El fantasma de la Moncloa se ha apoderado de la fragilidad de Zapatero. Sigue lanzando al viento ideas vacías. Ha dudado al afrontar su primera salida. Nunca imaginó que pudiera ser tan tranquila. Su otro problema es que ha perdido toda su credibilidad, después de demostrar que había equivocado el rumbo, caído en la desorientación posterior y utilizado el mecanismo de compensación que esconde un claro complejo no confesado. Hablamos de la frustración del inseguro cuando ha visto rotos todos sus esquemas y aspiraciones en un abrir y cerrar de ojos.
Parece que su “determinación para la paz es aún hoy mayor”. ¿A qué paz se refiere? ¿Dónde estamos en guerra? ¿Pero de qué habla este insensato? Acostumbrado a ser ‘niño bien’ resulta ser antojadizo. Sigue con la misma cantinela y le va a costar ‘hacer una nueva versión”. También tiene la creencia del músico inexperto. De forma burlesca, al presidente le han atribuido su afán por conseguir el Nobel de la Paz y ahora tenemos con él otro problema: no distingue las segundas intenciones (la ‘coña marinera’, que diría el castizo), al igual que ha demostrado no distinguir la realidad de la ficción.
Hay claros problemas que se detectan en el inseguro Zapatero. Va en caída libre y con pocos apoyos. Pero existe otro muy preocupante a su alrededor, como es la situación de Batasuna. Nunca es tarde para que sus dirigentes acaben donde deben: en el trullo. Ya está bien de ‘paños calientes’. Se les ha consentido lo que no se consiente a un ciudadano de buena fe. ¡Y eso que estaban ilegalizados! Tanto el fiscal general del Estado, como el director general de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, deben explicar su actitud blandengue, caprichosa y sospechosa tras cada rueda de prensa de Otegi, Permach y demás apéndices del monstruo.
Batasuna está fuera de control. Ahora será intermitente. Ya se sabe, como la definición del alto el fuego dada recientemente por el presidente Ibarra. Por cierto, llegados a este punto, alguien debió hacerle caso hace unos años cuando, ante la candidatura de Rodríguez Zapatero en el Congreso socialista, apuntó que no haría sombra a José Bono, ya que se trataba de “un ciclista que ni siquiera había ganado la vuelta a su pueblo”. ¡Cuánto beneficio para el país si el trapicheo de votos no se hubiera sustentado en el rencor y la envidia entre clanes del partido socialista!
De ese desprecio y falta de respeto inicial de Juan Carlos Rodríguez Ibarra a Rodríguez Zapatero, llegamos hoy a la falta de respeto de cuantos socialistas han tenido que rectificar al presidente estos últimos días. De ese “suspender” inicial se ha pasado a la rectificación de sus lugartenientes “dando por roto el proceso”. Sus validos han tomado posiciones. El descrédito presidencial es un hecho extendido y entendido. En el partido hay decepción y revuelo contenido, mientras que en el Gobierno hay división; tanta como para aguantar pocos telediarios.