Facebook y Twitter, ¿matarán nuestras conversaciones en la calle?

Foto de Julie Kertesz

Caminaba tan campante por la calle cuando casi me di de bruces con Antonio, un compañero del colegio al que no veía desde hacía más de 15 años.

– ¡Hola Antonio!, le dije.

– ¡Cuánto tiempo!, me contestó.

Nos dimos unas palmaditas mutuas en el hombro y sugerí tomarnos un café en la cafetería de la esquina.

– Un cortado, pedí.

– Otro, pidió.

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Oslo y el ciclo insaciable de las noticias: ¿estamos haciendo periodismo?

Foto de Johsgrd bajo licencia Creative Commons (http://www.flickr.com/photos/johsgrd/5967199327/)

El viernes parecía que iba a ser un día tranquilo, pero no. La noticia de una explosión en el centro de Oslo revolucionó las redacciones de todo el mundo y desató un frenesí en las redes sociales. Y digo frenesí porque no se me ocurre otra palabra para describir el aluvión de tuits que se sucedían en mi columna de Tweetdeck al buscar en Twitter la palabra Oslo. Tuiteos y retuiteos de testigos directos, de periodistas en redacciones a miles de kilómetros del lugar, de expertos y pseudoexpertos,  de usuarios corrientes y molientes, conmocionados por la tragedia…

Paradójicamente, la verdadera información, contrastada y verificada, llegaba a cuentagotas, y no fue hasta pasadas varias horas después de las primeras informaciones cuando se pudo apreciar la magnitud de la matanza.

Si lo que queremos es estar bien informados, ¿no sería más lógico esperar unas horas para leer información consolidada en lugar de perder el tiempo limitado de nuestras vidas leyendo información fragmentada e incluso errónea en muchos casos? ¿Qué fuerza interior nos lleva a pegarnos al ordenador y a seguir una noticia en desarrollo en un lugar, en muchos casos, ajeno a nuestras vidas?

La curiosidad humana es un misterio, para mí, insondable, cuasi-irracional, que nos lleva a una búsqueda incansable de la información que satisface una necesidad de conocimiento. En ese camino corremos el riesgo de adquirir conocimientos imperfectos, erróneos, que pueden distorsionar nuestra conciencia de la realidad. Pero eso no nos preocupa tanto porque el objetivo principal que buscamos es formar parte de una conversación, adquirir un capital social que nos haga miembros valiosos de nuestra comunidad, no quedarnos fuera…

Lo ocurrido en Oslo es un ejemplo contundente del cambio que ha experimentado el ciclo de noticias a lo largo de la historia; desde los periódicos sin periodicidad, a los diarios, a los informativos horarios de radio, a los canales de televisión de noticias de 24 horas, a los sitios de Internet actualizados al minuto, a las redes sociales que palpitan a la milésima de segundo.

Esta aceleración del ciclo de la noticia no se ha visto correspondida con una mayor rapidez en el procesamiento humano de la información, en una mayor velocidad en el análisis de los acontecimientos, en un sistema de investigación y verificación de información más rápido y preciso. Hay un desfase entre la generación de conocimiento real y la velocidad con que se diseminan las cosas.

En conclusión, nuestra capacidad de informar no es suficientemente rápida para satisfacer el hambre de noticias que llega a generarse en este nuevo ecosistema de plataformas digitales de distribución de información, y por tanto cualquier dato que se genere, aunque sea erróneo y sin contrastar, se propaga y disemina como una plaga.

¿Hacemos periodismo al sumarnos indiscriminadamente a esa caja de resonancia diseminando información que no hemos comprobado? ¿Cómo solucionar este problema de torrentes informativos incontrolables?

Más que un problema, es una realidad que quizás no cambie. No es viable imponer una moratoria de cinco horas sin información mientras los periodistas investigan, contrastan, verifican y redactan la información. El nuevo ciclo noticioso ha llegado para quedarse y la competencia por ser el primero es más feroz que nunca. Pero es nuestra responsabilidad como informadores ser más escrupulosos y serios que nunca con nuestros métodos de investigación  y verificación para que el camino hacia la verdad sea lo menos tortuoso posible. Aunque no siempre lleguemos los primeros.

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Si Stanislavski levantara la cabeza

 

Foto de Marcin Biodrowski (http://www.flickr.com/photos/marcin_b/3104881461/)

Un jugador simula una falta durante el partido de semifinales de la Copa América entre Venezuela y Paraguay. El ex delantero del Real Madrid Hugo Sánchez, que comenta los partidos para la cadena Univisión, se refiere a la maniobra como «teatral». Y éste es el diálogo que sigue entre los comentaristas:

– Sí, sí, el manual de Stanislavski que todo futbolista tiene como manual de cabecera -dice uno de los locutores, haciendo un alarde de conocimiento dramatúrgico.

– El manual ¿de quién?, responde otro comentarista, completamente desorientado.

– ¿Qué es eso?, contesta Hugo.

El erudito periodista aclara:

– ¡De Stanislavski!, aquel de la actuación, el manual de la actuación, dice vagamente, con cierta inseguridad. Da la impresión de que hasta ahí llegan sus conocimientos sobre el bueno de Constantin.

Y aquí, la perla de Hugo Sánchez

– Suena como el nombre de un medicamento para la tos, para la garganta.

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El regate que siempre nos sobra

Foto de Manatari http://www.flickr.com/photos/ventsislav/2269385099/

Son muchas las ocasiones en la vida en las que nos sobra un regate. Me refiero a ese comentario extra que hacemos y enseguida lamentamos; ese último retoque que arruina una obra en la que trabajamos durante horas;  esa vuelta de rosca adicional que rompe la tuerca; la pedalada de más antes de tiempo que arruina una victoria al sprint…

Hoy vino Evan a arreglarme una cañería que reventó durante el invierno. La tubería que conectaba con el grifo de la manguera, por eso resistimos tanto sin repararla.

Evan es un jamaiquino de pocas palabras, alto, robusto, con barba desprolija que crece asimétricamente y sin control, de piel color ébano y ojos huidizos, incapaces de posarse sobre un objetivo más de tres segundos. Nada más llegar se puso manos a la obra. Diagnosticó el problema, sacó sus herramientas y perforó la pared hasta dar con el pvc agrietado. Todo esto en el más absoluto silencio, ante mi mirada atenta, escrutadora, como queriendo aprender algo que espero no tener que hacer nunca.

Terminó su trabajo y abrió por fin la boca:  «No abras el grifo hasta mañana, ¡eh! No lo abras!», me dijo. «Pasado mañana me voy a Jamaica, así que, pruébalo mañana y si hay alguna gotera me avisas antes del jueves», añadió.

«Gracias, así lo haré», le contesté. Y entonces, llegó ese regate que sobra, ese comentario que podría haberme ahorrado, el retoque que embadurna el cuadro, la pedalada a destiempo que frustra la victoria del sprinter…

«¡Me alegro mucho de que puedas ir a Jamaica, pásalo muy bien!», le dije con una amplia sonrisa, tratando de confraternizar, mientras desplazaba cansinamente su cuerpo hacia una camioneta blanca con las herramientas en su regazo. Su respuesta me hundió.

«Voy a enterrar a mi hermano»…

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No hay algoritmos para el ingenio

Foto de Keith Bloomfield

 

Por azares del destino se cruzó hoy en mi camino un artículo de Steve Lohr publicado en el New York Times en 2006. Se titula «This Boring Headline is Written for Google«, algo así como «Este titular coñazo lo escribieron para Google», y es una reflexión sobre los cambios de estilo que se empezaban a vislumbrar entonces con la llegada de los principios del SEO a las redacciones periodísticas.

De todo el texto, que mantiene incólume su vigencia, me quedo con esta frase «No hay algoritmos para el ingenio, la ironía, el humor o la redacción con estilo». Me dejó reflexionando sobre la capacidad inagotable del hombre para inventar, para hacer asociaciones inesperadas, para reírse de cosas que lógicamente no tienen gracia, para malear el lenguaje y dar significados absurdos a las palabras, …

¿Cuál es la fórmula del humor? ¿y la de un texto bien escrito? ¿cómo se programa la ironía, el sarcasmo o la mordacidad? El día que fabriquemos una máquina capaz de hacer una ironía y ganar un premio Nobel de literatura… habremos fabricado un ser humano.

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Necesito un trago de Google+ ¿una nueva bebida isotónica?

Foto de Purplemattfish

Si hace un par de días despertaba al oso que es este blog, hoy me dan ganas de darle un poco de valeriana, taparlo con una cobijita, arrullarlo  y cantarle unas nanas para que reanude la hibernación.

Esto de bloguear es una labor ardua. Si ya escribir la entrada cuesta sangre, sudor, mocos, eructos, resuellos, sofocos, jadeos, lágrimas y flatulencias; si ya tuitearla, facebookearla, menearla, linkedinearla, rssearla, bitacorearla se hace agotador; ahora, para colmo, hay también que «plusearla» si no quieres que te llamen retrógrado, reaccionario y neanderthal de la comunicación.

He de reconocer que esto de Google+ no lo entiendo bien todavía, y me evoca más bien al moloko plus de «La Naranja Mecánica». ¿Será una bebida isotónica? ¿o tal vez isatánica?

Aunque no sé para qué sirva este nuevo botón que le acaba de aflorar a este blog, yo, por si acaso, lo aprieto. ¿Le puedes apretar tú también a ver qué pasa?

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¿Por qué se llaman así los crustáceos?

Hoy, camino al trabajo, me ha dado por pensar en el reino animal, concretamente en las peculiaridades de los crustáceos, gasterópodos, y cefalópodos, y en los porqués de sus nombres. Y llegué a conclusiones muy interesantes sobre su origen, a saber:

  • Mejillón: se llama así por sus protuberantes valvas abisagradas, semejantes a cachetes abultados.
  • Langosta: evidentemente, su nombre se debe a que es el más estrecho de los crustáceos.
  • Caracol: así denominado por su rostro de bróccoli.
  • Cangrejo: porque procede del apareamiento entre un perro y una langosta.
  • Almeja: un molusco mezquino que nunca será canonizado.
  • Ostra: bautizada así por un marinero con problemas de lenguaje al que tanto gustaron que no paraba de pedir más: «Ostra, ostra, ostra».

¿Sabes el origen de algún otro nombre de animal?

 

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Los blogueros hibernan en verano y Berna es la capital de Suiza

Este blog que lees es una especie de oso, un oso rechoncho y peludo que duerme plácidamente y al que da miedo despertar. Me acerco con sigilo y le presiono repetidas veces en el lomo. Insisto. Y nada.

Quiero sacarlo del letargo, pero me da miedo hacerlo. A lo mejor se pone de mal humor y me cercena un miembro de un certero zarpazo (me encanta aliterar, hay que aliterar todos los días; creo que es herencia de todos los años que dormí en una litera).

Suscribo lo de «Tuitear sin bloguear» que dice mi amigo Leandro. ¿Para qué vas a escribir 300 palabras si con 140 caracteres la gente se queda satisfecha e incluso te retuitea? Economía de palabras. Hay que dosificar, como decía Induráin (gracias Mikel por recordármelo).

¿Dejaré dormir al oso? No sé. No he dejado de azuzarlo mientras escribo esto… caray, está levantando un párpado… se está girando… torna el torso… ¡ZAS!

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Aprender a conseguir dinero

Faltaba un día para la llegada de la tía Raquel, famosa entre sus sobrinos por las implacables clases de matemáticas en los veranos de suspensos y por su generosidad regalando libros de alto nivel intelectual. Así que le pregunté a Catita:

– Catita, mañana llega la tía Raquel, ¿qué prefieres, que te enseñe matemáticas o que te lea el libro del vellocino de oro?

Catita ni lo piensa dos veces.

– Papi, a mí lo único que interesa que me enseñen es a conseguir el dinero para comprarme la mansión de los Playmobil.

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Morir sobre la bicicleta

La muerte de Wouter Weylandt en la etapa de ayer del Giro de Italia me dejó helado. Siempre que muere un ciclista en la carretera un sudor frío me recorre el cuerpo, una sensación que tuve por primera vez al ver el rostro ensangrentado de Jaime Salvá después de una monstruosa caída en la Vuelta a España de 1985, provocada por el cruce inoportuno de un perro. Aunque Salvá pudo contarlo gracias a la intervención milagrosa del doctor Astorqui. Otros no tuvieron tanta suerte, como Fabio Casartelli diez años después, o Weylandt ayer mismo.

De la nada, mi amigo y colega César López, con quien comparto la afición a este deporte y al que regalé el mejor libro de ciclismo que he leído, me escribió este correo, que podría ser un relato:

Coincidencia o no.

Hoy iba a salir a montar. Se me jodieron dos neumáticos (uno por defecto de fábrica después de 30 millas y el otro por defecto del montallantas a la hora de instalarlo, lo piqué con las pinzas).

Antes de poner el tercero… desistí. Cambié el calor de la calle por la comodidad del sofá de mi sala y, cuando buscaba la repetición de la tercera etapa del Giro, me encuentro con la muerte del belga Wouter Weylandt.

Día de luto para el ciclismo… el pelotón no correrá.

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