Archivo diario: 3 julio, 2009

Elena Salgado, otra ministra pija

Son de la ‘izmierda‘ por conveniencia, pero su pijerío las identifica más con la derechona, a quien admiran, pero le vuelven la mirada por falta de sinceridad. No se atreven a confesar. La sinceridad no es precisamente uno de sus valores. Empieza a ser rechazada por su actitud ruin e hipócrita; al fin y al cabo se cree socialista.

Ya saben: ser socialista es una desgracia como otra cualquiera. En cierto modo, Elenita Salgado  me recuerda a la ministra SINDEscargas, marquesa de ‘Chorrapelada’.

Diálogo social: mejor sin los sindicatos.

No tiene que haber necesariamente acuerdo en la negociación con los sindicatos. Se puede seguir trabajando contra la crisis, a la vez que se prescinde de los sindicatos.

El diálogo social entre Gobierno y empresarios es más creíble que con los sindicatos en la mesa, dedicados a meter miedo, pedir prebendas y no aportar nada.

Lo dicho, mejor diálogo social sin los sindicatos. Es preciso que empiece a alumbrar la razón y el sentido común.


Los 'tuertos sindicales'

La aplastante lógica empresarial es lo que no entenderán nunca los sindicatos. Jamás se habían presentado cuatro objetivos más claros. Pero entre los sindicatos prima el confusionismo para poder pescar en río revuelto.

La claridad no forma parte del patrimonio sindical y mucho menos el talante o la elegancia de la negociación. Cuanto más rocoso y más frondoso, menos decoro y más confusión.

Precisamente las tesis empresariales fueron apoyadas por el Gobierno que, dicho sea de paso, cambia el ritmo y da a entender que está menos ciego que los ‘tuertos sindicales’.

¡Hay que acabar con este tipo de sindicatos!

Tienen una cara que se la pisan. Si vendieran albardas serían albarderos. Llegan tarde como casi siempre. Son los sindicatos de clase; esos parásitos incontrolados que se esconden en las adversidades y amenazan al trabajador, a la empresa y al Gobierno, cuando se adoptan medidas de progreso. Representan el egoísmo y la intransigencia, la ridiculez y la contradicción, la dejadez y el oportunismo. Los sindicatos de refrito español nunca entendieron el contenido de las palabras de Napoleón: “el medio más seguro de mantener la palabra, es no darla nunca”.

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Sindicalismo de palabra hueca y hechos retorcidos.

...pero para no trabajar ellos. ¡Que trabajen los obreros!

...pero para no trabajar ellos. ¡Que trabajen los obreros!

La actitud de algunos sindicatos empieza a pasarse de castaño oscuro. Han demostrado que son incapaces de aportar soluciones dignas a la crisis. Levantan la voz, inoperante e incompetente, cuando no deben y donde no están autorizados. Hablan de la crisis como si conocieran los entresijos de la misma, su origen y su evolución. Ni siquiera son conscientes de que se han convertido en lo mismo que las gallinas de Cafarnaún. Y además son como la gata Flora.

Como prueba de todo lo anterior, no se pierdan la solución que aporta un dirigente sindical, a pesar de su poco prestigio político y su nula repercusión mediática; para él, la solución es «que las empresas no despidan trabajadores». Sinceramente, uno no sabe si reírse a mandíbula batiente o correrle a gorrazos, que es lo que realmente merece.

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Cobardía del PNV y traición al pueblo vasco.

Ante la más mínima adversidad se arman de insultos y disparan con su escopeta de decir tonterías. Han demostrado gran cobardía en momentos puntuales de la Historia reciente, desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco hasta la detestable negociación con ETA, pasando por el atentado a Gregorio Ordóñez y la permanente agresión a su sepultura.

Sus permanentes lágrimas de cocodrilo han encendido el odio de muchos vascos y no menos españoles de corazón y de razón. Ha llegado el momento de que cierren la puerta y apaguen la luz. Han perdido la ‘mamandurria‘ a la que han estado sujetos durante toda la era democrática. Se han quedado sin prebendas, a la vez que han enviado a casa a más  de  dieciséis mil cargos y carguitos de libre designación de su partido.

Señor Urkullu: ustedes han perdido el prestigio, si  es que alguna vez lo tuvieron, que lo dudo. Le recuerdo, en palabras de Jules Romains, que el prestigio es el máximo dirigente del mundo, pues dirige todos los gobiernos.