Presunción de inocencia

Pasó casi hace un cuarto de siglo, pero lo recuerdo muy bien. Ocurrió en la Exposición Universal de Sevilla, en 1992. Yo había ido a verla con dos amigos de Vigo. Hacíamos cola los tres en uno de los pabellones más visitados, donde fácilmente se podían superar las dos horas haciendo cola. En un momento dado, y ante el intenso calor, mis dos amigos decidieron salir de la cola para comprar un refresco. Era una práctica habitual y perfectamente aceptada que algunas personas saliesen de la cola siempre que quedase alguien del grupo esperando en ella. Entonces ocurrió algo inesperado y muy desagradable.

Uno, que es callado, tiene el inconveniente (o la ventaja, según se mire) de pasar inadvertido, y en aquel caluroso día de septiembre de 1992 un grupo de señoras, que no había reparado en mí hasta ese momento, me acusó de haberme colado. De nada sirvieron mis explicaciones y ruegos, ni el hecho de que no era razonable pensar que aquellos dos chicos, mis dos amigos, se hubiesen ido sin más para no volver, después de un buen rato haciendo cola. La actitud de aquellas mujeres pasó de la desconfianza a la mala educación y a la abierta hostilidad. Su indignación se contagió a buena parte de la cola, que exigió mi expulsión inmediata. Temí que alguien llegase a la agresión física. Ante el revuelo formado llegó una azafata del pabellón (creo que era el de Canadá). Con buenos modales me invitó a salir de la cola. Lo hice, a condición de no perder mi sitio en ella en cuanto volviesen mis dos amigos.

Fue uno de los peores ratos de mi vida, pero al cabo de un tiempo volvieron mis amigos. Alguien de la cola, no las mujeres que me acusaban, reconoció haberles visto antes. Gracias a aquel testigo (siempre hay un justo en Sodoma) regresamos los tres a nuestro sitio en la cola. Clavé mis ojos en los de aquellas mujeres que me habían acusado sin razón. Se limitaron a bajar la mirada y a disimular. Ninguna de ellas tuvo la gallardía de pedirme perdón.

Puede parecer una anécdota sin importancia, pero en aquel momento (yo tenía 19 años) lo pasé realmente mal. Que te acusen sin motivo cuando eres una persona honrada e inocente produce un sufrimiento moral considerable.

Miren por dónde, estos días, tras la inesperada muerte de Rita Barberá, me he acordado de la Expo de Sevilla y de lo poco que se respeta en este país la presunción de inocencia.

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Rafael Rodríguez López (Rafa López)
Periodista + información

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