Capítulo 2
Casi furtivamente, sonó la alarma de su reloj despertador. Se despertó de un sobresalto. No recordaba para qué la había puesto. Un relámpago de inspiración le refrescó la memoria. Tenía una entrevista de trabajo en 20 minutos. No tenía muchas esperanzas, el horno no estaba para bollos y era la décima que hacía en un mes, sin resultados. Durante 10 minutos anduvo dudando entre ir con corbata o no. Finalmente la metió en el bolsillo de la chaqueta y decidiría luego.
Salió de casa con un extraño cosquilleo en el estómago y con la certeza de que esta vez sí le darían el trabajo. Algo intuyó en el camino. Vio que el cielo era perfecto, y mientras ajustaba su corbata, ajustaba su suerte: era la hora de romper con esa mala racha. Se encendió el último cigarro y lanzó el paquete a una papelera a dos metros. Sonrió al escuchar los acordes de una vieja canción de los Rolling, justo cuando una chica le aplaudía la canasta con la mirada. Y es que se había enfundado en un envoltorio de confianza que desbordaba cualquier atisbo de fracaso.
Entonces sintió como si tuviese que decidir entre dejarse caer al vacío o aferrarse a ella. Aunque en el fondo sabía que era lo mismo. Un rubor tremendo e inoportuno la invadió. Suspiró y empezó su exposición con la voz más tremula de lo que hubiese deseado. Ella le insistió en que usara la corbata. El prefería camisa desabrochada. La charla era pretexto para tenerse cerca uno a otro. Los minutos pasaron. Se saludaron con un «hasta luego» y él partió a la entrevista. Esta vez no podía fallar.
Le sudaban todos los poros de la piel, su corazón andaba a mil, y por fin lo vio, su «examinador», un empresario trajeado.
– Siéntese, por favor.
– Muchas gracias, disculpe que llegara cinco minutos tarde, pero tuve una mala noche.
Recordó su noche y decidió callarse. Tras varios segundos le preguntó su examinador:
– ¿Por qué cree usted que es el indicado?
– ¿El indicado?, se quedó clavado, pensando en la pregunta. Sabía que no era «el indicado», pero tenía que conseguir aquel trabajo. Recordó alguna noción de psicología «¿el indicado?, pienso que este trabajo se ajusta a mis ansias de superación, ¿se ajusta?»
Escupió un «sí» sin darse cuenta, repasando mentalmente las veces en las que debió ser la persona indicada y no lo fue.
– Sí, sí, lo soy. Creo que no va a encontrar a nadie mejor que yo para este trabajo.
Suspiró profundamente. Sabía que mentía, pero lo importante era conseguir el puesto. Ese puesto. Respiró aliviado al cabo de 40 minutos.
– «Es suyo».
Oyó más palabras, hubo alguna sonrisa nerviosa y ese tick de la ceja. «Malditas pastillas, ¿dónde estarán?
Cruzando la puerta, no lo creía. ¿Cuántas mentiras pueden crear una verdad? se preguntó. Se desajustó la corbata y fue a buscar a Susana. Por primera vez iba a tener un trabajo estable, el puente que siempre le había faltado en su relación con ella. ¡Que iluso! Pensar que un trabajo podría darle la estabilidad a su vida. Sabía que no era cierto, pero quería creer. La excitación por su repentina suerte le generó una enorme ansiedad y pensó que necesitaba un cigarrillo. Se dio cuenta de que no tenía cigarrillos, entró en un bar a comprar y pensó: Un trago no hará nada, sólo uno. Era lo mismo que se decía siempre que veía un bar… Sólo uno, y nunca era uno. Ahora, con su nuevo trabajo, sintió la fuerza que no había tenido antes y pasó de largo para reencontrarse con Susana y contarle la buena noticia.
Después de tantos engaños, pensó, era ella la que siempre estaba ahí, con esa mirada pacífica, aguantando su miseria. Se perdió en sus ojos y sólo trataba de recordar cómo fue que llegó a convertirse en algo indeseado para él mismo. Cuántas páginas emborronadas, cuántos puzzles sin acabar, cuántos viajes en proyecto… No, se dijo, basta ya. Al fin y al cabo tenia un trabajo , no sería muy feliz, pero era un comienzo. Algo le hizo pensar en su padre.
Contaba 36 años. Los últimos 20 eran una secuencia perfecta de errores. ¿Es posible cambiarlo todo?, se preguntó. Sí, posiblemente sí, pensó abriendo la puerta.
-¡Susana! -gritó-, ¡lo conseguí! -pero nadie respondió.
Entonces vio la nota sobre la mesa. Por un momento se mantuvo inmóvil, un escalofrío recorrió su espalda. Todo se puso borroso de repente, pensó que gritaba, pero sólo fue un pensamiento, estaba paralizado, pero su cabeza parecía trabajar a una velocidad inusitada. Incapaz de sostenerse en pie, se dejó caer. Quiso dejar su mente en blanco pero le era imposible. Los pensamientos e imágenes se sucedían sin parar en su cabeza.
Se levantó del suelo, enderezó su cuerpo y caminó hacia la mesa arrastrando los pies. No quería leer la nota de Susana, pero temía que si no la leía, nunca más iba a llegar a leerla y todo por lo que había luchado, todo lo que había soñado, se perdería. Cualquier otro día no la hubiera leído. Simplemente hubiera hecho una bola con ella para tirarla. Pero hoy era distinto. Hoy era un «día definitivo», de esos de los que le habló su maestro en la escuela. Asi que la leería, era su letra. Le hacía recordar tantas cosas vividas. Cómo deseaba vivir muchas otras también junto a ella.
La nota empezaba así: «Cuando todo esto termine comprenderás por qué me alejo. Sabes que siempre te he dicho la verdad, al menos siempre he tratado de hacerlo, y ahora no quiero defraudarte». Cuando terminó la nota buscó las pastillas. Antes de tomar la primera se frenó. Las tiró sobre la mesa y decidió salir a caminar.
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