Nefasta gestión sanitaria de Antonio Mari.

Carta abierta a don Antonio Mari, consejero de Sanidad de Castilla y León.

Sr. Sáez Aguado, don Antonio Mari:

Ahora entiendo que en la Consejería de Sanidad digan que está haciendo usted un pan como unas tortas y que está recortando donde no es necesario. Un recorte que va desde el cierre de plantas en algunos hospitales – como el Hospital Clínico Universitario de Valladolid – hasta el abandono de mobiliario o la falta de medicamentos en momentos concretos.

Un sector de la ‘prensa vendida’ y vendada de Castilla y León decía hace unos días que usted es un buen escuchador, pero es porque a esos becarios del periodismo no les han enseñado a diferenciar entre lo que es escuchar y lo que es oír. Posiblemente usted oiga bien pero no escucha. “Gánate una imagen y échate a dormir”, dice el refrán. También le digo que no hay peor sordo que el que no quiere oír; no obstante, hace poco, me convencieron de que peor sordo que el que no quiere oír es aquel a quien por un oído le entra lo que oye y por otro le sale.

Hay que saber ser selectivo, como hay que saber organizar, gastar e invertir. Y todo eso es lo que usted no ha sabido hacer en Castilla y León. Luego le diré en qué me baso para estas afirmaciones. Precisamente por la dejadez que le caracteriza, cuentan en su Consejería que todo el dinero que ha dilapidado desean que lo emplee usted en medicinas para su persona, pero no porque le deseen el mal africano sino porque muchas de esas medicinas podrían ayudarle a superar la mediocridad demostrada, sobre todo si es capaz de superar la imagen de indigente intelectual que proyecta. Algo así le deseaban a Rodríguez Zapatero muchos de sus correligionarios a quienes no llegó a colocar.

Además de aprender a escuchar, no estaría mal que se diera un paseíto por algunos hospitales de la comunidad. Precisamente,  por ser usuario ocasional de uno de ellos en Valladolid, puedo dar fe de que hay un sabido abandono en uno de ellos. Le pongo, por ejemplo, el Hospital Clínico Universitario. Ahí me he encontrado con que existe un mobiliario viejísimo e incómodo; en muchos casos no tienen las medicinas que deben tomar los pacientes (como sucedió esta mañana); las máquinas rechinan y chillan por los pasillos como si fueran herencia de la revolución industrial más cutre; la falta de mantenimiento es abrumadora y permanente; los baños carecen de toallas y los pacientes se ven obligados a llevarlas de casa; el agua de los grifos espanta,…y un largo etcétera. No entramos en los temas de personal, cuyo recorte es más propio de una economía de guerra que de un hospital.

Tampoco vamos a hablar hoy – otro día sí lo haré – de los temas de personal porque ahí sí que le califican los funcionarios de Sanidad con un rotundo “necesita mejorar”. Calificación que, por cierto, se solía poner a los menos preparados de la clase y usted es uno de los peores preparados del gabinete de su jefe, Herrera Campo, a quien con frecuencia suele aplaudir con las orejas con tal de no perder prebendas regaladas. Pero mire usted, señor Sáez Aguado, precisamente el personal sanitario es el que le está sacando las castañas del fuego y en vez de ponerle frente al espejo para que vea su propia mediocridad e indigencia intelectual, están sacando adelante la sanidad de la comunidad con una profesionalidad digna de alabanza. Es decir, lo contrario de lo que usted ha demostrado.

Ni siquiera hoy vamos a tocar la organización provincial de la Sanidad que, dicho sea de paso,  deja mucho que desear. Pongamos por caso Valladolid y el hospital mencionado: las poblaciones del Este deben atravesar la ciudad para acudir al hospital citado y las del Norte atraviesan la ciudad para ir a ese mismo hospital. Es una organización en cruz. Sencillamente demencial.

Por todas estas cuestiones que lee – sé que lo hace porque le recortan los artículos y las notas de prensa que le afectan, incluso las que le escribe su jefe de prensa – pido su dimisión y la de todo su equipo. Como dije al principio: está haciendo un pan como unas tortas, pero como unas tortas requemadas. No le sorprenda, señor Sáez Aguado, cuando sus funcionarios se mofan de sus medidas y sus compañeros de gabinete esconden la sonrisa por vergüenza torera y porque sienten vergüenza ajena.

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