Sobre las drogas
En principio parece que la sociedad no tendría que meterse en lo que una persona hace con su cuerpo, aunque se lo dañe. Es su cuerpo, le pertenece y puede hacer uso de él de acuerdo con su libertad, mientras no perjudique a otros. El problema viene cuando algunas personas se aprovechan de las debilidades de otras para obtener un lucro perjudicándolas. Eso debe impedirse. Cualquier persona puede convertirse en adicta a cualquier sustancia o actividad, pero hay perfiles sicológicos más propensos: las personalidades adictivas, las que tienen mayor dificultad para tolerar situaciones de estrés o sufren falta de autoestima.
La mayor parte de las drogas tiene efectos dañinos sobre el organismo del consumidor (el alcohol destroza el hígado; el tabaco, los pulmones; la cocaína, el cerebro; la heroína ….). También provocan un notable daño social (tratamiento de las enfermedades que producen, accidentes y malos tratos provocados por el alcohol…).
Está claro que las experiencias de prohibición de las drogas legales (en EE.UU., de 1920 a 1933 se prohibió el alcohol, y fue la causa de un notable aumento de la actividad mafiosa) no han funcionado. Pero tampoco han mejorado la situación las experiencias de legalización parcial (el famoso Needle Park de Zurich acabó cerrando; los coffe shops de Holanda, donde se vende libremente marihuana, son muy contestados: por un lado son motivo de fricciones con Francia y Alemania; por otro, se ha prohibido que vendan cannabis a extranjeros, y se quiere prohibir que vendan hierba con más del 15% de principio activo (tetrahidrocannabinol). De hecho, según la normativa holandesa, tales establecimientos son ilegales; lo que ocurre es que no se persiguen.
Lo que realmente funciona es suministrar a los adictos su sustancia, facilitarles medios higiénicos para consumirla y proporcionar terapia a los que quieran abandonarla. Los programas de metadona han hecho prácticamente desaparecer a los yonquis de las calles. Con la cocaína y las pastillas se debería hacer algo similar.
Las campañas contra el tabaco han hecho bajar el porcentaje de fumadores en EE.UU. del 20% en 1993 al 16% en 2009. La política más eficaz es aumentar el precio de la cajetilla (a la vez, por supuesto, que se reprime el contrabando). Creo que se deben ir restringiendo los horarios y los puntos de venta. Actualmente en España se puede comprar tabaco en estancos, quioscos, bares, gasolineras… Tras un proceso gradual, para permitir a los otros establecimientos amortizar las máquinas expendedoras que han adquirido, al final solo deberían quedar los estancos, que como máximo podrían abrir de nueve de la mañana a ocho de la tarde.
Con el alcohol (cualquier alcohol, incluidos vino y cerveza) se debería hacer algo similar, y prohibir su venta en establecimientos (supermercados, tiendas de ultramarinos, gasolineras…) que no fueran bares y licorerías. Los bares tendrían prohibido servir a un cliente más de dos dosis de licor fuerte, o servir a una persona que se encuentre en evidentes condiciones de embriaguez. En las licorerías habría un límite a la cantidad de alcohol que puede llevarse un mismo cliente en un día.
Pero por encima de todo hay que formar a la gente, desde muy pequeña, sobre la realidad de las drogas, más allá del Simplemente di no o Bad Night. Que cada persona sea consciente de las circunstancias que pueden llevarla a la droga (estrés, conflictos familiares, inconsciencia, impulsividad…) y de cómo puede salir. Y que, a partir de la edad que determinen los expertos, pero no antes de los veinte años, por los efectos que causa, aprendan a disfrutar de la única droga sana en pequeñas dosis, el alcohol, y a saborear, distinguir y apreciar sus infinitas variantes (vino, cerveza, pacharán, orujo, anís……).
Berna González Harbour en El País #
Y si llamamos a ambas cosas utopía (que no es otra cosa que el «plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación», en definición de la RAE), es porque lo son: la primera [la ambición de un mundo sin drogas o que logre una reducción sustancial de ellas], porque es impensable un mundo que renuncie a sustancias que permiten evadirse, alucinar, divertirse, funcionar o, en términos médicos, deprimir o estimular el sistema nervioso central al ritmo deseado. Y la segunda [ya que eliminar la droga es imposible, legalicémosla], por tres razones: a) porque es impensable una sociedad indiferente que admita la posibilidad de ver destruirse a una buena parte de sus miembros de forma legal; b) porque ninguna hiperregulación podrá quitar del mapa las fórmulas ilegales (mafias) que hagan llegar la droga a los menores, por ejemplo; y c) porque ningún consenso sobre el férreo control estatal que implicaría podrá ser afrontado por la mayoría de países, con gobiernos débiles y escasos recursos para imponerlo.