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Penitencias de Cuaresma

La baalla  de Carnaval y Cuaresma, de Peter Brueghel el Viejo

A principios de la Cuaresma, le pregunté a Catita cuál iba a ser su sacrificio durante los próximos cuarenta días.

– Papi, no voy a ver la tele…

Me sorprendió tan estricta penitencia para una niña de su edad (ocho años ahora), pero me pareció un gran ejemplo de mortificación.

– Papi, solo veré el Apple TV…

Hoy, se me ocurrió preguntarle cómo iba con sus privaciones cuaresmales.

– Catita, ¿cuál es tu sacrificio de Cuaresma?

– No me acuerdo papi. Mi sacrificio está en mi corazón, no en mi cabeza.

Facebook y Twitter, ¿matarán nuestras conversaciones en la calle?

Foto de Julie Kertesz

Caminaba tan campante por la calle cuando casi me di de bruces con Antonio, un compañero del colegio al que no veía desde hacía más de 15 años.

– ¡Hola Antonio!, le dije.

– ¡Cuánto tiempo!, me contestó.

Nos dimos unas palmaditas mutuas en el hombro y sugerí tomarnos un café en la cafetería de la esquina.

– Un cortado, pedí.

– Otro, pidió.

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El regate que siempre nos sobra

Foto de Manatari http://www.flickr.com/photos/ventsislav/2269385099/

Son muchas las ocasiones en la vida en las que nos sobra un regate. Me refiero a ese comentario extra que hacemos y enseguida lamentamos; ese último retoque que arruina una obra en la que trabajamos durante horas;  esa vuelta de rosca adicional que rompe la tuerca; la pedalada de más antes de tiempo que arruina una victoria al sprint…

Hoy vino Evan a arreglarme una cañería que reventó durante el invierno. La tubería que conectaba con el grifo de la manguera, por eso resistimos tanto sin repararla.

Evan es un jamaiquino de pocas palabras, alto, robusto, con barba desprolija que crece asimétricamente y sin control, de piel color ébano y ojos huidizos, incapaces de posarse sobre un objetivo más de tres segundos. Nada más llegar se puso manos a la obra. Diagnosticó el problema, sacó sus herramientas y perforó la pared hasta dar con el pvc agrietado. Todo esto en el más absoluto silencio, ante mi mirada atenta, escrutadora, como queriendo aprender algo que espero no tener que hacer nunca.

Terminó su trabajo y abrió por fin la boca:  «No abras el grifo hasta mañana, ¡eh! No lo abras!», me dijo. «Pasado mañana me voy a Jamaica, así que, pruébalo mañana y si hay alguna gotera me avisas antes del jueves», añadió.

«Gracias, así lo haré», le contesté. Y entonces, llegó ese regate que sobra, ese comentario que podría haberme ahorrado, el retoque que embadurna el cuadro, la pedalada a destiempo que frustra la victoria del sprinter…

«¡Me alegro mucho de que puedas ir a Jamaica, pásalo muy bien!», le dije con una amplia sonrisa, tratando de confraternizar, mientras desplazaba cansinamente su cuerpo hacia una camioneta blanca con las herramientas en su regazo. Su respuesta me hundió.

«Voy a enterrar a mi hermano»…

Si no fuera por mi suegro…

Una vez más, Catita en una conversación profunda con Olivia en el coche camino del colegio.

– Olivia, mi abuelo tiene una fábrica de plásticos, dice Catita toda orgullosa.

– ¿Ah sí? ¿Y qué fabrica?, pregunta Olivia.

– Tapas para el baño.

– ¿Tapas para el baño? mmmm.

– Sí… Y si mi abuelito no viviera, todos tendríamos que mear en latas.

Gente buena por el mundo: Alex

Foto de Jayel Aheram

Foto de Jayel Aheram

Este post que estoy escribiendo marca un hito en la historia de este blog. Por primera vez publico una entrada a una altura de 12.000 pies, a bordo de un avión de Delta Airlines. Y lo hago gracias a la conexión inalámbrica que me acaba de regalar el pasajero que se sienta al otro lado del pasillo: Alex.

Al verme desenfundar el portátil, Alex se quitó sus auriculares y llamó mi atención: «Oye, ¿quieres usar Internet? Yo acabo de pagar la conexión para mandar un e-mail y todavía nos queda una hora de vuelo, así que si la quieres, es tuya».

Algo estupefacto, le pedí que me repitiera la pregunta, pues no estaba muy seguro de lo que acababa de oír. No entraba en mis esquemas que un perfecto desconocido me ofreciera, así, por la cara, una conexión a Internet por la que acababa de desembolsar unos cuantos dólares.

«Sí, que si quieres usar Internet, te doy mi nombre de usuario y mi contraseña con mucho gusto». Ahora, mi reacción ya no era de sorpresa, sino de desconfianza. «¿Habrá gato encerrado? ¿Por qué me querrá dar gratis la conexión? ¿Será un hacker que quiere tomar posesión de mi ordenador y borrarme el disco duro?», fueron algunas de las preguntas que me cruzaron la cabeza antes de aceptar el ofrecimiento. ¿Por qué hemos llegado a un punto en el que nos cuesta creer que haya gente buena por el mundo?

«Sí, claro. Muchas gracias. ¿Estás seguro de que me quieres dejar tu clave?», volví a insistir.

«Sí, hombre, ningún problema», contestó.

Así que se me acercó y, como no teníamos bolígrafo para anotar (cosas que pasan en la era digital), le tendí mi teléfono móvil y me escribió la contraseña (sí, ya sé, soy un geek/friki).

Todavía atónito por el gesto, me presenté. El se presentó también. «Soy Alex». «Encantado, Alex, muchas gracias de nuevo, ¿vives en Estados Unidos o en México?», inquirí.

«Ahora vivo en Iraq», respondió.

Ahí mi cerebro hizo click, y asoció el aire marcial de Alex, su pelo rapado y su enorme mochila negra llena de herrajes con su condición de militar.

«Me quedan ocho meses allá», agregó.

E imaginé las situaciones que le tocan vivir allí a diario, en Iraq, lejos de su casa, amparado bajo la camaradería de la tropa, en esa hermandad castrense en la que unos y otros se cubren las espaldas y asumen como verdad de fe el «hoy por ti y mañana por mí», y entendí de una vez por qué me regaló la conexión a Internet con la que pude escribir esta historia.

Catita, editora de la revista Time

Acabo de encontrar en la cocina este ejemplar de la revista Time. En la portada aparecen unos sonrientes Barack Obama y Ronald Reagan. El titular dice: «Why Obama loves Reagan». Un momento. ¡Hay unas palabras escritas a bolígrafo entre el «Why» y el «Obama»!  Alguien insertó un «does» escrito a mano. ¿Quién habrá sido?, me pregunto. Investigo un poco. No fue Catalina. Tampoco fui yo. Andrea no sabe escribir. Así que tuvo que ser Catita. Pero no me lo creo.

– Catita, ¿tú escribiste en la portada de Time?

Me mira algo atemorizada. Quizás piensa que le voy a castigar. Pero finalmente lo admite.

– Sí papi, fui yo. Pero es que estaba mal escrita. No se dice «Why Obama loves Reagan» sino «Why does Obama love Reagan?».

Me río y me siento orgulloso a la vez porque, aunque la expresión en la portada de Time es correcta, mi hija se estrenó como editora de una de las revistas más famosas del mundo.

¿Estudias o trabajas?

Foto de Saar

Foto de Saar

Con un gesto visiblemente contrariado y algo de indignación, Catita aborda a Catalina. La mira fijamente:

– Mamí ¡Qué suerte tienes! Ni trabajas ni vas al colegio.

Copia y pega: entrevista a un futbolista derrotado

Partido Real Madrid-Atlético de Madrid

Foto de Rosa Jiménez Cano

Tras muchos años escuchando a los jugadores de fútbol declarar después de los partidos, creo que ya no hace falta que los periodistas pierdan más tiempo. Todos dicen lo mismo. Por eso, he diseñado una plantilla de entrevista a jugador derrotado basada en la que le hicieron ayer en la Cope a Fran Mérida después de la derrota del Atlético ante el Real Madrid en el Calderón. Los huecos se rellenan con el equipo de turno y se publica. Copiar y pegar. Nadie se va a dar cuenta. En cursiva, los tópicos más recurrentes.

– (Nombre del jugador), ¿se ha acabdo muy rápido la esperanza, no?

Creo que el gol nos ha hecho mucho daño y ha sido una pena porque, en el caso de haber metido el primero, creo que podríamos haber apretado. Ellos creo que ellos tampoco han llegado demasiado. Pero creo que con el 0-1, pues nos ha hecho mucho daño y la eliminatoria se nos ha puesto muy cuesta arriba.

– ¿El vestuario está muy tocado, o prácticamente se asume de manera entera este asunto?

Hombre, perder contra el (nombre de equipo) en el (nombre de estadio local) nunca se asume, 10 minutos después, y obviamente estamos un poco tocados, pero bueno, creo que a partir de mañana hay que levantarse con la cabeza alta y hay mucha temporada por delante, muchos objetivos y hay que ir a por ellos.

– ¿Queda mucha temporada por delante, pero lo que queda va a estar difícilísimo. no?

Hombre, sabemos que no va a ser fácil, hay equipos ahí compitiendo y bueno nosotros tenemos que darlo todo, es nuestra obligación y yo confío en que este equipo va a levantarse y va a tirar para adelante. Creo plenamente en los jugadores y en que todos vamos a remar p’alante.

– ¿No habría hecho falta un poquito más de, no sé, de garra, de espíritu, de furia, de meterle un poco más en aprietos, me ha parecido un poco light el partido, ni chicha ni limoná?

No sé, no sé, yo sinceramente he tenido la sensación de que dentro del campo el equipo ha dado la cara y bueno, creo que no hemos jugado nuestro mejor partido con el balón, pero creo que el equipo se ha desgastado y lo ha dado todo. Somos conscientes de que se podría haber hecho mejor pero como te digo el gol nos ha hecho mucho daño, ellos no son un mal equipo, ellos son inteligentes, han intentado dormir el partido y bueno… Creo que el primer gol es el que nos ha matado.

Y te pregunto a ti, ¿cuáles son tus tópicos futbolísticos favoritos?

El burro delante

Foto de h.koppdelaney

Recuerdo cómo mi madre me corregía cuando, de niño, decía: «Yo y Alberto», o «Yo y Javi». La reacción era inmediata: «El burro delante para que no espante».

Ahora, esa labor me toca a mí con Catita. Pero los niños de hoy han espabilado un poco.

– Papi, Yo y Andrea…

– Catita, el burro delante para que no espante.

– Tienes razón papi. Andrea y yo… ¡Andrea, burra! ¡Andrea, burra!

¿Qué es un virus?

Foto de Assbach
Foto de Assbach

Los diálogos matutinos entre Catita y Olivia camino al colegio son para enmarcar. Hoy se pusieron a hablar de virus.

– Olivia, mi amigo Nathan está muy enfermo. Tiene un virus.

– ¿Un virus? ¿Qué es un virus?, pregunta Olivia.

– Un virus es algo muy malo que destruye todo lo que tienes en tu computadora, responde Catita con gran aplomo.

– Ahhh, ¿y te sientas cerca de él?, interroga Olivia preocupada por un posible contagio.

– Sí, me siento a su lado. Pero no le toco.