Archivo 7 marzo, 2017

Dos Estados

Es necesario poner fin al conflicto israelí-palestino, parte esencial del conflicto árabe-israelí. Aunque no tuviera efectos en otros países, existiría el deber moral de forzar un acuerdo y hacerlo respetar (por no hablar de los grandes beneficios económicos que supondría la paz en la zona). Pero es que los tiene; es que la pervivencia del conflicto israelí-palestino alimenta otros conflictos, como el del Líbano, Al-Qaeda en el norte de África y Afganistán.

Mario Vargas Llosa: «Aunque las bombas caen sobre Afganistán, el origen de esta guerra, y también su recurrencia cíclica así como su solución, tienen como escenario principal el Medio Oriente. Mientras el conflicto palestino-israelí continúe abierto, con su periódica ración de asesinatos, acciones terroristas, incursiones armadas y operaciones de represalias por parte de uno y otro bando, la crisis que se ha abierto entre un sector importante del mundo islámico y los Estados Unidos y Europa occidental seguirá agravándose y provocando violencias de incalculables consecuencias para el futuro de la humanidad.»

El acuerdo debe basarse:

  • en la Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas del año 1947;
  • en lo ofrecido por el primer ministro israelí, Ehud Barak, en la Cumbre de Camp David del año 2000 (el 95 % de Cisjordania y la Franja de Gaza, así como la soberanía palestina sobre Jerusalén Este); y
  •  en la Iniciva de Paz Árabe (retornar a las fronteras establecidas por la ONU antes de 1967, normalización de las relaciones con Israel, retirada de sus fuerzas de todos los territorios ocupados, incluido el Golán, Estado palestino independiente en Cisjordania y la Franja de Gaza, con Jerusalén Oriental como su capital, así como una «solución justa» para los refugiados palestinos).

Israel no tiene más remedio que propiciar la solución de los dos Estados. No puede esperar a cambio conseguir seguridad de manera inmediata (pero sí a largo plazo). La dinámica demográfica hará que pronto los ciudadanos de origen árabe sean mayoritarios en el actual Estado de Israel y en los territorios que ocupa. Negar el derecho de voto a esa población supone el apartheid y va contra los derechos humanos y contra las propias leyes fundamentales del Estado de Israel (que lo establecen como una democracia parlamentaria, que reconoce el valor de la persona, la santidad de su vida, y su libertad).

El prestigioso intelectual israelí Amos Oz, partidario de los dos Estados, cree que, de lo contrario, Israel acabará convertido en un país árabe o en una dictadura sionista. La situación de guerra permanente exacerba los ánimos y puede hacer que el electorado israelí se incline por opciones radicales, que enconarían todavía más la situación.

Es fundamental que el acuerdo dibuje un Estado Palestino viable en cuanto a tierras cultivables, agua, conexiones entre sus partes y comercio exterior. En eso Israel puede permitirse ser generoso, devolviendo tierras productivas o con agua que ha ocupado indebidamente, a cambio de tierras secas, improductivas o desérticas, ya que Israel posee el dinero y la tecnología necesarios para llevar agua y cultivos a esas tierras, lo que no es el caso de los palestinos.

La estrategia de buscar un acuerdo total que dé paso a una convivencia pacífica no ha funcionado. Debe intentarse otra vía: con el objetivo de dos Estados (de territorio específico pendiente de determinar) tratar de llegar a múltiples acuerdos parciales sobre agua, energía, circulación de personas y mercancías, relaciones internacionales, etc., que permitan un funcionamiento efectivo del Estado palestino y la reducción del sufrimiento de su población. Israel debe comprometerse (y EE.UU. hacer respetar ese compromiso) a no volver a destruir la infraestructura palestina (como en las operaciones Plomo Fundido o Margen Protector) ni a estrangular su economía. Quizá así se vayan tejiendo lazos hasta dejar los asuntos en los que el acuerdo es más difícil listos para una negociación valiente.

No tiene sentido que Israel exija seguridad a cambio (por ejemplo, si habitantes de un pueblo participan en atentados, le cortará el suministro de agua). En un primer momento la seguridad se la debe proporcionar Israel por sí mismo (deteniendo a los que vayan a cometer atentados, preferiblemente, o, si ya se han producido, a los autores). Posteriormente, a medida que la población palestina mejore sus condiciones de vida, los atentados disminuirán.

La situación actual es de bloqueo. Los palestinos no tienen nada que perder (por eso son tan peligrosos), mientras que Israel puede perder mucho: cada vez está más desprestigiado internacionalmente, en un mundo donde se valora mucho el «buen» comportamiento de un país y se represalia (como Israel ya está sufriendo, con la Campaña BDS y otras) la conducta indecente. Sí, puede ganar guerras, pero le salen carísimas y no son eficaces. Ha de empezarse un nuevo camino o todo seguirá como hasta ahora.

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Mete "Lo que hay que hacer" en Google y mira qué te sale: enlaces a un libro "Lo que hay que hacer con urgencia" del que las primeras páginas no están disponibles para descargar. Y mientras, tu ciudad, tu país, tu planeta bullen de problemas a los que no se pone remedio adecuado, cuando existen soluciones para todos. Escribo este blog desde Madrid, España, la Tierra, para unir mi voz a los que proponen estas soluciones y presionan para que se apliquen.
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