Archivo marzo 2020
Contra el coronavirus
El coronavirus SARS-CoV-2, que causa la enfermedad denominada COVID-19, ha logrado lo que ninguna calamidad en la historia: parar el mundo. Ni la Segunda Guerra Mundial, ni la bomba atómica sobre Hiroshima, ni los aviones del 11 de septiembre, ni la catástrofe de Chernóbil, ni siquiera los momentos más tensos de la crisis de los misiles cubanos, cuando el planeta estuvo, de verdad, a un paso del holocausto nuclear, consiguieron que tanta gente en tantos países se quedara en su casa muerta de miedo, dejando las calles vacías; los bares, cines y teatros, cerrados; y las pistas deportivas, desiertas.
En el Londres amenazado por las alemanas V-1 y V-2, las personas seguían yendo a los pubs. Cuando sonaba la alarma de bombardeo, sí, corrían a los refugios, pero cuando cesaba la alerta, la vida continuaba. El inmenso cañón alemán Gran Berta, de más de cien kilómetros de alcance, no apagó la vida nocturna de París. Ahora, en pleno siglo XXI, el mundo ha echado el cierre. A 23 de marzo de 2020 hay 294 110 infectados contabilizados (muchos menos de los reales) y 12 944 muertos. El secretario general de la ONU, António Guterres, ha advertido de que los fallecimientos podrían elevarse a millones.
Personalmente me domina la terrible sensación de que, con los recursos disponibles, no se están tomando las medidas óptimas. Suscribo las cinco recomendaciones de Yuval Noah Harari, las detallo y añado otras.
Uno, compartir información fiable: los países que están pasando por la epidemia deberían enseñar a los que todavía no la están atravesando. En este sentido es fundamental que cada país transmita a la Organización Mundial de la Salud (OMS) a diario sus cifras actualizadas de contagiados y fallecidos, especificando edad, sexo y patologías previas (diabetes, hipertensión, hipercolesterolemia…). Deben implantarse rápidamente estándares mundiales sobre qué significan estas cifras. Hay países que solo dan la cifra de hospitalizados, cuando la de contagiados (personas donde las pruebas detectan anticuerpos del SARS-CoV-2, aunque no presenten síntomas) es muy superior. Jamás debe ocultarse información: si China hubiera reaccionado tan solo una semana antes se habría evitado el 66 % de los contagios.
Dos, coordinar la producción mundial y la distribución equitativa de equipo médico esencial, como material de protección y máquinas respiratorias. Deben calibrarse las necesidades de mascarillas, equipos de protección individual (EPI), guantes, productos de desinfección y respiradores. Por país, por región y por ciudad. El material disponible, que siempre sería menos del necesario, se distribuiría de manera prorrateada por necesidad: si hay mil equipos, y una ciudad necesita dos mil y otra quinientos, se mandan 800 a la primera y 200 a la segunda. Se optimizaría la cadena de distribución para que el tiempo de llegada fuera el mínimo posible.
Hay que tener en cuenta que parte de este material se desgasta (algunas mascarillas deben renovarse diariamente; algunos EPI tienen un número limitado de usos y después deben desecharse), por lo que no basta enviar material una sola vez; tiene que establecerse un flujo constante.
Con la mayor rapidez se deben hacer las adaptaciones necesarias en fábricas que lo admitan para hacer frente a la escasez de este material. General Motors, Ford y Tesla ya han tomado medidas en ese sentido. Obviamente esto debe hacerse con cabeza, teniendo en cuenta que es una situación temporal. Las adaptaciones deben permitir que las fábricas vuelvan a su configuración normal cuando pase todo esto.
Los derechos de patente y la normativa sobre especificaciones deberían suspenderse durante este período excepcional. Sin obstaculizar la producción ni la distribución, únicamente deberían llevarse a cabo inspecciones de calidad para verificar que el material sirve para el propósito previsto (y no que un respirador de un fabricante novato introduzca micropartículas de plástico en los pulmones de un enfermo, por ejemplo).
Tres, los países menos afectados deberían enviar médicos, enfermeras y expertos a los países más afectados, tanto para ayudarlos como para adquirir experiencia.
Cuatro, crear una red de seguridad económica mundial para salvar a países y sectores más afectados.
Cinco, formular un acuerdo mundial sobre la preselección de viajeros, que permita que un pequeño número de personas esenciales sigan cruzando las fronteras.
Seis, investigación, investigación e investigación, mundialmente coordinada. Todos los equipos de investigación médica que actualmente estén con otras enfermedades (cáncer, alzheimer) y que puedan suspender temporalmente su tarea sin echar a perder el trabajo realizado, deben dedicarse a este coronavirus. Hay que averiguar por qué no afecta a los niños, y si el mecanismo puede trasladarse a los más vulnerables, los ancianos. Hay que terminar cuanto antes las pruebas de las vacunas que ya han empezado. Hay que averiguar, si, aparte de la cloroquina, en el inmenso arsenal farmacéutico del que dispone la humanidad, hay alguna otra arma eficaz. ¿Y en qué dosis? ¿Por qué vía (oral, en aerosol, inyectable…)? ¿Para pacientes en qué condición (infectados sin síntomas, con síntomas leves, con disnea, terminales)? Evidentemente, cada equipo tiene que dedicarse a investigar una sola cosa, que les debe venir ordenada desde arriba, por alguien que lleve cuenta de lo que todavía no se sabe, y los resultados deben compartirse inmediatamente y estar disponibles gratuitamente para toda la comunidad científica y la ciudadanía. De nuevo la OMS es el organismo más adecuado para esto. Si es necesario reforzar temporalmente sus medios humanos o técnicos, hágase.
Siete, separar a los infectados de quienes no lo están. Y no digo «a los enfermos de los sanos», porque la clave de esta pandemia es que la inmensa mayoría de los infectados no presenta síntomas, pero puede contagiarla a una minoría vulnerable que morirá en masa por el colapso de los sistemas sanitarios. En España se han producido intensos focos en residencias de ancianos porque, en vez de trasladar al enfermo a un hospital, permanece en la residencia, sin que los trabajadores dispongan de los equipos de protección adecuados. Una nueva instrucción obliga a separar a los residentes en cuatro categorías: sin síntomas y sin contacto estrecho con caso posible o confirmado de coronavirus; residentes sin síntomas, en aislamiento preventivo; residentes con síntomas; y casos confirmados. Esto es ineficaz. Lo primero es trasladar a los hospitales, incluidos los de campaña que se están montando, a quienes necesiten atención hospitalaria. Después hay que habilitar unas residencias para infectados que no necesiten atención hospitalaria, y otras residencias para no infectados, trasladando físicamente a cada una de ellas a los ancianos según su condición, comunicándoselo a sus familiares, pero sin que sea necesario el permiso de estos ni el de las personas trasladadas. El personal de las residencias de no infectados, antes de comenzar su jornada laboral, debe hacerse una prueba rápida (15 minutos) de coronavirus. Si resulta positivo debe notificarlo e ir a trabajar a alguna de las residencias de infectados, con los equipos de protección adecuada, ya que (aunque esto está por confirmar) cuanto mayor es la cantidad de SARS-CoV-2 a la que se exponga una persona, mayor es la probabilidad de que desarrolle un grado más intenso de la enfermedad. Por eso los sanitarios son uno de los colectivos más afectados.
Ocho, debe hacerse todo lo posible para paliar la recesión económica mundial que va a provocar esta enfermedad. Millones de empresas, autónomos y empleados perderán sus ingresos o los verán reducidos. Los Estados deben poder endeudarse sin límite para atender a estas necesidades. A todo aquel que pueda demostrar que tenía unos ingresos (por ejemplo, un salario, o las rentas declaradas de un pequeño negocio) y que los ha perdido, el Estado debe garantizarle unos ingresos mínimos mientras dure esta situación anómala. Esperemos que sea poco.
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