Quienes practican la intolerancia

«Quienes practican la intolerancia». Así se refirió el Rey a los militantes de Herri Batasuna que interrumpieron su histórica alocución en la Casa de Juntas de Guernica hace casi 31 años, en la que fue la primera visita del monarca al País Vasco. Puede parecer que ha transcurrido una eternidad, pero hay ciertos síntomas que nos indican que no hemos avanzado tanto. Lo hemos visto estos días, tras la muerte de Manuel Fraga, con comentarios fuera de tono.

Ya han sido muchos los que han glosado la figura del político gallego. No voy a repetir lo que otros han recordado mejor que yo, sus logros indiscutibles, su amor por el poder y los recodos más oscuros de su biografía, como las muertes de Vitoria o la ejecución del dirigente comunista Julián Grimau. Fraga asumió su responsabilidad por haber pertenecido a los gobiernos de Franco durante aquellos hechos. Hasta qué punto fue culpable, y no solo parcialmente responsable (Fraga no estaba en España durante los sucesos de Vitoria, y era ministro de Información y Turismo, no de Gobernación, cuando juzgaron sumariamente a Grimau) es algo que decenas de libros no han conseguido poner en claro. Resulta inevitable la comparación con Santiago Carrillo, por su más que probable responsabilidad en la matanza de Paracuellos (sostenida por historiadores como Paul Preston, nada sospechoso de derechista), y en mito de la Guerra Civil como Pasionaria, Largo Caballero o Lluis Companys, por citar solo tres, hoy «canonizados» por la izquierda (y no tan izquierda), pero cuya trayectoria política arroja sombras a menudo siniestras. Sería enredarse en el «y tú más» y en una discusión histórica sin fin.

Lo que parece tristemente claro es que parte de la sociedad española no está todavía preparada para hablar de la Guerra Civil y de la dictadura sin crisparse. Muchas veces son los más jóvenes, los que ni siquiera habían nacido cuando murió Franco, los más crispados. El recientemente fallecido Isaac Díaz Pardo, histórico galleguista e intelectual de izquierdas cuyo padre fue fusilado por el bando franquista, siempre se mostró contrario a remover ese trágico pasado. No es que personas como él quieran olvidar el pasado, es que no quieren revivirlo.

Recordaba Díaz Pardo lo absurdo de una guerra fratricida en la que cada cual luchaba según dónde le hubiese pillado el alzamiento. No fueron pocos los que tuvieron que disparar contra sus vecinos en contra de sus ideas políticas o religiosas. A mi abuelo, por ejemplo, la guerra le sorprendió en Madrid. Alguien delató sus simpatías con el bando sublevado y fue llevado a una checa. Tenía todas las de perder: era un hombre muy religioso y escondía los vehículos de la empresa en la que trabajaba para que no los requisasen los milicianos. En aquellos días, llevar una estampita de la Virgen en la cartera o no entregar un coche para la causa de la guerra podía significar una sentencia de muerte. A mi abuelo le salvó de la «saca» la intercesión de un familiar, que tenía algún contacto, creo recordar que sentimental, con un militante socialista. «De la que te has librado», le dijeron a mi abuelo los que custodiaban la checa. Pues bien, terminada la guerra, mi abuelo, aquel hombre que escuchaba clandestinamente el parte radiofónico y deseaba secretamente que las tropas de Franco liberasen Madrid, lloró con amargura cuando, de vuelta en Vigo, sus amigos y vecinos le contaron que también había habido «paseos» (fusilamientos) en la llamada «zona nacional». «¿Para esto tantas muertes, tanto sufrimiento?», se preguntó mi abuelo entre lágrimas, en la única ocasión en la que mi padre le vio llorar. Mi abuelo pensó, seguramente, lo mismo que le había espetado Unamuno a Millán-Astray en el 36: «Venceréis, pero no convenceréis».

Pasados los años, mi padre, que sufrió de niño las penalidades y el hambre de la Guerra Civil en Madrid, tuvo como uno de sus mejores amigos a un militante anarquista y posteriormente histórico dirigente socialista, Leopoldo García Ortega, natural de Valladolid y fallecido en 2008 a los 91 años. Una década antes de morir, Leopoldo me dio una exclusiva periodística que tenía mucho de confesión histórica: él había ayudado a ocultarse en Vigo a Delgado y Granados, dos anarquistas que fueron acusados de colocar una bomba en la Dirección General de Seguridad de Madrid (el edificio del reloj en la Puerta del Sol), y que fueron ejecutados por el cruel método del garrote vil en 1963, pocos meses después de la ejecución de Grimau. Estuvieron ocultos, al parecer, en el colegio Curros Enríquez (hoy, Alborada) de Candeán, Vigo. Más tarde los verdaderos autores del atentado confesaron los hechos, evidenciando el grave error judicial.

La historia sirve para poner de manifiesto cómo dos personas de ideologías completamente opuestas como mi padre y Leopoldo, uno marcado desde niño por haber vivido la guerra en el bando contrario; el otro, luchador antifranquista que sufrió la cárcel y el exilio, podían charlar durante horas de lo divino y de lo humano, sin pelearse, sin levantar la voz, y sobre todo, sin perder su inquebrantable amistad. Su relación de décadas ejemplifica para mí el espíritu de la transición, ese proceso hoy tan denostado por muchos, en los extremos de la derecha y de la izquierda.

Por desgracia todavía hay quienes, aunque minoritarios, practican la intolerancia. Ocurrió el pasado lunes en Vigo, cuando el nieto de Franco, Francisco Franco Martínez-Bordiú, vino al Club Faro de Vigo, un foro de opinión abierto, gratuito y plural, a hablar de la relación con su abuelo, una charla sobre la faceta familiar, no política, del que fuera dictador de España durante 36 años, justamente los mismos que llevamos de democracia. Baste decir que la siguiente conferencia en el programa, la de la periodista Nativel Preciado, versa precisamente sobre los luchadores antifranquistas como Leopoldo García Ortega, el gran amigo de mi padre. Pocas imágenes como las que muestra este vídeo retratan mejor a los intolerantes que impiden el ejercicio de la libertad de expresión, y que tuvieron que ser desalojados por la Policía. Vídeo en YouTube:

Imagen de previsualización de YouTube

Véase en el minuto 3.24 cómo una señora se acerca por detrás al conferenciante, Francis Franco, y le recrimina algo al oído, sin que el conferenciante se inmute lo más mínimo. El comportamiento del público, organización, presentadora e invitado, ignorando las continuas provocaciones e insultos, les engrandece; la conducta de los alborotadores les envilece. Deberíamos dar las gracias a los militantes del movimiento independentista NÓS-UP por retratarse a sí mismos en este vídeo tan esclarecedor.

Quizá deberían saber, señoras y señores de NÓS-UP, que ser nieto o hijo de un dictador no significa, necesariamente, comulgar con sus ideas. Ahí tienen el caso de Alina Fernández, hija de Fidel Castro y muy crítica con el régimen de su padre. O el de Svetlana Alilúyeva, única hija de Stalin, que pidió asilo político en Estados Unidos en 1967. Claro que, para ustedes, estas personas son individuos alienados por el capitalismo…

El Rey pronunció aquel tenso discurso en Guernica pocos días antes del golpe de Estado del 23-F. Afortunadamente, hoy no escuchamos ruido de sables en el estamento militar ni ETA comete ya asesinatos. En algo sí hemos avanzado.

 

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3 Comentarios Dejar comentario

  1. J. I. #

    Comienzo a leer y quedo sorprendido por la notable parcialidad de un artículo que pretende ser neutral. Destaca como Fraga, a pesar de haber sido ministro franquista, no tuvo absolutamente nada que ver con los turbios con los que se relaciona, y sin embargo, Carrillo, La Pasionaria o Lluís Companys parecen ser, a través del cristal del autor, de una culpabilidad, cuando menos, probable. Irónico rematar semejante declaración de principios con: «Sería enredarse en el “y tú más”, a la vista está que se acaba de hacer, de forma velada, pero que en subconsciente queda plasmada de forma evidente.

    Después de esto comienza un pintoresco anecdotario de la Guerra Civil tratando de justificar el manido argumento de que ambos bandas eran un compendio de malhechores, o en el mejor de los casos, de gente normal que se había dado a un frenesí de venganza y desquite. Hartos estamos algunos de oír comparar asesinatos espontáneos (no se niega que los hubiera, y en ocasiones en masa) de un hatajo de ciudadanos de a pie entremezclados con militares con las ejecuciones sistemáticas de «profesionales» de la guerra, es decir, de un sistema, un proto-Estado.

    Clama al cielo, si se prosigue con la lectura, ver justificada la amnistía de tales asesinos con la excusa de no remover el pasado. Jamás oí que Franco dejara ningún delito, real o imaginario, por investigar. Cabe pensar que es justo que ahora, aunque sea a toro pasado, se investigue y se arroje algo de luz sobre esos 40 años de silencio y oscuridad. No habría que remover ningún pasado (no tan pasado) si no se hubiese dejado que se convirtiese en tal. En fin, ya se sabe, de aquellos barros estos lodos.

    Me llama la atención la posición de tolerancia de mucha gente acerca de la difusión de ideas franquistas. Suele ser la misma gente que no pone ningún reparo cuando el señor X (léase un apellido largo y con consonantes como K, Z o X) es condenado por apología del terrorismo. Por poner un ejemplo, la carta de De Juana Chaos en defensa de ETA. Otro ejemplo es la condena del uso de esvásticas y demás parafernalia nazi en Alemania, totalmente prohibido claro. Habría que preguntarse si es de verdad justicia el ser tolerante con ideología que predican exactamente lo contrario, la intolerancia y la violencia contra quien piense diferente. Pero en España se huele fácilmente, flotando en el ambiente, de que Franco no era tan malo, al menos no tanto como Hitler o Stalin, como si la maldad fuese algo medible en semejantes extremos.

    Por último quisiera destacar la hipocresía del autor cuando defiende la independencia ideológica del señor Francisco Franco y Martínez-Bordiú (nótese que el orden de los apellidos está cambiado, a petición del propio nieto del Generalísimo) frente a su abuelo, cuando es harto sabido que la independia que se defiende no es tal. Probablemente los integrantes de NÓS-UP sí están al corriente de los libros escritos por el Nieto y de su denuncia por xenofobia. Solo nos queda la duda de si el autor de este artículo ignora estos hechos o directamente los omite.

    • rafagas #

      Empezando por el final, ¿donde defiendo yo la «independencia ideológica» del señor Francisco Franco Martínez-Bordiú? Lo siento, me declaro incapacitado para responder a semejante sarta de malas interpretaciones y tampoco me apetece hacerlo, tengo más cosas que hacer. Usted, o tiene muy malas intenciones, o no superaría la prueba de comentario de texto de la Selectividad porque no capta el sentido de un escrito. Me inclino a pensar lo primero, por los «tics» que plagan sus comentarios. No voy a perder el tiempo bajándome a su nivel. No creo que el 99 por ciento de los ciudadanos que puedan leer esta blog sean tan retorcidos como usted, que además se atreve a llamarme hipócrita sin revelar su identidad. Su cobardía es deleznable.

      P.D.: Yo no pretendo ser neutral, vuelvo a equivocarse. Soy parcial, estoy con la razón, con la libertad y con los derechos humanos. Y tengo unas ideas, como las tendrá usted. Debato con argumentos, no con interpretaciones retorcidas y malintencionadas, como usted.

      • J. I. #

        Bien, por partes, copio un fragmento del final de su artículo: «Quizá deberían saber, señoras y señores de NÓS-UP, que ser nieto o hijo de un dictador no significa, necesariamente, comulgar con sus ideas». Hasta donde yo interpreto, y no es necesaria tal interpretación, usted recrimina a los militantes de NÓS-UP el relacionar indebidamente la figura del nieto con la del abuelo. Esto es un alegato vano, ya que efectivamente el nieto camina por la senda del abuelo. Resumiendo, los militantes del movimiento llevan razón cuando tachan de franquista al señor F. Franco, sin que esto quiera decir que el ser descendiente de dictador va irresolublemente unido a compartir las creencias de este. Lamento si se ha sentido ofendido, no pretendo calificarle de hipócrita a usted como persona ya que no le conozco, sino como el autor de este artículo ya que me inclino a creer que usted conoce, aunque sea grosso modo, el talante de este señor.

        No revelo mi identidad por la simple razón de que es una página a la vista de cualquiera y dado que yo no soy ni el autor ni una figura relevante en esta materia, mi nombre completo es tan relevante como las iniciales arriba escritas. No es cobardía, más bien prudencia, pero es usted libre de interpretarlo como quiera.

        ¿Algo que decir acerca del resto de argumentos?

Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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