Juan Pablo Colmenarejo
La vida que suena
«La radio es la vida que suena», decía el profesor Ángel Faus, nuestro profesor de Radio en Pamplona. Aquella frase se nos quedó grabada a fuego a todos, nos dedicáramos o no a la radio. Yo no me he dedicado a ella, aunque hacia el año 2000 pude hacerlo, pero forma parte de mi vida. Desde niño, escuchando los partidos del Barcelona en la narración de Héctor del Mar (SER) y escuchando la buena música que programaba «Musical Cassette» en Radio Popular de Vigo (Cope). Después, de adolescente con la magnífica Antena3, la cadena más erótica, que empezaba con «El primero de la mañana» (con Antonio Herrero) y terminaba con «Polvo de estrellas» (Carlos Pumares). Entre uno y otro, los fantásticos Gomaespuma, Juan Luis Cano y Guillermo Fesser, maestros del humor que al cabo de los años tuve la suerte de conocer; y cómo no, José María García, posiblemente el culpable de que yo y otros muchos como yo nos dediquemos al periodismo. Con sus luces y sus sombras, las que refleja en su magnífica biografía Vicente Ferrer Molina. Yo era uno de los alumnos de la Universidad de Navarra que asistía a sus charlas en el aula magna de Pamplona. Otro era Fernando Echeverría, un joven invidente que ya de aquella era un magnífico imitador de García y se hizo amigo del célebre periodista. Hoy es el líder del genial Grupo Risa. La canción «Love song», de Simple Minds, todavía la asocio a la sintonía de «Supergarcía», y eso que Simple Minds es uno de mis grupos favoritos. El «antenicidio», que acabó con Antena3, llegó la tragedia de la prematura muerte de Antonio Herrero, el 2 de mayo de 1998. Fue el final de una época dorada, que terminó definitivamente cuando García (ya en franco declive en sus últimos años) dejó la radio en 2002 .
A día de hoy sigo disfrutando de programas como el de Carlos Herrera (aunque a veces parece más de Canal Sur que de una cadena nacional) y el de Juan Pablo Colmenarejo, que fue mi profesor de radio en Pamplona y me llamaba, en broma, «estadio insular». Su programa, «La linterna», me ha acompañado en muchos momentos de tristeza, sobre todo en el hospital, junto a mi padre, al igual que Paco González y su equipo de deportes. Por cierto, Herrera ha hecho historia reuniendo a Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo y José María García en su programa matinal, y mientras escribo esto lo escucho por internet. Entre otras cosas, quiero saber si García le ha llamado «Sor Iñaki» a Gabilondo, y cómo demonios ha conseguido Herrera que esos tres monstruos no hayan acaparado los micrófonos durante horas.
Pasado el Día Mundial de la Radio me he permitido este ejercicio de nostalgia y también de homenaje al presente de un medio que fue mil veces desahuciado, sobre todo tras la llegada de la televisión, pero que siempre se ha abierto camino, como la vida se hace camino.
Mi padre escuchaba mucha radio. Todavía recuerdo su viejo transistor a pilas, rojo con funda negra, pese a que hace décadas que lo vi por última vez. Fue a través de la radio como supe que mi padre, con párkinson y demencia, se iba de este mundo. Seguía vivo, pero su conciencia se había convertido en un borrón. Estaba en una residencia geriátrica y yo, al igual que mi hermana, sufría por verlo allí, despistado y con la mirada perdida por momentos. Le pregunté si quería que le llevase una radio. No se me ocurría otra forma mejor de que se sintiese acompañado cuando nosotros no estábamos allí. Para mi sorpresa, me dijo que no la quería. Era la evidencia definitiva de que se había desconectado definitivamente de la vida, aunque no murió hasta algunos años después. Se lo digo a mi mujer: no te preocupes si escucho la radio a todas horas; preocúpate cuando deje de escucharla, será muy mala señal.
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