80 años

Cada 18 de julio se repite el mismo curioso fenómeno: españoles de a pie que discuten sobre quién tuvo la culpa de la guerra civil, una cuestión que apenas han podido dilucidar los miles de libros y estudios que se han escrito sobre la materia. Porque la guerra civil española es, probablemente, el conflicto armado de un país sobre el que más ríos de tinta han corrido en toda la historia.

Estamos en 2016, se han cumplido 80 años del comienzo de la guerra civil, y los mayores nostálgicos del franquismo están en la izquierda. Afortunadamente, no toda. Joaquín Leguina ha dicho en Twitter no entender “una izquierda que quiere ganar ahora una guerra perdida en 1939 y que cree que desde 1975 en España no ha pasado nada bueno”.  No se puede describir mejor el absurdo de una parte de la izquierda revanchista y maniquea, empeñada en dividir a los españoles y en considerar la contienda del 36 como una lucha entre clases sociales perfectamente delimitadas, una guerra de ricos contra pobres, de opresores contra oprimidos. En definitiva, entre malos y buenos.

Ha dicho Errejón: “Esta noche hace 80 años, (sic) las mejores de nuestras abuelas y abuelos comenzaban a salir en alpargatas a luchar por los humildes y la libertad”. No, señor Errejón. Había personas humildes en ambos bandos. Mi familia paterna pasó mucha hambre y penalidades en la zona roja de Madrid, y ni los republicanos ni los franquistas podían arrogarse el mérito de defender la libertad, tal como la entendemos hoy.

Fraga y Carrillo

Santiago Carrillo y Manuel Fraga, en el Club Siglo XXI, Madrid, 27 de octubre de 1977.

A mi abuelo José, trabajador y padre de familia numerosa, lo metieron prisionero en una checa de Madrid y le hubieran fusilado si no hubiera sido por la mediación de un allegado socialista. Su único “delito” fue ser católico practicante. Esta historia no la supe hasta hace bastante poco. Mi padre sí que nos contaba el hambre que pasó en la guerra (tenía entre 6 y 9 años), cómo un día comprobaron que un edificio adyacente había sido reducido a escombros por un bombardeo, o la imagen de “la bella tapada”, la estatua de La Cibeles protegida contra las bombas. Pero lo que más me impresionó fue el relato, recogido en su libro (“Yo también estuve allí”, pendiente de publicación), del regreso de la familia a Galicia. Cuando mi abuelo, el mismo que estuvo a punto de ser pasado por las armas por el bando republicano, escuchó las duras historias sobre la represión en Vigo, en zona nacional como toda Galicia, rompió a llorar. Se dio cuenta de que en el bando en el que él creía también se habían cometido atrocidades, asesinatos, o “paseos”, como se les llamaba entonces de forma eufemística.

 

Mi abuelo tuvo siempre amigos de todo signo político, y mi padre también. Uno de los mejores amigos de mi padre fue el histórico socialista vallisoletano Leopoldo García Ortega, que combatió en el bando franquista durante la guerra civil (obligado, naturalmente), y cuya biografía puede leerse en este enlace de la Fundación Pablo Iglesias. Pocos años antes de morir, Leopoldo me reveló que él había dado refugio clandestino a Joaquín Delgado y Francisco Granados, anarquistas que fueron ejecutados a garrote vil en Madrid el 18 de agosto de 1963 acusados de haber puesto una bomba en la Sección de Pasaportes de la Dirección General de Seguridad en Madrid. Con su permiso y supervisión, conté la historia en un reportaje de Faro de Vigo. A mi padre le incomodó. Creía que no había necesidad de que se supiese aquello, tal vez porque se podrían reabrir viejas heridas.

Como periodista, solo puedo defender que se averigüe toda la verdad, pero la llamada “memoria histórica” no puede convertirse en un ejercicio de revanchismo, ni puede servir para echar por tierra lo conseguido durante la Transición, el espíritu de reconciliación. Afortunadamente, poco o nada se parece la España de 2016 a la de 1936, salvo en el afán de los que quieren dividirla, bien desde el independentismo o bien desde planteamientos populistas.

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Russia Today, Putin y Trump

Si queréis saber cómo será Televisión Española si alguna vez gobierna Podemos, ved Russia Today (RT). El grupo de comunicación controlado por el Kremlin se dedica a ensalzar el legado de Hugo Chávez, a asegurar que todos los males del mundo se deben a los financieros de Wall Street, a decir que el proceso de “impeachment” contra Dilma Rousseff es un “golpe de Estado” y que en España vivimos en una auténtica “emergencia social”, como le gusta decir a Pablo Iglesias y a otros dirigentes podemitas. En la línea de CubaVisión y de la venezonala Telesur, RT tiene mucho más de medio de propaganda que de medio de información, hasta el punto de que algunos de sus periodistas han denunciado el desprecio de RT por la verdad y su “blanqueo” de la figura de Vladimir Putin. Fue el caso de Sara Firth y de Liz Wahl, que abandonaron la cadena. La segunda llegó a dimitir durante una emisión en directo de RT. Periodistas de RT en el Reino Unido y Estados

Putin RT

Fotomontaje de www.buzzfeed.com

Unidos, donde la apuesta del grupo multimedia de Putin -llamémosle así para abreviar- les llevó a fichar nada menos que a Larry King, el famoso entrevistador estadounidense de la CNN. También tienen emisiones en español. Mi paisana, la viguesa María Rodríguez Abalde, presentadora de informativos, forma parte del equipo de profesionales de habla hispana de la cadena. Entre los méritos profesionales de esta antigua periodista de Antena 3, TVE y Canal + está el haber entrevistado al actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro (seré benevolente y obviaré que la entrevista fue prácticamente un monólogo de Maduro).


A la vista de estos datos resultaría fácil imaginar que la línea editorial de la cadena de Putin es totalmente contraria a Donald Trump. No es así. En la madrugada del 12 de mayo, en un programa presentado por el español Javier Rodríguez Carrasco, se deshacían en elogios hacia el millonario norteamericano. Citando a un politólogo ruso (¡cómo no!), Serguéi Sudakov, el espacio Zoom alabó sin disimulo las bondades de Trump. Cito aquí un extracto de la propia web de RT: “Trump logrará ciertos cambios, porque la historia demuestra que lo que estaba haciendo Obama ahora no funciona. Y EE.UU. no tolerará a un nuevo Obama. Trump quiere cambios y se van a producir, y serán para mejor», opina Sudakov.

Asimismo, según el politólogo aquellos que le «pondrán palos en las ruedas a Trump» son «el aparato burocrático de EE. UU., los líderes del Partido Republicano criticados por Trump y la gente que lleva a cabo actividades ilegales en EE.UU. y acumula capitales demasiado grandes». «Un ejemplo es Soros, que casi todos los días hace declaraciones en contra de Trump y anima a sus seguidores y a los empresarios a no votarle», recuerda.

La sorpresa ante este tipo de propaganda es solo relativa. Trump y Putin tienen mucho en común. Ambos van de líderes providenciales, son creadores de enemigos exteriores y manejan perfectamente el discurso populista y los medios de comunicación. Pero, al margen de la sintonía personal y de los elogios que se hayan intercambiado, a Putin le conviene tener un adversario como Trump, un personaje lo suficientemente fanfarrón como para justificar las reacciones bravuconas del presidente ruso; un líder norteamericano receloso del libre comercio y a priori más centrado en la política doméstica de Estados Unidos de lo que será Hillary Clinton, experta en política exterior. Si Donald Trump llega a la Casa Blanca será una buena noticia para Putin y mala para el mundo.


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Ángel

Fue el pasado martes 19 de enero, el día siguiente al «blue monday», el día más triste del año según dicen muchos. Lo llaman lunes tormentoso, pero el martes es igual de malo. Mi cuñado Ángel se fue de este mundo después de pasar veinte días en la UCI, tres semanas en las que sus familiares le hemos acompañado mientras veíamos cómo las esperanzas de que recuperase se desvanecían.
Siempre recordaré que la mañana en la que se le paró el corazón, el pasado 29 de diciembre, se conoció también la muerte de Lemmy Kilmister, el líder de Motörhead. Ángel vivía de la música, como pinchadiscos, y mientras nos despedíamos de él también dijimos adiós a algunos grandes de la música, como Glenn Frey, el guitarrista de los Eagles. El más célebre, por supuesto, David Bowie, el 10 de enero. Cuando se produjo la muerte de Bowie ya nos habían dicho los médicos que no había solución, que ver con vida a nuestro querido Ángel sería un milagro. Antes de que Bowie falleciese escribí sobre su último album, «Blackstar» en el periódico con Ángel en mente, escuchando las inquietantes canciones «Lazarus» y «Blackstar» como profecías de un destino macabro. Lo del cáncer terminal de Bowie era un rumor que no quise reflejar en mi reportaje, pero sí dejé escrito que aquellas letras y videoclips del Duque Blanco bien podían ser heraldos de muerte.

Ángel DJ Porriño

Ángel tenía 48 años recién cumplidos y los médicos atribuyeron su fallecimiento a una «muerte súbita», lo cual no deja de ser una paradoja. Le preguntas a un médico por qué tu ser querido se ha muerto de forma súbita y te contesta que ha sido «muerte súbita». Pues vale. Le podría haber pasado a cualquiera, dijeron. Una trágica lotería. Tal vez nunca lo sabremos.

La palabra «cuñado» se ha convertido en un sinónimo de «enteradillo», del que opina sobre lo que no sabe. Ángel no era de esos. Como escribió Houellebecq, Ángel era de esas personas, cada vez más infrecuentes, que se alegran de que a los demás les vaya bien. Y que ayudaba sin esperar nada a cambio, por la simple satisfacción de alegrar la vida al prójimo.
Su corazón se paró dos días antes de Nochevieja y en plena víspera de Reyes nos dijeron que no había posibilidades de recuperación. La Navidad ya nunca será lo mismo para esta familia.
Cerrando la triste lista de coincidencias musicales, el 12 de enero sufría un grave accidente de tráfico el músico británico Colin Vearncombe, más conocido como Black, que se hizo famoso en 1987 con su canción «Wonderful life». Al igual que ocurrió con Ángel, está en coma y los médicos han advertido que únicamente un milagro hará que se recupere. Con solo 53 años, el músico que llevó al éxito internacional aquella triste canción sobre una «vida maravillosa» está también a punto de dejar este mundo. Una tragedia para la música de los 80, aquella de la que tanto gustaba Ángel, de la que solíamos hablar, y que comentaba en su querido grupo de amigos y radio en internet ilovemusic80s.com.
Siempre me emociona «Qué bello es vivir» («It’s a wonderful life»), aunque la he visto varias veces. Cuando la vea de nuevo, tal vez la próxima Navidad, me acordaré de otro ángel que acaba de ganar sus alas después de ayudar a un montón de gente a ver el lado positivo de la vida. No me refiero al entrañable ángel encarnado por Henry Travers, sino a mi cuñado Ángel.
Sed felices.

Esta la pincho yo para ti, Ángel:

U2-Every breaking wave.

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Sangre, sudor y lágrimas

¿Se imaginan a Winston Churchill explicándole a los británicos en 1940 que el nazismo se combate «con más democracia», como ha dicho Pablo Iglesias sobre el terrorismo después de los atentados de París? ¿O que De Gaulle le dijera a los franceses que la violencia no es la solución contra Hitler? ¿Qué creen que hubiese ocurrido si Franklin D. Roosevelt hubiese culpado a Francia del auge del nazismo, al haber impuesto a Alemania unas reparaciones de guerra draconianas en el Tratado de Versalles (1919)?

Necesitamos unos dirigentes políticos no ya que nos digan la verdad -tal vez sería pedir demasiado-, sino que no nos traten como si fuéramos niños. Urge un Winston Churchill que admita que acabar con el Dchurchill_walking_1600x1200aesh costará sangre, sudor y lágrimas, que prometa defender nuestra libertad en los desiertos y en las playas y que jure que nunca nos rendiremos.

Por el momento solo François Hollande ha demostrado un notable valor en su respuesta al desafío del mal llamado Estado Islámico. El resto de los dirigentes mundiales, con Obama a la cabeza, han mostrado una preocupante falta de determinación. Tal vez porque todos saben que las bajas producidas en combate -que en todo caso serían muchas menos que las producidas en Normandía y en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial- les costarán millones de votos. Y porque recuerdan que Churchill perdió las elecciones incluso después de ganar la guerra que terminó en 1945.

Y es que, volvemos a Churchill, Occidente no necesita políticos condicionados por las próximas elecciones, sino estadistas preocupados por las próximas generaciones.

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Cuando los hechos se presentan como ficción

Las cadenas de televisión, especialmente las privadas, están de enhorabuena con el asesinato de Laura y Marina. Ya tienen más carnaza con la que llenar minutos de televisión en un verano especialmente negro en la crónica de sucesos. Ni en Telecinco ni en Antena3 (aún no he visto La Sexta ni Cuatro) respetan la ética periodística. Las informaciones las acompañan con música de película de terror para alimentar el morbo, como si el crimen cometido con estas pobres chicas no fuese ya suficientemente dramático. Le ponen el micrófono delante a cualquier vecino de Cuenca, a ver quién hace la declaración más morbosa, y crean etiquetas (#) sobre el suceso para conseguir menciones en Twitter.
Como decía hace muchos años cierto cantante, a veces es imposible distinguir las noticias del telediario de una serie de televisión, y cuando los hechos parecen ficción nos volvemos inmunes a lo que ocurre.
Estos días hay que taparse la nariz antes de encender la televisión.

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Castrelos, mon amour

Rafa López

Publicado en Faro de Vigo 03 de julio de 2015

«Vigo nunca ha valorado lo suficiente el privilegio de tener el mejor auditorio al aire libre del Estado español». Esta frase la escribió Julián Hernández, líder de Siniestro Total, hace ocho años, coincidiendo con el 50 aniversario del auditorio de Castrelos. Mientras esperamos, ansiosos, que se anuncien los grandes conciertos del verano en Vigo, cruzamos los dedos para que esta joya de la ciudad olívica recobre el protagonismo que merece, algo que ha prometido la nueva corporación municipal.

Justamente hace treinta años, en el verano de 1985, actuaba Eric Burdon en Castrelos, poniendo el broche de oro a un programa que incluyó a Semen Up, Golpes Bajos, Os Resentidos, Siniestro Total, Aerolíneas Federales y Mecano. Esta semana se anunció que Burdon actuará el 30 de julio en el Auditorio Mar de Vigo, ante un aforo mucho más reducido que el de Castrelos, y a cubierto.

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Los conciertos de grandes artistas constituyen un polo de atracción turística. Más de la mitad de los espectadores que verán a Sting el 14 de julio en A Coruña viajarán desde fuera de la ciudad herculina, y más del 10% procederán de fuera de Galicia. Vigo posee un auditorio con un aforo mayor que el Coliseum coruñés. Castrelos, además, ha maravillado a los artistas extranjeros que han actuado allí, porque es comparable al Hollywood Bowl de Los Ángeles, Hyde Park en Londres o Red Rocks en Denver, espacios de fama mundial.

De anunciarse con la antelación y publicidad adecuada, muchos turistas podrían planificar su viaje a Vigo y quedarse en la ciudad aprovechando el recital de, pongamos como ejemplo, Muse, Elton John, Mark Knopfler, Lenny Kravitz o Sting, por citar cuatro grandes nombres que actuarán este verano no muy lejos de Vigo.

¿Volverán a Castrelos las noches gloriosas como las de Oasis, Metallica, Leonard Cohen, Pet Shop Boys o Keane? La respuesta, amigos, sigue flotando en el aire.

P.D.: En el momento de colgar este artículo en el blog, en la madrugada del 14 de julio de 2015, seguían sin anunciarse conciertos en Castrelos.

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Sting celebra treinta años de carrera en solitario en A Coruña*

El veterano músico inglés actúa el próximo martes en el Coliseum de A Coruña, con una banda de lujo y un repertorio con igual número de temas en solitario que de su etapa en The Police. Se prevé un lleno total.

Rafa López

Este año se cumplen 30 desde que arrancase la carrera en solitario de Sting, aunque el músico británico no quiere oír hablar de efemérides. De hecho, en esta gira interpreta el mismo número de canciones de The Police que de su repertorio en solitario. El que llegará al Coliseum de A Coruña el próximo martes día 14 (22.00 horas, entradas casi agotadas) será un “tour” más del músico inglés, sin título propio ni álbum que presentar. ¿Acaso hace falta alguna coartada para ver y escuchar a Sting, uno de los compositores más brillantes de la historia del rock, que lleva la friolera de 15 años sin tocar en Galicia?

Es cierto que el útimo álbum de Sting, “The last ship” (“El último buque”, 2013), concebido como la banda sonora de un musical escrito por él mismo sobre los astilleros de Wallsend (Newcastle, Inglaterra) junto a los que creció, pasó sin pena ni gloria, sin algo parecido a una canción de éxito que lo apoyase, y que para encontrar su anterior álbum original hay que remontarse doce años atrás (“Sacred love”, 2003). Pero también es verdad que, pese al letargo creativo en el que parece llevar sumido en la última década, con los paréntesis de la reunión de The Police y un par de álbumes de música renacentista, el bagaje musical de Gordon Matthew Sumner, desde que empezase su carrera como músico hace 44 años, resulta incontestable: más de cien millones de discos vendidos, tanto con The Police como en solitario; 16 premios Grammy, dos Brit, un Emmy, un Globo de oro, tres nominaciones a los Oscar, dos Ivor Novello, un Century Award de Billboard, un León de Oro en Cannes… Y, por encima de todo, el consenso de que estamos ante uno de los mejores compositores en activo, tanto de melodías como de letras. Colegas de la talla de Stevie Wonder, Bruce Springsteen, James Taylor, Rufus Wainwright, Paul Simon y Randy Newman, además de primeras figuras del jazz, han alabado su talento. “Es un gran compositor, gran cantante, gran músico y un espectacular bajista”, dijo Newman sobre Sting en una ocasión. “Admiro particularmente la complejidad armónica de su trabajo. No se conforma con los mismos acordes de siempre. Trabaja duro, y se nota”. Y es que, como compositor, Sting bebe tanto de la aparente sencillez de los Beatles y de Cream, sus influencias de juventud, como de la enorm complejidad de genios como Bach y Thelonious Monk. “Siempre busco la novedad, algo que nunca haya escuchado”, dijo Sting en un documental sobre “el cerebro musical” que produjo National Geographic.

Su último quehacer ha sido una gira conjunta con Paul Simon, un dúo desigual en estatura (1.82 metros mide el británico, 1.60 el norteamericano) y en edad (63 y 73 años), pero con un talento compositivo comparable.

El breve periplo que le trae de nuevo a tierras gallegas comenzó el pasado 26 de junio en Bergen, Noruega, y terminará en el mismo país nórdico el 1 de agosto. Por ahora, el álbum “The last ship” ha sido ignorado en los conciertos, y nada indica que pueda aparecer. La mitad de las 22 canciones que suele interpretar en esta minigira pertenecen a su etapa como líder de The Police: “Message in a bottle”, “Every breath you take”, “Roxanne”, “So lonely”… Así hasta once éxitos “policiales”, a los que hay que añadir un clásico de Simon & Garfunkel, “America”, y otra versión, una que ya apareció en su repertorio en directo hace más de dos décadas: “Ain’t no sunshine”, del “soulman” Bill Withers.

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Sting ha actuado cuatro veces en Galicia, dos en A Coruña y otras dos en Santiago. El seis de junio de 1991 inauguró los grandes conciertos internacionales en el Coliseum herculino, y su último recital en Galicia fue en el Multiusos Fontes do Sar de Santiago, el 2 de junio de 2000.

Su primera visita a Galicia, en 1991, fue con su álbum “The soul cages”, un trabajo introspectivo y casi conceptual en torno a la muerte de su padre. “Mi padre me llevaba a los astilleros y me decía que me embarcase en uno de esos grandes buques en cuanto me hiciese mayor, para conocer mundo. Supongo que le he decepcionado”, suele comentar Sting con ironía británica. Hijo de un lechero y de una peluquera, músicos aficionados ambos, Sting mamó la música desde pequeño, pero tardó muchos años en disfrutar las mieles de éxito. Cumpliendo el sueño de su padre, fue bajista en la banda de un crucero de la P&O, el Oriana. No el que recaló en Vigo en infinidad de ocasiones, sino otro más antiguo que fue retirado en 1986.

Con la Newcastle Big Band de jazz actuó por primera vez en España, en San Sebastián, en 1972. Con Last Exit, su siguiente banda, repetiría en Donosti tres años más tarde. Ejercía como profesor (enseñaba lengua, geografía y fútbol) y destacó en atletismo, deporte que abandonó porque, según dijo, para él no tenía sentido no terminar la carrera en primera posición. Ese afán por la excelencia lo ha tenido siempre en su carrera, incluso desde los primeros tiempos de The Police (1977), cuando el trío que formó con el guitarrista Andy Summers (sustituto del mediocre Henry Padovani) y el baterista Stewart Copeland enarboló el pabellón de conveniencia del punk en sus comienzos. Aquella tripulación de excelentes músicos iba a llevarle mucho más lejos que el vetusto Oriana. En apenas un lustro, The Police le convirtió en uno de los artistas más populares y venerados del mundo, gracias a himnos como “Roxanne” (un tango convertido en un reggae-rock), “Message in a bottle”, “Everything she does is magic” y “Every breath you take”.

Sting fue el autor del 90 por ciento de las canciones de The Police y del cien por ciento de sus éxitos. “Un grupo no puede funcionar democráticamente”, decía Sting a mediados de los ochenta para explicar la ruptura de uno de los mejores “power trio” de la historia en el punto de mayor éxito de su carrera. En 1985 Sting iniciaba su carrera en solitario con una canción de título elocuente, “If you love somebody set them free”: “Si quieres a alguien, libéralo”. Y esa ha sido su norma desde entonces, una absoluta libertad creativa, incorporando a su propuesta elementos del jazz, el funk, el folk, la música clásica y la “world music”.

Su siguiente movimiento fue subvertir los prejuicios raciales del rock, reuniendo una banda de excelentes músicos negros de jazz: Omar Hakim (batería), Darryl Jones (bajo), Kenny Kirkland (teclados), Brandford Marsalis (saxofón), Dolette McDonald y Janice Pendarvis (coros). El nacimiento de aquella fantástica banda quedó inmortalizado en la película “Bring on the night”, de Michael Apted, un más que notable documental que también cumple tres décadas este año.

Aunque han pasado treinta años en solitario, Sting sigue fiel a ese afán de excelencia en sus discos y en sus conciertos. En A Coruña le acompañarán tres de sus músicos habituales en las últimas décadas; los tres, instrumentistas muy cotizados: Dominic Miller, su guitarrista y mano derecha desde hace un cuarto de siglo. David Sancious, teclista y guitarrista que perteneció a la primera formación de la E Street Band de Bruce Springsteen (entre 1973 y 1975), y ha tocado también con Eric Clapton y Peter Gabriel, entre otros. Y Vinnie Colaiuta, uno de los mejores del mundo a la batería, que fue el baterista habitual de Frank Zappa y de Joni Mitchell, y que tocó por primera vez con Sting en 1990. Completan el grupo la corista australiana Jo Lawry y el joven violinista Peter Tickell, paisano de Sting y hermanastro y miembro de la banda de la famosa gaitera inglesa Kathryn Tickell.

A la voz y al bajo, Sting, que a sus 63 años sigue conservando una de las voces más sobresalientes del panorama pop-rock. Influido por las cantantes de jazz femeninas y por Joni Mitchell, Sting saca partido a uno de los registros más agudos de un cantante masculino de su género. “Cantar con un registro alto en una banda de rock es útil, tu voz destaca y no queda enterrada en la mezcla”, ha declarado a “The Observer”. “Estoy orgulloso de mis letras y quiero que la gente entienda lo que estoy cantando”.

Con las cuatro cuerdas también es uno de los mejores. Influido por Jaco Pastorius y curtido en el jazz, Sting es autor de líneas de bajo tan memorables como las de “Walking on the moon”, “Bring on the night” o “Spirits in a material world”.

Pese a todos sus méritos musicales, o quizá tal vez por ellos, Sting ha sido objeto de críticas furibundas. Al igual que Bono, el talón de Aquilés que han atacado sus detractores ha sido su activismo (contra la deforestación y a favor de Amnistía Internacional) y su fortuna personal, cifrada en más de 150 millones de euros. Marido feliz de la productora Trudie Styler (“mi primer matrimonio fue la única cosa en la que he fracasado”, ha dicho), padre de seis hijos y dueño de una finca vitivinícola en la Toscana, su perfil no se corresponde con el tópico de la estrella del rock cínica y autodestructiva. Su aspecto, a sus 63 años, resulta envidiable, quién sabe si por su afición al yoga o al sexo tántrico, una leyenda que le lleva persiguiendo 20 años, desde que un día dijo supuestamente en una entrevista que era capaz de hacer el amor durante ocho horas. “No hay nada más sagrado que poder dar y recibir placer y, quizá, crear vida”, ha explicado cuando se le ha preguntado sobre el tantrismo. “Quien quiera que haya inventado el sexo, que me imagino que es Dios, debe de estar muy orgulloso”. Sobre sus creencias, se declara una persona más espiritual que firmemente creyente. “No me arrepiento de mi educación católica, pero desprecio la certeza inamovible en cuestiones espirituales. Es sumamente peligrosa”, declaró a “The Observer”.

Muchos de los tópicos sobre Sting han contribuido a construir un prejuicio negativo sobre él, incluso entre sus propios colegas. Hace unos años, VISADO preguntaba a Coque Malla sobre sus canciones favoritas. El músico madrileño citaba “I hung my head, de Johnny Cash”. Cuando le dijimos que esa interpretación fue una versión de Cash, y que es original de Sting (la publicó en 1996), no daba crédito. Una prueba más de que el talento de Sting como compositor puede resultar sorprendente si se dejan de lado prejuicios absurdos.

Sting inicia hoy su gira española en el Festival de Cap Roig; el domingo actuará en el Festival de la Guitarra de Córdoba y el martes tocará en A Coruña. Habrá una nueva oportunidad para verle no muy lejos de Galicia, el jueves 16 en el festival Superbock Super Rock de Lisboa. En el momento de terminar este reportaje, para A Coruña solo quedaban entradas de grada, entre 48.50 y 69.10 euros, en Ticketmaster.es.

*Esta es la versión completa de un artículo publicado en el suplemento VISADO de Faro de Vigo el 10 de julio de 2015.

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La pitada y la ventosidad

Se ha dicho muchas veces estos días que la pitada contra el himno de España en la final de la Copa del Rey (el pasado 30 de mayo en el Camp Nou) es un acto de libertad de expresión. Uno sigue albergando ciertas dudas. Es cierto que, al contrario de lo que ocurre en otros países de larga tradición democrática, como Francia y Alemania, la legislación no contempla sanciones contra los que pitan el himno nacional. ¿Pero estamos ante un acto de libertad de expresión o simplemente de una criticable falta de educación y de respeto?
Se me ocurre comparar lo de los pitos con un pedo, con perdón. Al fin y al cabo, en ambos casos se trata de expulsar aire de forma sonora y con el propósito de molestar al prójimo, por decirlo de forma suave. Si bien te pueden multar por dejar excrementos en la vía pública (tuyos o de tu perro), que yo sepa no se contemplan sanciones por tirarse un pedo en un lugar especialmente sensible, como el ascensor de unos grandes almacenes. Pongamos por caso -ficticio, por supuesto- que Jaimito (nombre inventado) estuviera terriblemente enfadado con El Corte Inglés, porque su agencia de viajes le dejó tirado en su luna de miel. Imaginemos que quisiera tomarse cumplida venganza, y que no tuviera mejor idea que expeler una ventosidad en uno de sus amplios ascensores atestados de clientes en plena campaña navideña. La gamberrada de Jaimito no sería objeto de sanción, pero sí de reprimenda. Si se descubre, claro, que fue él el guarro. Y los perjudicados por su mala educación serían los clientes de El Corte Inglés que se encontraran con la peste en el ascensor, no los responsables de los grandes almacenes.
Pues algo parecido ocurre con los que pitaron el himno: los perjudicados por su mala educación han sido todos los españoles, incluidos los catalanes y los vascos, y los que están a favor del mal llamado «derecho a decidir». Y su acto no será objeto de sanción, pero sí de reprimenda moral por parte de todos. El error de los que pitaron es el mismo que el de Zapatero, que no se levantó ante la bandera de Estados Unidos: el objeto de su desaire no fue Aznar, que es lo que él pretendía, sino todos los ciudadanos del país norteamericano. Y las consecuencias de esa absurda falta de respeto las pagamos todos los españoles durante años.
Por otra parte, ¿qué respeto merecen quienes no respetan a los demás? ¿Qué pensarían los catalanes que pitaron el himno si otros ciudadanos pitaran «Els segadors»?
Mas y Louzán Copa Rey

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Del postureo a la impostura

Sorprende el doble rasero de algunos con el asunto de Anna Allen, la actriz que se inventó una carrera cinematográfica y televisiva, amistades en Hollywood, asistencias a las galas de los Óscar y (según sospecho) varios perfiles de Twitter de inexistentes agencias, representantes y periodistas. Parece que al pequeño Nicolás, con esa pinta de borjamari de FAES y adlátere del PP, hay que lincharle, pero pobrecilla esta actriz, que no encontraba nuevos trabajos (eso dicen) y se lanzó a colgar una serie de montajes fotográficos en internet (nadie le ha preguntado a las suplantadas qué les ha parecido que «robase» sus cuerpos, por cierto) y soltar cuentos chinos en medios de difusión nacional, como Telecinco (Pasapalabra), El Mundo y la SER. Puedes engañar a alguna gente durante un tiempo, pero no a todo el mundo durante todo el tiempo, según decía, creo, Abraham Lincoln. Lo más sorprendente es que no descubrieran antes a alguien tan poco hábil con el Photoshop, en un mundo virtual en el que, más que nunca, se pilla antes a un mentiroso que a un PC con Windows 95.

Algo no va bien cuando tienes que recordarle a algunos que la mentira está mal y que la sinceridad y la honestidad son valores en sí mismos, sin necesidad de recurrir a comparaciones (es que todo el mundo miente en sus currículums, aducen) ni a listas de damnificados. Aunque Anna Allen no hubiese engañado a multitud de periodistas, productores, lectores, televidentes y seguidores; aunque no se hubiese aprovechado de una sarta de mentiras para obtener ventajas profesionales (en detrimento de muchos compañeros en paro), la actriz de «Cuéntame cómo pasó» se ha engañado, en primer lugar, a sí misma. Ha perjudicado (de momento) su carrera, y eso ya merece censuras y reprimendas. Tampoco se trata de «crucificarla» ni de cebarse con ella gratuitamente, no es eso. Algún psicólogo se ha lanzado a aventurar que podría padecer un trastorno narcisista de la personalidad, un problema por el que merecería nuestra compasión, pero que tampoco anularía su capacidad de discernir el bien del mal (sería penalmente imputable). Otros dicen que ha sido víctima de los malos consejos de su representante. Quién sabe. A Anna Allen parece habérsela tragado la tierra y no parece querer dar explicaciones.

Si Anna Allen merece toda nuestra comprensión, ¿por qué no Francisco Nicolás y otros sujetos con un exagerado sentido del postureo? ¿Disculpamos a un político cuando miente, porque todos lo hacen y era necesario para ganar unas elecciones?
En España se ha perdido un poco el apego a la verdad como valor de la sociedad. Aquí aún no se entiende que Bill Clinton se ganase el impeachment no propiamente por ponerle los cuernos a Hillary con Monica Lewinsky, sino por mentirle al Congreso de los Estados Unidos. ¿De verdad queremos un Gobierno que nos diga la verdad, como decía Rubalcaba tras el 11-M? A veces parece que no. Lo recordaba en este artículo Antonio Pérez Henares. Lo que en realidad quieren muchos ciudadanos son políticos que les digan lo que quieren oír, da igual que no se corresponda con la realidad, y no verdades incómodas. Así que por qué iban a molestarnos las mentiras de una actriz del montón.

Qué quieren que les diga, yo le sigo teniendo mucho cariño a la verdad, esa cosa tan aburrida y muchas veces tan esquiva. Soy periodista, pertenezco a ese oficio dedicado a preservar la verdad de igual forma que el médico cuida la salud. Soy así de previsible, qué le voy a hacer.

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A propósito del currículo de la enseñanza de Religión Católica

Hay que estar bastante confundido (por decirlo finamente) para pensar que, por el mero hecho de que el BOE publique el currículum de la asignatura de Religión católica, el Gobierno comparte o defiende las creencias religiosas contenidas en ese documento, ni mucho menos que pretenda imponerlas «por decreto», como se ha publicado en varios medios de comunicación. Creer eso es tanto como pensar que el Gobierno está de acuerdo con todas las sentencias del Tribunal Constitucional porque las publica en el BOE, o que la Diputación de Pontevedra promueve todas las multas y sanciones que se publican en el boletín oficial de dicha provincia.

Por aclarar, el polémico documento en cuestión fue redactado por la Conferencia Episcopal Española para una asignatura, la Religión, totalmente voluntaria. Se supone que el currículum correspondiente al Islam lo redactará la autoridad religiosa musulmana correspondiente, y cuando lo publique el BOE no significará que Rajoy y sus ministros se hayan convertido a la religión de Alá ni que recen mirando a la Meca en La Moncloa.

Esto, que es tan sencillo, lo han retorcido algunos medios de comunicación de este país y otros les han seguido el juego en un lamentable ejercicio de borreguismo informativo.

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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