despedida
Ángel
Fue el pasado martes 19 de enero, el día siguiente al «blue monday», el día más triste del año según dicen muchos. Lo llaman lunes tormentoso, pero el martes es igual de malo. Mi cuñado Ángel se fue de este mundo después de pasar veinte días en la UCI, tres semanas en las que sus familiares le hemos acompañado mientras veíamos cómo las esperanzas de que recuperase se desvanecían.
Siempre recordaré que la mañana en la que se le paró el corazón, el pasado 29 de diciembre, se conoció también la muerte de Lemmy Kilmister, el líder de Motörhead. Ángel vivía de la música, como pinchadiscos, y mientras nos despedíamos de él también dijimos adiós a algunos grandes de la música, como Glenn Frey, el guitarrista de los Eagles. El más célebre, por supuesto, David Bowie, el 10 de enero. Cuando se produjo la muerte de Bowie ya nos habían dicho los médicos que no había solución, que ver con vida a nuestro querido Ángel sería un milagro. Antes de que Bowie falleciese escribí sobre su último album, «Blackstar» en el periódico con Ángel en mente, escuchando las inquietantes canciones «Lazarus» y «Blackstar» como profecías de un destino macabro. Lo del cáncer terminal de Bowie era un rumor que no quise reflejar en mi reportaje, pero sí dejé escrito que aquellas letras y videoclips del Duque Blanco bien podían ser heraldos de muerte.
Ángel tenía 48 años recién cumplidos y los médicos atribuyeron su fallecimiento a una «muerte súbita», lo cual no deja de ser una paradoja. Le preguntas a un médico por qué tu ser querido se ha muerto de forma súbita y te contesta que ha sido «muerte súbita». Pues vale. Le podría haber pasado a cualquiera, dijeron. Una trágica lotería. Tal vez nunca lo sabremos.
La palabra «cuñado» se ha convertido en un sinónimo de «enteradillo», del que opina sobre lo que no sabe. Ángel no era de esos. Como escribió Houellebecq, Ángel era de esas personas, cada vez más infrecuentes, que se alegran de que a los demás les vaya bien. Y que ayudaba sin esperar nada a cambio, por la simple satisfacción de alegrar la vida al prójimo.
Su corazón se paró dos días antes de Nochevieja y en plena víspera de Reyes nos dijeron que no había posibilidades de recuperación. La Navidad ya nunca será lo mismo para esta familia.
Cerrando la triste lista de coincidencias musicales, el 12 de enero sufría un grave accidente de tráfico el músico británico Colin Vearncombe, más conocido como Black, que se hizo famoso en 1987 con su canción «Wonderful life». Al igual que ocurrió con Ángel, está en coma y los médicos han advertido que únicamente un milagro hará que se recupere. Con solo 53 años, el músico que llevó al éxito internacional aquella triste canción sobre una «vida maravillosa» está también a punto de dejar este mundo. Una tragedia para la música de los 80, aquella de la que tanto gustaba Ángel, de la que solíamos hablar, y que comentaba en su querido grupo de amigos y radio en internet ilovemusic80s.com.
Siempre me emociona «Qué bello es vivir» («It’s a wonderful life»), aunque la he visto varias veces. Cuando la vea de nuevo, tal vez la próxima Navidad, me acordaré de otro ángel que acaba de ganar sus alas después de ayudar a un montón de gente a ver el lado positivo de la vida. No me refiero al entrañable ángel encarnado por Henry Travers, sino a mi cuñado Ángel.
Sed felices.
Esta la pincho yo para ti, Ángel:
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