Morir sobre la bicicleta
La muerte de Wouter Weylandt en la etapa de ayer del Giro de Italia me dejó helado. Siempre que muere un ciclista en la carretera un sudor frío me recorre el cuerpo, una sensación que tuve por primera vez al ver el rostro ensangrentado de Jaime Salvá después de una monstruosa caída en la Vuelta a España de 1985, provocada por el cruce inoportuno de un perro. Aunque Salvá pudo contarlo gracias a la intervención milagrosa del doctor Astorqui. Otros no tuvieron tanta suerte, como Fabio Casartelli diez años después, o Weylandt ayer mismo.
De la nada, mi amigo y colega César López, con quien comparto la afición a este deporte y al que regalé el mejor libro de ciclismo que he leído, me escribió este correo, que podría ser un relato:
Coincidencia o no.
Hoy iba a salir a montar. Se me jodieron dos neumáticos (uno por defecto de fábrica después de 30 millas y el otro por defecto del montallantas a la hora de instalarlo, lo piqué con las pinzas).
Antes de poner el tercero… desistí. Cambié el calor de la calle por la comodidad del sofá de mi sala y, cuando buscaba la repetición de la tercera etapa del Giro, me encuentro con la muerte del belga Wouter Weylandt.
Día de luto para el ciclismo… el pelotón no correrá.