Racanería sindical en la mesa de diálogo social

Tienen una cara que se la pisan. Si vendieran albardas serían albarderos. Llegan tarde como casi siempre. Son los sindicatos de clase; esos parásitos incontrolados que se esconden en las adversidades y amenazan al trabajador, a la empresa y al Gobierno, cuando se adoptan medidas de progreso. Representan el egoísmo y la intransigencia, la ridiculez y la contradicción, la dejadez y el oportunismo. Los sindicatos de refrito español nunca entendieron el contenido de las palabras de Napoleón: “el medio más seguro de mantener la palabra, es no darla nunca”.

El desconcierto que acompaña a los sindicatos vuelve a salir a la luz. Son conscientes de su dejadez y de su desidia hacia el trabajador. Han tardado en captarlo, pero al fin lo han entendido. Y eso les ha llevado a levantarse de la mesa del diálogo social. Ni Gobierno ni sindicatos ponen medios para solventar la crisis, y por eso han acabado por no entenderse. Dos incompetentes, rara vez alumbran algo interesante. En esta ocasión los sindicatos se han dado cuenta. Tarde, pero se han dado cuenta.

Lo curioso del caso es que los sindicatos de clase amenazan con convocar una huelga general. Otra vez llegan tarde y se pronuncian a destiempo. Han tensado la cuerda excesivamente y no se dan cuenta que nadie les va a seguir, excepto sus liberados y la ignorancia de media docena de parados, justamente esos a quienes los sindicatos están poniendo “a los pies de los caballos”.

Las tesis empresariales se inclinan claramente por reconstruir el empleo y la situación de equilibrio, mientras los sindicatos de clase viven bien con la situación actual. Se han enfadado con el Gobierno porque ‘ha vuelto el rabo’, sabedor de que la crisis le aprisiona, le desgasta y le hunde, a lo que se une el hecho de tener el Gobierno más torpe de la democracia; en eso no ha desbarrado ‘Josemari’ Aznar.

Como de costumbre ‘no saben estar’. Sus gritos y aspavientos, mientras abandonan la mesa del diálogo social, ponen de manifiesto que los sindicatos de clase son unos inadaptados sociales en el momento que alguien les contradice. Trabajan a piñón fijo, sin planificación ni concierto y por eso siempre se dan el chapuzón en el albañal. Sigan adelante con el diálogo social: es suficiente con el empresariado y el Gobierno. Al fin y al cabo, ¿qué aportan los sindicatos, además de incongruencia y falta de sentido común? ¿Alguien piensa que el diálogo social no es posible sin los sindicatos? ¿Quién cree ya en este tipo de organizaciones anquilosadas y desprestigiadas?

Lo que el Gobierno ha presentado en la mesa de negociación, no satisface a sindicatos ni empresarios; pero los primeros no han sabido estar y carecen de alternativas. Otra vez el famoso piñón fijo de la incompetencia. No hay derecho a que se extienda el seguro de desempleo a quienes han agotado el paro: se fomenta la vagancia y la holganza; es una forma de que un importante sector siga sin buscar empleo. No se lleva ya lo de trabajar; eso ya no está de moda. Mejor en el paro y con cientos de euros en el bolsillos sin domar la cerviz. ¡Qué mal ejemplo el de los sindicatos, sabedores de que se les acaba la holganza!

Los empresarios, por otra parte, no están de acuerdo con la rebaja del pago a la  seguridad social. Medio punto no va a ninguna parte; pero saben que el diálogo arregla casi todas situaciones, cosa que los sindicatos no han sabido ver, ni entienden, ni comparten.

Los sindicatos de clase se asustaron ante el planteamiento de las reivindicaciones empresariales. Se plantearon con tanta claridad que ‘salieron corriendo’, acobardados al comprobar que empiezan a perder el norte y que los trabajadores acabarán corriéndoles a gorrazos o haciéndoles avanzar a puntapiés en el trasero. Su propia cobardía les aturde.

La aplastante lógica empresarial es lo que no entenderán nunca los sindicatos. Jamás se habían presentado cuatro objetivos más claros. Pero entre los sindicatos prima el confusionismo para poder pescar en río revuelto. La claridad no forma parte del patrimonio sindical y mucho menos el talante o la elegancia de la negociación. Cuanto más rocoso y más frondoso, menos decoro y más confusión. Precisamente las tesis empresariales fueron apoyadas por el Gobierno que, dicho sea de paso, cambia el ritmo y da a entender que está menos ciego que los ‘tuertos sindicales’.

El sindicalismo quiere mostrar fuerza y dar a entender que son en quienes se apoya el Gobierno. Son quienes sustentan los deslices, el descontrol y el gasto público indeseado e insospechado, sin ton ni son. Por eso salieron corriendo y actuaron como el niño bobalicón: “¡…pues te vas a enterar, ahora te meo la oreja!” Los acuerdos de mínimos ya no se llevan. Bastante tiempo y estupideces han tenido que soportar los empresarios; ellos son quienes ponen el dinero, mientras que los sindicatos se limitan a tirar piedras y agotan la paciencia ciudadana.

No tiene que haber necesariamente acuerdo en la negociación con los sindicatos. Se puede seguir trabajando contra la crisis, a la vez que se prescinde de los sindicatos. El diálogo social entre Gobierno y empresarios es más creíble que con los sindicatos en la mesa, dedicados a meter miedo, pedir prebendas y no aportar nada. Lo dicho, mejor diálogo social sin los sindicatos. Es preciso que empiece a alumbrar la razón y el sentido común.


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