Vigo

Cena atragantada

Bueno, pues esto es lo que nos ocurrió anoche a mi mujer y a mí en un restaurante del Casco Viejo de Vigo. Llegamos sobre las 23.30, después de asistir a un concierto, y solo quedaba una mesa para seis personas. Estábamos a punto de salir por donde entramos (en esa zona hay muchos sitios abiertos y no íbamos «a tiro fijo» a ese sitio), pero el encargado (o dueño, no sé) nos dijo que nos sentáramos en esa mesa para seis, que luego ya se vería. «Uy, a ver…», pensé.

No pretendíamos tomar una cena formal con postre, café y chupitos, sino tomar algo ligero y rápido. Nos advierte la camarera que se les han acabado dos platos. No pasa nada. Pedimos, y después de pedir nos dice que tampoco queda uno de los platos que hemos solicitado. Bueno, pues cambiamos otra vez.

Nos traen el entrante, unas croquetas. Primera visita del encargado para meternos prisa. Han entrado cinco clientes y el encargado quiere que apuremos para dejar nuestra mesa de seis, y eso que hemos sido los últimos en llegar. Terminamos las croquetas y vuelve el encargado con nuevas indirectas. Que «hay que trabajar», dice, con una sonrisa forzada. Ya con la prisa metida en el cuerpo tomamos el plato principal, unas zamburiñas para mi mujer y un arroz mexicano para mí. Nueva visita del encargado, que viene a preguntarnos, con otras palabras, si nos falta mucho. Yo no sé si el encargado se ha tomado algo de más (su voz me parecía un poco gangosa) o si esa era su actitud habitual. Pretende tener gracia, pero es muy pesado. Al menos con nosotros lo fue.

Terminamos a toda prisa, en tiempo récord. Se me queda algún grano de arroz en la garganta con el que luego me atragantaré. El encargado, consciente de su labor de acoso y derribo, nos dice que nos quedemos tomando el postre y el café. Eso sí, en la barra. Declinamos con una sonrisa su invitación y pedimos que nos cobren ya, que nos vamos. Nos hacen la cuenta «a boli» y salen 32,80 euros, ni un céntimo menos. Pagamos (sin propina) y nos largamos, con el íntimo propósito de no volver allí nunca jamás.

Fue uno de esos momentos en los que uno desea ser, por un momento, inspector de Sanidad o de Hacienda, o el mismo Chicote de «Pesadilla en la cocina».

El sitio tiene cierta fama y puede que más de uno de vosotros habréis tenido buenas experiencias gastronómicas allí, pero nosotros no. Nos sentimos francamente ninguneados y humillados, y si nos fuimos sin rechistar es porque queríamos perder de vista a ese señor y no quisimos montar una escena. La gente que estaba cenando allí con toda tranquilidad (no como nosotros) no tenía la culpa de la mala educación del responsable del restaurante. Si os pasa algo así tened más reflejos que yo y pedid una hoja de reclamaciones.

No voy a decir el nombre del sitio, tampoco quiero que sea la comidilla de todo el mundo…

 

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Siempre nos quedará el PortAmérica

PortAmérica 14 horarios

¿Puede un festival sobrevivir a la cancelación de su jornada más potente en su tercera edición? Después de que la tormenta obligase a suspender la jornada del viernes 18 de julio del festival PortAmérica, en Nigrán, no parece que este evento musical haya quedado, ni mucho menos, herido de muerte. El público se ha perdido a Andrés Calamaro, Vetusta Morla y Calle 13, entre otros artistas, pero el balance, a pesar del mal tiempo, resulta positivo. Lo que no te mata te hace más fuerte, y esto es lo que debe aplicarse la organización del PortAmérica.

No voy a reiterar mi crónica del concierto de Iván Ferreiro, que figura en la entrada anterior. Lo que lastró el homenaje a Golpes Bajos del músico vigués fue seguramente un fallo de comunicación. Los organizadores, Esmerarte, tendrían que haber especificado en la cartelería que el concierto iba a ser en su totalidad un homenaje a Golpes Bajos, aunque luego el propio Iván, medios de comunicación, webs y redes sociales difundiesen lo que se estaba cociendo con Pablo Novoa y Luis García como protagonistas en la sombra. La comunicación debe mejorar también en la cuestión del transporte. Resultaba difícil enterarse de los horarios para los autobuses con destino a Vigo, si los tickets se podían comprar al momento o si se necesitaba reservarlos previamente en internet, dónde se cogían… El transporte público a la mayor ciudad de Galicia, distante solo 15 kilómetros, podría mejorarse. Sugerir que Vitrasa y el Concello de Vigo se implicasen parece materia de ciencia-ficción… El festival BBK Live, cerca del centro de Bilbao, reunió hace unas semanas a más de 120.000 personas, muchos llegados al parque de Kobetamendi en transporte público urbano. También, según me comentan, fue mejorable la comunicación en cuanto a la suspensión de la segunda jornada. El público se enteraba por las redes sociales pero no por la megafonía del festival.

Al margen de estas incidencias, PortAmérica nos ha dejado gratas sorpresas, como la de The Sonics. Uno tiene una edad y ciertos compromisos, por lo que se perdió el concierto de los estadounidenses. Me cuentan que convencieron a propios extraños con su rock garajero y que el público pidió más canciones al final del concierto. También dejó buen sabor de boca Belöp, el joven grupo gallego de synthpop que me perdí por las mismas razones, pero que cumplió con creces la misión de romper el hielo el sábado tras la suspensión del día anterior. Tal vez merecen un mejor lugar en el cartel para próximas ocasiones.

La organización trabajó muy duramente para que se celebrase la jornada del domingo, amenazada de nuevo por la mala climatología. Se esparció paja para tapar el barro y la superficie del descampado ya era practicable. Los conciertos de Calexico y sobre todo de Nada Surf estuvieron seriamente afectados por la lluvia, que obligó a buena parte del respetable a refugiarse en carpas y a perderse por tanto la música. De Calexico me quedo con su diversidad sonora, su competencia instrumental (tremendos el contrabajo y las trompetas) y el protagonismo de Jairo Zavala, Depedro, con la guitarra solista y las voces. La versión de «Bigmouth strikes again», de The Smiths, quedará para el recuerdo. Me perdí la mitad del concierto de Nada Surf por la lluvia, pero el grupo de Matthew Caws estuvo tan enérgico como siempre. Caws anunció que estaban grabando un nuevo disco con un sello gallego, Ernie Records, de Josiño Carballo.

Tenían ganado al público de antemano los catalanes Love of Lesbian, con la baza de guardar en la manga «hits» infalibles com «Fantástico» y «Club de fans de John Boy». La lluvia les respetó y no deslució su gran final con una nariz gigantesca, de la que salía un humo verde, y algunos disfraces grotescos. Santi Balmes, como también había hecho Matthew Caws, tuvo un recuerdo cariñoso para el público que aguantó impertérrito bajo los intermitentes, y a veces muy intensos, aguaceros.

Portam gente 2

© Rafael R. López

Otro momento inolvidable del sábado, además del «Club de fans de John Boy» de los LOL fue el contundente «Toro» de los pamploneses El columpio asesino. El sonido oscuro de esta banda «indie» fue de lo más destacado del festival junto con el muro de sonido de Triángulo de Amor Bizarro el jueves. El músico vigués Abraham Boba (David Cobas), líder de los León Benavente, que habían actuado con anterioridad, protagonizó el momento lisérgico del concierto al subirse al escenario de El columpio asesino para bailar con total desinhibición, contagiando su alegría al público. La irrupción de «espontáneos» (bueno, menos) de otras bandas fue una de las notas más positivas del PortAmérica, un detalle que invita a pensar que el festival no se ha visto mermado pese a los avatares de esta edición. Los trompetistas de Calexico tocaron con Nada Surf; el batería de Vetusta Morla, David García «el indio», tocó percusión en varias canciones de Calexico; Budiño (que el sábado estaba como espectador) salió a tocar en el concierto de Vega… Un ambiente de buen rollo casi familiar entre los músicos que invita al optimismo.

Por último, y porque la transparencia es condición de veracidad, quiero agradecer a Esmerarte, la organizadora del festival, y a Estrella Galicia, uno de los patrocinadores principales, su invitación para seguir el PortAmérica. Ambas empresas gallegas trabajan durante todo el año para ofrecer una programación musical de calidad, realizando una labor sin la cual los habitantes de Vigo y su área de influencia se quedarían huérfanos de un legado musical del que ya se han hecho inseparables. Resulta llamativo, por no decir patético, que poblaciones como Nigrán y hasta A Guarda, compitan e incluso superen a Vigo, la mayor ciudad de Galicia, en programación musical durante el verano. No hablemos ya de Pontevedra, Santiago y A Coruña. Alguien debería calcular cuánto deja de ingresar Vigo por la falta de acontecimientos culturales relevantes que atraigan visitantes del resto de España. La ciudad que no hace mucho acogió los recitales de Oasis, Leonard Cohen, Metallica, Franz Ferdinand, Keane y The Rolling Stones, entre otros, no merece convertirse en un erial en lo que respecta a grandes conciertos. Por suerte, siempre nos quedará el PortAmérica.

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Coppini

Es difícil escribir sobre Germán Coppini cuando ya lo han hecho mucho y bien maestros como Diego A. Manrique y Lorenzo Silva. No puedo aportar más datos ni expresarlo mejor que ellos, pero se lo debía a la voz del que fue uno de mis primeros grupos favoritos: Golpes Bajos. Gracias a mi hermano mayor (nacido en 1965, y habitual del Satchmo vigués en los primeros años 80) y a las cintas que le grababan sus amigos -bendita piratería de baja intensidad- pude conocer el primer disco de Golpes Bajos y «A Santa Compaña», magistral álbum del que se cumplirán tres décadas en 2014. Corría el año 1985 y yo tenía 13 años. Con el tiempo compré todas sus grabaciones en CD. Porque yo era de Golpes Bajos, mientras que el 99% de la gente de mi edad, en Vigo, vibraba con Siniestro Total. No es que no me gustasen hasta cierto punto temas como «Ayatolah» o «Matar hippies en las Cíes», pero nunca las consideré más que un divertimento. Las canciones de Golpes Bajos, además de tener unas excelentes melodías, tenían profundidad, te hablaban al corazón y hasta te enseñaban verdades como puños: «No se ama a los sumisos, simplemente se les quiere». Me sentía un poco bicho raro como fan de Golpes Bajos, mientras la gente de mi edad escuchaba a los más festivos Siniestro y Aerolíneas Federales.

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Como letrista, Germán Coppini alcanzó alturas comparables a las de Santiago Auserón y Antonio Vega, aunque no tuviera un talento comparable en la parte musical. Dio lo mejor de sí con Golpes Bajos, una feliz conjunción de cuatro talentos: no hay que olvidar al guitarrista y productor Pablo Novoa y al excelente bajista Luis García (gran intérprete de la técnica de «slap»), luego en Semen Up. Tanto en el caso de Coppini como en el de Teo Cardalda (cuyo silencio tras la muerte de su antiguo compañero ha sido muy significativo) , no volvieron a producir canciones de tanta calidad después de Golpes Bajos. El intento de reunión de 1998 fue decepcionante, al no contar con Novoa ni con García (Cardalda no quiso llamarles, según la versión de Coppini) y cambiar algunas letras de las canciones, algo verdaderamente incomprensible. La química se había esfumado. Recuerdo que la crónica de Faro de Vigo del concierto que dieron en Castrelos (Vigo) se titulaba algo así como «Siguen siendo malos tiempos».

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Tuve ocasión de entrevistar al santanderino en 2008 con motivo de su primer disco con Álex Brujas, «Primo tempo», con el que formó el proyecto llamado Lemuripop. Era un álbum más que interesante que pasó sin pena ni gloria y que apenas tuvo repercusión en los medios de comunicación. Faro de Vigo fue una de las escasas excepciones. Si la mitad de los que le reivindicaban en Twitter hubiesen escuchado algo de aquel material…

Lemuripop

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Seguramente no era el tío con el que la mayoría se hubiese ido de copas. Tenía fama de borde, o al menos, de muy reservado. Y políticamente no podíamos sostener posiciones más opuestas, aunque ni en 1985 se sabía eso ni importa para lo que nos ocupa. Solo los sectarios desprecian la obra de un artista simplemente por sus ideas políticas.

La influencia de Germán Coppini fue patente en músicos como el vigués Juan Rivas (con el que colaboró) y el grupo granadino Lori Meyers. Pero había que vivir aquella época de mediados de los 80 para recordar lo que fue Golpes Bajos. Aquel Vigo gris y lluvioso, duramente afectado por la reconversión industrial, tuvo un artista (vigués de adopción, porque nació en Santander) que convirtió el tedio y el pesimismo en poesía. Si Manchester tuvo a Morrissey, Vigo tuvo a Germán Coppini.

 

 

Mi excelente final
para una corta vida,
divertidas caras de asombro
cuando recibáis la noticia.

Ni una sola lágrima,
todo queda en palabras,
anécdotas e historias, pero
¿a que soy algo que se atraganta?

Ni una sola lágrima,
ni una sola lágrima.

Y tú, mi pequeña,
¿me tratarás igual
o te sujetarán unos brazos
cuando te desvanezcas?

«Era una bella persona»,
menuda sarta de hipócritas,
mas ni siquiera por asomo
habéis llegado a superarme.

Ni una sola lágrima.

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Una historia de amistad

Dalmacio (nacido en 1928) y Juan (nacido en 1930) se hicieron amigos cuando estudiaron en la misma escuela, en Vigo, en torno a 1950. Coincidieron en sus primeros trabajos, lejos de sus casas, pero luego la vida les distanció. Dalmacio trabajó durante diez años en una refinería de Venezuela y perdió todo contacto con su amigo, que siguió trabajando en Galicia. Pasado el tiempo, Dalmacio regresó a Vigo para trabajar y en esa ciudad sufrió la pérdida de su mujer, a la que quería con locura. Sumido en una profunda depresión, Dalmacio se desconectó de la vida, hasta que en 1999, y de forma totalmente casual, le encontró en la calle su amigo de la juventud, Juan. Cuatro décadas después de haberse visto por última vez, su amistad seguía viva como si no hubiese pasado tiempo. Siguieron compartiendo paseos y tertulias y hoy Juan, de 83 años, enfermo de Parkinson y con importantes lagunas de memoria, recibe la visita de Dalmacio (de 85) asiduamente en la residencia de la tercera edad, y salen juntos a pasear. Nadie podía imaginar que el amigo de mayor edad iba a cuidar del más joven. Hoy por ti y mañana por mí. «La vida tiene mucho de lotería», dice Dalmacio. Y un amigo de verdad es el mejor premio.

Basada en hechos reales.

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El último de R.E.M.: ¿El ÚLTIMO de R.E.M.?

Una buena noticia y otra mala: La buena es que el último álbum de R.E.M., «Collapse into now», es un gran disco. La mala es que podría ser el último, el último de verdad. ¿Qué le hace a uno pensar en tal posibilidad? Veamos.

Con este disco R.E.M. termina su contrato multimillonario con Warner, aquel que lo convirtió en el grupo mejor pagado de la historia a principios de los 90. Con 31 años de carrera a sus espaldas, tal vez sean demasiado mayores como para dar un paso similar al de Radiohead y autoeditarse. Y este es un disco que resume todo lo bueno de R.E.M., sus hallazgos en sonido, su sensibilidad en los medios tiempos, y su «rock universitario» potente y divertido. Un buen momento para dejarlo en todo lo alto, recordando lo que son y han sido, un gran grupo. Además, cierto tono elegíaco planea sobre parte del disco, sobre todo en el epílogo, «Blue», que además guarda más que evidentes similitudes sonoras con uno de los temas favoritos de Michael Stipe, «Country feedback», del álbum «Out of time» (1991). Tanto se parecen ambos temas que la cosa roza el autoplagio.

Otro síntoma de que puede ser el último disco del grupo es el hecho de que hayan decidido no salir de gira. Vale, hicieron lo mismo con sus dos álbumes de mayor éxito, «Out of time» y «Automatic for the people», pero a estas alturas, con las ventas de discos en su punto más bajo en todo el mundo, renunciar a los beneficios de una gira parece una renuncia demasiado romántica, si no un suicidio.

Entre tanto, nos quedan canciones como «Überlin», «Mine smell like honey», «Oh my heart» y «Discoverer», que confirman la recuperación que supuso «Accelerate» hace ahora tres años. Éste se antoja como un álbum más completo, con una paleta musical mucho más amplia, y más ambicioso, aun sin inventar prácticamente nada. Buenas canciones que priman el fondo sobre la forma, la autenticidad sobre la innovación. En resumen, lo mejor que han hecho los de Athens desde el magistral «Automatic for the people».

Ojalá la intuición que encabeza este artículo sea errónea y que tengamos R.E.M. para rato. Uno ha pasado algunos de sus mejores momentos musicales en los conciertos de este grupo (Vigo 1999, Bilbao 2008), y le gustaría repetir la experiencia.

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Pinganillos en el Senado

«El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos». ¿Tan difícil es de entender este artículo? Les da igual la crisis y la austeridad exigible al Estado en estos momentos, en realidad eso -los 12.000 euros del ala que pagamos los españoles a escote por cada sesión- es un asunto menor comparado con el complejo de inferioridad que sienten algunos políticos socialistas respecto del castellano. Produce pena y vergüenza ajena. Hace tiempo que un amplio sector de la izquierda -salvemos UPyD y algunos políticos del PSOE- se siente en inferioridad moral respecto a los nacionalismos, como si tuvieran una deuda pendiente con ellos o pensaran que cualquier oposición a la ideología nacionalista es intrínsecamente reaccionaria y franquista. Sin otra bandera a la que aferrarse, buena parte de los socialistas han hecho suyo el ideario nacionalista, haciendo el caldo gordo al separatismo -real o de salón- y olvidando de paso la esencia internacionalista de la izquierda.

Resulta plausible que senadores de una misma comunidad autónoma -Galicia, pongamos por caso- hablen en su lengua cooficial dentro de una comisión del senado que debata sobre temas que atañen a la Comunidad Gallega, entre senadores gallegos. Y que lo hagan en Madrid, en Pekín (o Beijing, como diría un snob) o en la Cochinchina.  Pero cuando son senadores de toda España cuando les escuchan, ¿por qué no utilizar la lengua común? La Constitución deja claro que ni el vasco, ni el gallego, ni el catalán ni el valenciano son lenguas oficiales fuera de sus respectivas comunidades autónomas. Reduciendo esto al absurdo, un senador tendría el mismo derecho a dirigirse a la Cámara Alta en francés y a pedir traducción simultánea que a hacerlo en euskera. De acuerdo, el francés no es una lengua española, y el euskera -por mucho que les chirríe a los aberzales-, sí. Pero, siendo una lengua española, el euskera no es oficial en Madrid. Y aunque fuera oficial ante el Senado, ¿para qué sirve toda esta pantomima? ¿De verdad creen que los intérpretes traducirán con rigor todas las intervenciones? ¿No habrá datos importantes que se queden «lost in traslation»? ¿No está por encima del fomento de la lengua el sentido común y el pragmatismo? ¿Por qué despreciar una lengua que utilizan 400 millones de personas? Tal vez la respuesta la tenga Zapatero, que después de siete años en La Moncloa es incapaz de responder a una sencilla pregunta en inglés. Tal vez habría que invertir esos 12.000 euros en un buen profesor de inglés para nuestro presidente del Gobierno. Pero, nada, que aprendan ellos, pensará ZP.

Esto recuerda al complejo de inferioridad y a la claudicación en materia de libertad religiosa. Aquí todos pueden llevar velo integral y burka, como la señora musulmana que vi el otro día en el supermercado, suponiendo que fuera señora, que es mucho suponer, porque de su anatomía solo se podía ver el mínimo resquicio que dejaba una mínima hendidura a la altura de los ojos… El caso es que los nacionalistas tienen barra libre para utilizar sus respectivas lenguas cooficiales, así en Hernani como en Vic, Lalín y Madrid, pero un castellanohablante no tiene derecho a que se dirijan a él en su lengua, que pasa por ser la única oficial en todo el territorio nacional. No hace mucho, un amigo recibió en su domicilio de Vigo una multa de tráfico que le habían puesto en Cataluña, en un impreso redactado completamente en catalán. Sin comentarios.

Esto lo dice alguien que ha nacido en Galicia y que conoce y habla la lengua gallega, por más que los continuos cambios en la normativa lingüística hayan cambiado palabras tan comunes como «gracias» (desde hace unos años, «grazas») y la gramática gallega actual tenga poco que ver con la que uno estudió (con más esfuerzo que el inglés, por cierto) hace veinte años. Hablo gallego con un señor de Cambados con la misma naturalidad con la que hablé castellano con un catalán en Nueva York, sin «pinganillos».

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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