Se puede afirmar, sin temor a equivocaciones, que ahora mismo están oxidadas las estructuras del partido, anquilosados buena parte de sus dirigentes y desorientada la afiliación. Los dirigentes de estos últimos años han supuesto un lastre para el partido y un deterioro de la imagen de cara al ciudadano.
No arriesgamos nada si decimos que el voto popular ha sido un voto ciego, silencioso, lleno de temores y a escondidas. Decir que se votaba al Partido Popular era poco menos que un sacrilegio. Era algo así como tirar la piedra y esconder la mano. Algo que se reconoce en todos ambientes, excepto entre los candidatos populares, alguno de los cuáles lo confirman con la sonrisa o con la huida hacia delante.
El congreso de junio debe ser algo más que el momento de cambio en el liderazgo. Debe ser el momento de abrir puertas y ventanas para que entre lo nuevo y se fortalezca lo poco bueno que queda en el partido. El PP es un partido anquilosado en los primeros años de la década de los noventa, del siglo pasado. El partido necesita de un debate amplio, de un cambio de imagen sin precedentes, de un fortalecimiento de las ideas y, lo que es más importante, se trata de abrir el partido a los ciudadanos.
Alguien en el Partido Popular debe dar explicaciones sobre las abundantes amenazas efectuadas contra la persona de María Cristina Castro, candidata harta y dolorida por las amenazas de su propio partido y de sus dirigentes, hasta el punto de haber renunciado a presentarse como alternativa a Rajoy en el congreso de junio. Justo es reconocer que esa experiencia ha llevado a los otros dos posibles candidatos a no dar a conocer su candidatura y reservarla hasta momentos más próximos al congreso.