YouTube:

Imagen de previsualización de YouTube

Véase en el minuto 3.24 cómo una señora se acerca por detrás al conferenciante, Francis Franco, y le recrimina algo al oído, sin que el conferenciante se inmute lo más mínimo. El comportamiento del público, organización, presentadora e invitado, ignorando las continuas provocaciones e insultos, les engrandece; la conducta de los alborotadores les envilece. Deberíamos dar las gracias a los militantes del movimiento independentista NÓS-UP por retratarse a sí mismos en este vídeo tan esclarecedor.

Quizá deberían saber, señoras y señores de NÓS-UP, que ser nieto o hijo de un dictador no significa, necesariamente, comulgar con sus ideas. Ahí tienen el caso de Alina Fernández, hija de Fidel Castro y muy crítica con el régimen de su padre. O el de Svetlana Alilúyeva, única hija de Stalin, que pidió asilo político en Estados Unidos en 1967. Claro que, para ustedes, estas personas son individuos alienados por el capitalismo…

El Rey pronunció aquel tenso discurso en Guernica pocos días antes del golpe de Estado del 23-F. Afortunadamente, hoy no escuchamos ruido de sables en el estamento militar ni ETA comete ya asesinatos. En algo sí hemos avanzado.

 

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Por una televisión pública sin «corazón»

Seré breve, porque cierta gentuza vive precisamente de la publicidad gratuita, y no es cuestión de contribuir más a sus abundantes cuentas corrientes. Hoy se ha anunciado la ruptura entre Kiko Rivera, el hijo de Isabel Pantoja, y la modelo Jessica Bueno. La relación de estos dos personajes ha ocupado innumerables espacios en revistas del corazón y programas televisivos durante los pocos meses que ha durado, incluyendo un anuncio de boda, un supuesto embarazo, un presunto aborto, una cancelación de boda y un nuevo anuncio de boda. Cualquiera con dos dedos de frente sospecha que asistimos al último (ojalá) episodio de un inmenso montaje destinado a cobrar exclusivas en revistas del corazón (dos portadas en «Hola») y a inflar la imagen mediática de dos individuos (ella y él) sin más oficio y beneficio que facturar falsas noticias y acudir a «bolos» discotequeros. Bueno, Kiko Rivera ha actuado en la última entrega de «Torrente», y no creo que Santiago Segura esté muy satisfecho con la imagen de su «actor»…

El asunto de «Paquirrín» ya apestaba a montaje, y no solo por la diferencia con la que la Naturaleza ha tratado a los presuntos novios. Por mucho que uno pueda creer en el amor más allá del atractivo físico, resultaba del todo inverosímil el anuncio de aborto natural a los dos meses de gestación de la novia: Jessica Bueno volvía al gimnasio tan campante pocos días después de un trance que resulta extremadamente doloroso (física y moralmente) y traumático para cualquier mujer que lo padezca. Increíble capacidad de recuperación la suya. Pero, qué más da, Kiko, Jessica e Isabel Pantoja (especial navideño incluido) están y seguirán en el «candelabro».

Cada uno es libre de creer (o de no creer) lo que quiera, y de consumir la información basura y las ruedas de molino que se le pongan delante. Incluso resulta lícito que los medios de comunicación privado se hagan eco de estos mensajes y nos cuenten hasta el más mínimo detalle de las vidas de estos engañabobos. Basta con cambiar de cadena. Lo que no parece de recibo es que se le dediquen espacios en los medios de comunicación públicos. El programa que presenta Anne Igartiburu en TVE 1, todos los días de semana de 14.30 a 15.00 horas, ha dedicado horas de emisión a Kiko Rivera y a su pantomima, y también a la esposa del torero Jesulín de Ubrique, María José Campanario, después de ser condenada por estafa y falsedad. Este último caso es todavía más grave, pues se ofrece cobertura informativa pública más que benevolente (entrevistas muy comprensivas con la condenada, pobrecilla ella) a una persona que, según se ha demostrado en los tribunales, defraudó gravemente al sistema de Seguridad Social de este país, sumido en una profunda crisis. El dinero DE TODOS (los presupuestos de TVE) se destina a mejorar la imagen de una mujer que nos ha hurtado A TODOS.

Bien harían los nuevos gestores del ente público (si cambian con el nuevo Gobierno) en prohibir cualquier cobertura de las mal llamadas cuestiones del corazón (corresponden, en todo caso, a vísceras menos nobles), y que en todo caso estos espacios se dedicasen a informarnos de aspectos personales de ciudadanos más honorables y meritorios. Un ejemplo: no es lo mismo hablar del lado humano de Rafa Nadal, Vicente del Bosque o Josep Carreras, personas de probada valía profesional y personal, que de otros individuos cuyo único mérito es haberse casado con (o ser hijo de) tal o cual personaje de la farándula, y que no han tenido más beneficio en su vida que la venta de exclusivas. Léase Kiko Rivera, María José Campanario y Belén Esteban, por citar tres casos palmarios. ¿De verdad ofrecer bazofia es «servicio público»?

Claro que, esto es España, un país en el que «el dinero público no es de nadie». Y así nos va.

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Rajoy y el fin del principio

Tuve la oportunidad de conocer a Mariano Rajoy hace pocos años. En Faro de Vigo me encargaron entrevistarle en más de una ocasión, en una de ellas en la célebre «sala de maitines» de la sede del PP en la calle Génova. No puedo presumir de haberle tratado a fondo, dado que mis encuentros con el ahora presidente han sido puntuales y en el ámbito profesional, pero creo conocerle más allá de la distancia -casi siempre, abismal- que separa al entrevistado del entrevistador. Aquellas entrevistas en profundidad las preparé a conciencia, leyendo multitud de documentos sobre su persona, y hasta una voluminosa biografía. Hice mis deberes. Quería que Rajoy dejase ver a la persona que hay detrás del político a través de algunas preguntas más personales o culturales (lo mío es la cultura más que la política), y creo que lo logré en cierta medida. Sin embargo, lo más revelador para mí de esos encuentros fue lo que pude ver y oír cuando la grabadora estaba apagada.

Mi última entrevista con Rajoy fue poco antes de las elecciones generales de marzo de 2008. La planta donde se encontraba el despacho de Rajoy estaba «tomada» por el equipo de Andreu Buenafuente. Esa misma mañana el popular humorista y presentador tenía una cita con el jefe de la oposición para hacerle una amplia entrevista, que sería emitida en horario de máxima audiencia. Pero la de Faro de Vigo era la primera de la mañana, o a eso se había comprometido el equipo de Mariano Rajoy. Buenafuente tenía que esperar a que terminase de hacer su entrevista un desconocido periodista de un periódico «de provincias». Con bastante puntualidad me recibió el presidente del PP, y en los pasillos de la sede de Génova nos encontramos con Buenafuente. Rajoy le estrechó la mano al de Reus por primera vez (no me consta que se conocieran de antes), con mayor cordialidad (al menos, eso percibí), que la que mostró el «showman» (algo tenso) con el político. Acto seguido, Rajoy me presentó a Buenafuente, que parecía nervioso y ansioso por saltarse el orden establecido en la agenda. Al fin y al cabo, había desplazado un equipo de grabación entero (incluido Jordi Evolé, «el Follonero») de Barcelona a Madrid, y yo no era más que un joven y desconocido periodista de un periódico (el decano de España, eso sí) de ámbito regional. El hecho de que Rajoy me presentase a Buenafuente (a veces, uno se siente invisible en según qué situaciones) y que respetase el tiempo y el orden de la entrevista me pareció muy significativo. Otro político más preocupado por su imagen se hubiera enclaustrado en maquillaje y peluquería, preguntando insistentemente a sus asesores qué corbata da mejor en cámara. El periodista «galleguiño» podía esperar. Pero no. Rajoy es recto, serio y previsible en el mejor sentido de estas palabras. Y se sometió a la media hora de entrevista a solas conmigo, sin su jefa de prensa, la periodista Carmen Martínez Castro, una buena profesional que a veces lleva demasiado lejos su afán por evitar cualquier desliz por la espontaneidad de su jefe (pesaban aún los «hilillos» del Prestige).

Repetía Rajoy en aquellos años que si pudiera tomarse un café con cada uno de los votantes españoles arrasaría en las elecciones. Y tenía razón, aunque no le ha hecho falta demostrarlo. El político gallego gana mucho en las distancias cortas, algo que reconocen incluso políticos y periodistas de signo ideológico opuesto al suyo. Uno, que es un tímido incurable, sabe muy bien que la timidez se suele confundir, en la primera impresión, con adustez de carácter. Rajoy no es el tipo en el que cualquiera pensaría en primer lugar para tomarse unas cañas, pero es dueño de un humor muy fino, al estilo de su admirado paisano Pío Cabanillas Gallas, y es incluso capaz de reírse de sí mismo, en la medida en que esto es posible en un político, cuando no hay cámaras de por medio. Recuerdo que le pregunté si se sentía el Poulidor de la política española. Él, gran aficionado al ciclismo, entendió el símil, como es natural, y me contestó sin vacilar que él iba a ser un Eddy Merckx. Tras ocupar varios ministerios y puestos clave en todas las administraciones, salvo la municipal, parece claro que es el mejor preparado para afrontar el Tourmalet que le espera.

Los que antes (sobre todo desde la derecha) le reprochaban a Rajoy su supuesta falta de carisma y firmeza cambian su opinión al ver al otrora gris registrador de la propiedad como nuevo inquilino de la Moncloa, y clavando sus ojos en el portavoz de Amaiur para espetarle: «Yo a usted no le debo nada». No hay duda de que el hábito hace al monje, y que ganar unas elecciones (más si es por abrumadora mayoría absoluta) aporta un extra de carisma. Recordemos la escasa capacidad de liderazgo que se atribuía a José María Aznar antes de 1996 y lo que significa ahora, tanto para sus acólitos como para sus rivales políticos, la figura del expresidente del Gobierno del PP.

Como otro de sus referentes políticos, Winston Churchill, Rajoy no puede prometer más que «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Es el tortuoso camino que hay que recorrer para rectificar el rumbo del país. Pero su seriedad, su previsibilidad, su sensatez y su bonhomía -no quiso hacer leña del árbol caído al despedir a Zapatero en el Congreso- son cualidades que ahora jugarán a su favor, y no en su contra. Para salir de la crisis, los españoles quieren un mirlo blanco, no un taimado halcón de la política. Necesitan a alguien que les diga la verdad de la situación, por muy dolorosa que sea. Que haya elegido a sus ministros sin atender a cuotas, ni territoriales, ni políticas, ni de sexo, es otra buena señal en la dirección correcta. Ojalá que sus decisiones sigan siendo acertadas para que pronto pueda anunciar no ya el fin de la crisis, ni tan siquiera el principio del fin; pero, al menos, sí el fin del principio.

 

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11-S: la duda ofende

Diez años después del 11-S, poco o nada nuevo se puede añadir a los millones de reflexiones que se han vertido sobre este acontecimiento, los mayores atentados terroristas de la historia, los más investigados, vistos en directo por buena parte de la humanidad, y los mejor documentados. Lo que acabo de afirmar, que es obvio para casi todo el mundo, es todavía negado, pasada una década, por algunas personas que se tienen por inteligentes. Parafraseando a Aznar, quienes ponen en cuestión la responsabilidad del terrorismo islamista en el 11-S no viven en el Pakistán profundo, «no se esconden en desiertos lejanosni en montañas remotas. No diré más». Solo que algunos de estos listos escriben en la prensa, y hasta alguno ha tenido familiares muy cercanos como testigos de la tragedia.

Seguramente yo no estoy tan bien informado como los que sostienen la teoría de la conspiración. Es muy posible que sea un ingenuo al considerar imposible que la CIA o el FBI, o el Departamento de Defensa de EEUU hayan decidido matar a miles de ciudadanos norteamericanos para poner en marcha una escalada bélica en Irak y Afganistán. Seguramente no sé nada de las Torres Gemelas, aunque pude visitarlas, ni del carácter de los norteamericanos, pese a que viví allí cierto tiempo.

No perderé el tiempo en refutar uno a uno los argumentos de los que sostienen que fue EEUU, y no Al Qaeda, quien planeó los ataques. Lo piensan quienes aseguraban que Osama Bin Laden no existía, o que había sido agente de la CIA. Que un avión no impactó contra el Pentágono, que fue un misil. Que es imposible que un piloto sin mucha experiencia pudiese acertar en las Torres Gemelas (cualquiera que haya estado en esos edificios soltará una carcajada al leer esto)… Que los judíos fueron avisados para abandonar las Torres Gemelas antes de los atentados (tenía que aparecer el antisemitismo por algún lado). Y otras argumentaciones que no llegan ni a la categoría de leyendas urbanas. Curiosamente, los que creen a pies juntillas en esta teoría de la conspiración tachan de fascista al que cuestione cualquier aspecto de la versión oficial sobre el 11-M.

Los que siguen manteniendo estas absurdas teorías no solo ofenden a las miles de víctimas y a las personas que, heroicamente, ayudaron en las labores de rescate y recuperación, en muchos casos, entregando sus propias vidas de una forma admirable. También persisten en el error de minusvalorar la peligrosidad del terrorismo islamista, una amenaza comparable a la que supuso el nazismo en los años 3o del siglo pasado.

La Real Academia define «necio» como «ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber», «imprudente o falto de razón», «terco y porfiado en lo que hace o dice». No se me ocurre un calificativo más preciso para ellos.

P.D.: Viendo uno de los numerosos documentales que se emiten estos días sobre el 11-S, me entero del testimonio de un corredor de bolsa musulmán, que en su huida del derrumbe de una de las torres cayó y fue levantado del suelo por un ultraortodoxo judío, tocado con una kipá y con los característicos tirabuzones. «Vamos, hermano, salgamos de aquí», le dijo. Una anécdota que define el espíritu de Nueva York en aquellos trágicos días.

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Sampedro y las llaves del papa

Discrepo de la opinión de José Luis Sampedro sobre la próxima visita del papa Benedicto XVI (búsquese en YouTube «José Luis Sampedro y la visita del papa».

Con la misma lógica, muchos podrían objetar iguales razones a la visita del presidente de Irán o la de los mandatarios (que son muchos y muy ricos) de Arabia Saudí, que son teocracias que denigran los derechos humanos mucho más que el Vaticano. ¿Y por qué tiene alguien que pagar con sus impuestos los Juegos Olímpicos de Madrid, si odia el deporte? ¿O el desfile del Orgullo Gay, si no es homosexual? ¿Y los festivales de música gratuitos, a cargo del contribuyente? ¿Y las televisiones autonómicas públicas? Y tantos y tantos eventos y fastos que nos dan exactamente igual al 80% de los ciudadanos. Se habla de la visita del papa, que costará lo que cueste pero crea empleo y atrae a millares de visitantes de todo el mundo, y se olvidan de los 2.000 millones de euros de deuda de Castilla-La Mancha, por poner un ejemplo de actualidad.

Por otro lado, no es cierto que la educación que se recibe en los colegios católicos inculque el pensamiento único. Los ejemplos de políticos de izquierdas que han estudiado en ellos son numerosos. Es notable que muchas personas de izquierdas envían a sus hijos a colegios católicos, sin miedo a que les laven el cerebro. Sampedro, por su edad, conoce los colegios de los años 20, que poco tienen que ver con los actuales… ¿Y las universidades? Felipe González estudió en la católica Lovaina. Y uno de los máximos responsables de Público (sí, ese diario), era compañero mío de clase, en la Universidad de Navarra (Opus Dei). El espectro ideológico de mis antiguos compañeros de colegio Marista y universidad católica no puede ser más diverso y plural: ateos, católicos, nacionalistas vascos y gallegos, de derechas, de izquierdas… de todo. Yo mismo estoy más cerca del agnosticismo que de ser un creyente ferviente, y mucho menos practicante. Mejor haría el señor Sampedro en preocuparse de la educación en ciertas ikastolas y en las escuelas coránicas.

Presuponer que a un alumno le van a lavar el cerebro por ir a un colegio católico es tan absurdo como creer que, si va a uno público, de mayor va a votar al partido que gobierne en ese momento. Y pensar que la visita del papa va a originar un proselitismo religioso salvaje es tanto como creer que el desfile del orgullo gay convertirá a todos los madrileños en homosexuales. Libertad de expresión y respeto a todas las opciones, por favor.

Nos olvidamos con frecuencia del papel que tuvo Juan Pablo II en la caída del Muro de Berlín, de la doctrina social de la Iglesia, del humanismo cristiano, de la Rerum Novarum, de la Mit brennender Sorge, de Erasmo de Rotterdam, de Bartolomé de las Casas, de Teresa de Calcuta, de Cáritas… Como decía Chesterton, una institución que ha perdurado 2.000 años pese a sus aburridas misas y los desmanes de muchos de sus sacerdotes y obispos, algo bueno ha de tener.

Por muy lejos que estemos de las ideas que defienda, la visita del papa debe ser una manifestación de la libertad de culto y de expresión que existe en este país. Los partidarios del papa tienen tanto derecho a manifestarse como los ateos, dentro del debido respeto mutuo.

Para terminar, copio y pego un pasaje de la biografía de Sampedro: «En 1936 es movilizado por el ejército republicano en la Guerra Civil Española. Con peligro de su vida, consigue desertar e incorporarse al llamado ejército nacional». Claro, le debían de habían de haber lavado el cerebro en su colegio, de ahí su confusión mental… Y el efecto del lavado de cerebro duró, porque Sampedro nunca se exiló durante la dictadura de Franco, ni fue expulsado de su cátedra, al contrario que Aranguren y Tierno Galván. Al contrario, disfrutó de una posición social y económica acomodada. La misma que ahora le permite opinar, y a mí discrepar.

 

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Acampada en Sol – pásalo

Esto, como casi siempre, es una reflexión a botepronto y a bocajarro, y sé lo políticamente incorrecta que resulta.

¿Será casualidad que la movilización en Sol se celebre una semana antes de las elecciones y que Rubalcaba se haya apresurado a apoyarla? No hay duda de que las intenciones de gran parte o la mayoría de los movilizados son muy loables: contra la rigidez del bipartidismo y de las listas cerradas, contra los privilegios de los políticos, contra las maldades del sistema… Pero, ¿se apropiarán los antisistema de esta iniciativa? De momento reporteros de varios medios de comunicación, públicos y privados, han sido zarandeados, golpeados y escupidos. Bien harán los cabecillas (si se les puede llamar así) del «mayo del 11» (como les ha bautizado atinadamente mi amigo Leandro Pérez Miguel) en mantener a raya a los violentos y mantener el carácter pacífico de las protestas.

Lo que no está muy claro es si esta iniciativa va a ser fagocitada por elementos partidistas, interesados, sectarios y politizados, como ocurrió con las movilizaciones del «No a la guerra», y en parte con las de «Nunca máis». Tal vez Rubalcaba ha visto en esto una oportunidad de «crear tensión» antes de las elecciones, como le dijo Zapatero a Gabilondo hace unos años. A la frase de «no les votes» le quiere poner el PSOE un complemento directo, PP, pasando por alto que la movilización se dirige al gobierno igual o con más fuerza que a la oposición.

Creo que hay pocas movilizaciones espontáneas. Solo cuando un acontecimiento muy concreto golpea a la opinión pública y es difundido masivamente (asesinato de Miguel Ángel Blanco, 11-M, guerra de Irak…), la gente sale a la calle. Esta vez el «casus belli», la gota que colma el vaso de esta movilización, es más difuso. ¿Cinco millones de parados? Hace tiempo que el paro es socialmente insoportable. ¿Por qué ahora?

Habrá que ver cómo termina todo esto, pero no deja de tener un aspecto inquietante en cierto modo. Leo en Twitter que algunos usuarios denuncian el funcionamiento de «inhibidores» de internet en Sol. ¿No será que la red se colapsa y que por eso no pueden «tuitear»? También dicen que apagaron las cámaras web cuando la policía intentó disolver la concentración. ¿Comienzan ya a surgir teorías conspiranoicas contra quienes ostentan el poder en Madrid, que ya sabemos de qué partido son?

Solo cabe esperar que algunos de los que acampan esta noche en la Puerta del Sol no acaben el sábado, jornada de reflexión, ante las sedes de un partido en concreto. «Pásalo».

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De vuelta…

La muerte súbita de mi PC ha provocado una moratoria prolongada en este blog, por decirlo en términos «nucleares». Vuelvo al original, el Mac de Apple, mucho más caro que el PC, pero mucho más eficiente y fiable. Espero que me dure por muchos años.

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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