Se ha apuntado que a Pérez Rubalcaba, presunto incrédulo y ministro del Interior, le ha tocado bailar con la más fea. Con la cara de poema que tenía en la rueda de prensa, dudo que se le acercaran las guapas. En algún momento debió invadirle el recuerdo de otros ominosos hechos del ‘tardofelipismo’ o de momentos más recientes. Muchos proyectos se le han ido de las manos, después de lo que ha luchado para que Zapatero se acordara de él tras el 14-M.
Cuando se miente hay partes del cuerpo que no reaccionan con naturalidad. A unos les invaden los sudores, en otros aparecen ‘tics’ y, en los más, la cara se alarga, mostrándose blanquecina y alargada ante la audiencia. Hace poco decíamos que a Felipe González le traicionaba la mirada cruzada cuando mentía; a Zapatero los movimientos descoordinados de manos y cabeza, mientras que a Rubalcaba es la cara; sí, un rostro ‘cariacontecido’ que habla sin que se le pregunte. Que nadie lo dude: Rubalcaba volvió a mentir; aunque esta vez nadie haya dado la orden del “¡Pásalo!”, lo que demuestra un equilibrado sentido de Estado por parte de Rajoy.
Decir que el ministro del Interior no intuía, ni sospechaba, lo que podía pasar antes del diez de enero es rizar el rizo sin necesidad. Si es cierta esa afirmación, alguien debe explicar el motivo por el que dio la orden de reforzar Madrid en numerosos puntos, acudiendo, incluso, a miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado de otras provincias. No nos creemos que se haya dicho toda la verdad. Faltan datos que en la oposición no se sospechan, ni se concretan. El presidente no puede seguir más tiempo escondiendo sus temores, como desde Interior no se puede trabajar con tanta parsimonia pasadas más de veinticuatro horas del atentado, ni Joan Mesquida puede seguir jugando con el avestruz.
De momento, Zapatero ha perdido todo el margen de maniobra, pero la tozudez y torpeza del presidente le han llevado a mantener abiertas algunas puertas. Los miedos son los miedos y sabe lo que se juega. Como sabe que muchos que viven alrededor del poder le están llamando estos días de todo menos guapo, porque son conscientes de la que se les viene encima. No es fácil subsistir a la intemperie del poder.
Hay torpezas que nunca se justifican ni disculpan, y mucho menos cuando todos tiran hacia un lado y uno solo con sus afines lo hacen hacia otro. El presidente ha sido la primera víctima del atentado; su defunción política es un hecho que solo se alargará durante las vacaciones navideñas. No solo deberá pedir perdón por su torpeza, sino que aún debe aclarar qué es esa fantasmada de la ‘suspensión’. ¿Es que aún piensa seguir en el poder para reintentarlo? Puede encontrarse con que la ciudadanía se plante en el “¡No pasarán!”. Es cuestión de tiempo, de muy poco tiempo.