González Pons

Nucleares y electoralismo

Más que alerta nuclear, vivimos una alerta demagógica. Ahora resulta que puede haber un tsunami en Burgos y que por ello la central de Garoña es insegura. Primero fue Angela Merkel la que reculó, echando atrás sus planes nucleares, y ahora Esteban González Pons, portavoz del PP, ha dicho que «si la energía nuclear es insegura, habrá que renunciar a ella». ¿Y qué ha cambiado en los últimos 50 años para que ahora sea insegura y antes no? ¿Es que los políticos solo saben decir lo que sus votantes quieren oír?

En primer lugar, resulta patético que en la UE se preocupen de si una nube radiactiva vaya a llegar a Europa cuando hay miles de muertos y desaparecidos, y cientos de miles de significados en Japón que hay que atender. En el peor de los casos, lo que ocurrirá es que una zona del noreste de Japón quedará abandonada como desde hace 25 años lo está el área circundante a Chernobyl. Una tragedia, sin duda, pero nada comparable a lo que hasta ahora ha padecido Japón con el terremoto y el tsunami. Además, se ha repetido hasta la saciedad que no es posible una explosión como la de la central ex soviética, porque los reactores están apagados. Lo que dice el comisario de Energía de la Unión Europea, el alemán Günther Oettinger, sobre el «apocalipsis» recuerda mucho a las llamadas de alarma de la OMS sobre la gripe A. Este señor (economista de formación) se ha basado únicamente en recortes de prensa y sabe tanto de centrales nucleares como el que esto escribe, o menos.

Que la seguridad es prioritaria resulta obvio, y el principio de precaución, un mandamiento para cualquier científico, debe prevalecer. Pero no hay que olvidar que todas las fuentes de energía y todas las plantas de producción industrial conllevan riesgos: no hace falta hacer una estadística para saber que las plantas de producción química han causado, históricamente, muchas más muertes y enfermedades que las nucleares. ¿Hay que recordar el desastre de Bhopal (1984), que mató a nada menos que a 20.000 personas en la India y dejó centenares de miles de afectados? Y no se planteó abandonar la producción de pesticidas, seguramente porque los muertos eran ciudadanos indios, de un país en desarrollo. Mucho más cerca, en España, se han producido muertes en una planta de Repsol Petróleo (Puertollano, 2003, nueve fallecidos), en las minas asturianas (pozo San Nicolás, Mieres, 1995, catorce muertos), en buques que repostaban… Más fácil aún, las presas suponen un riesgo real en caso de terremotos o crecidas, aunque pocos se acuerdan ya de los 144 muertos de Ribadelago (Zamora) hace 52 años, y de los nueve fallecidos por la rotura de la presa de Tous (Valencia) en 1982. Que se sepa, nadie ha reclamado el cierre de las presas y el abandono de la generación de energía hidroeléctrica.

El verdadero problema de las centrales nucleares es la eliminación de los residuos, algo que las centrales de nueva generación (no las construidas hace 40 años) gestionan con mucha mayor eficiencia. Eso es lo que dicen los verdaderos expertos, los científicos, a los que los políticos hacen tantas veces, y ahora más que nunca, oídos sordos. La ciencia y la razón son las únicas maneras de salir a flote de este tsunami de demagogia y electoralismo. Ojalá que bajo esta marea de alarmismo injustificado y mentiras no queden proyectos como la investigación de la fusión nuclear, una energía barata, inacabable y sin riesgos, que los científicos sitúan en un horizonte de unos 50 años (lo dice el conocido físico y catedrático José Manuel Sánchez Ron). Aunque ni a los gobiernos, cegados por el cortoplacismo de los cuatro años de mandato, ni por supuesto las grandes empresas de energía, aferradas al petróleo, les interesa lo más mínimo la inversión en esta vía de investigación.

Mientras no llega la fusión, y mientras las energías renovables no sean más eficientes, el mundo desarrollado no puede renunciar a la energía nuclear de fisión, que en España supone el 20% de la producción eléctrica. Si lo hacemos, renunciaremos a nuestro estilo de vida y daremos la puntilla a cualquier posibilidad de recuperación económica, amén de encarecer mucho más la factura eléctrica.

Los políticos europeos han descubierto (¡oh, albricias!) que existen los tsunamis, y que pueden afectar a la segunda potencia económica mundial (de hecho inventaron allí la palabra). No solo asolan Indonesia, Tailandia y otros países menos desarrollados. Fue un error de los japoneses construir una central nuclear cerca del mar, expuesta a un tsunami, que fue lo que neutralizó las bombas de refrigeración de los reactores. Estas olas gigantes son relativamente frecuentes en Japón, y allí algunas poblaciones disponen de muros de contención para frenarlos, en lo posible. Pero, tranquilícense, señores políticos, un hipotético tsunami no llegaría a Garoña, ni a Almaraz, ni a Trillo. Y es muy improbable un tsunami en el Mediterráneo que afectase a las de Vandellós, Ascó y Cofrentes. Si ese tsunami ocurriese, las centrales nucleares serian lo último que debería preocuparnos, porque estaríamos ante un cataclismo. Deberían hablar más con los científicos y ver más documentales de National Geographic.

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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