Estoy en Miami a punto de abordar el avión que me llevará de vuelta a casa en Atlanta después de asistir al Congreso iRedes en Burgos. Allí tuve el honor de participar en una mesa redonda sobre creación de contenidos en redes sociales. Gracias Leandro por invitarme y felicidades por la impecable organización.
Quiero hacer algunas reflexiones sobre lo que fue el congreso, pero tengo el cerebro tan frito por las pocas horas de sueño de los últimos días que me tienta escribir un tweet de resumen y a correr. Sin embargo, creo que vale la pena exprimir la última gota de energía de mis neuronas para redactar algo más pensado, como pide Ander en su entrada sobre iRedes.
En los dos días de ponencias y charlas en Burgos, debatimos sobre el papel y la importancia de las redes sociales, un fenómeno de tan rápido crecimiento que puede llevarnos a pensar que en las redes está la solución a todos los males del mundo, algo que José Luis Orihuela rechazó muy atinadamente en sus conclusiones del Congreso.
Para mí, la gran epifanía fue que para hablar de redes sociales tuvimos que juntarnos físicamente en un lugar, tener encuentros cara a cara para quitarnos las arrobas y ponernos rostros unos a otros, conversar, echar risas, intercambiar experiencias, beber gin tonics, dar paseos, sentarnos a tomar café, y, por supuesto, comer morcillas.
En Burgos pude conocer a muchas personas que hasta ahora no eran más que «followers» con avatar. Y he de decir que todos mejoramos en carne y hueso. Podremos tuitear, bloguear, actualizar nuestros estatus en Facebook y hacer checkins en FourSquare. Pero nada sustituye al trato personal, en el que nos entregamos a los demás de una forma que las redes sociales jamás podrán lograr.
Mucha gente siguió el congreso vía «streaming«, y seguro que hasta tomaron notas, y tuitearon a mansalva, y aprendieron mucho. Pero sólo los que compartieron mesa con Pacotto, Nacho, Ander, Ramón, Jpunto, Mancini, Nicole, Antonio y Raquel pudieron disfrutar el momento mágico en el que, al llegar las bandejas de cordero asado a la mesa, en la cena del jueves, y después de una animada conversación, se hizo un silencio sepulcral.
Todos estaban arrobados, enredando con los tenedores y los cuchillos, virtualmente poseídos, royendo los huesos con auténtico virtuosismo 2.0. Entonces Jpunto observó: «Os habéis quedado mudos con el lechazo (cordero)». Sin parpadear, Ander y Pacotto alzaron la vista y, al unísono, en perfecta sincronía, exclamaron: «El silencio de los corderos«. Las carcajadas subsecuentes fueron homéricas.
Para mí, eso valió todo el Congreso, y sin embargo nadie lo tuiteó, ni lo retuiteó, ni fue facebookeado. Nadie sacó un teléfono para fotografiar el momento y subirlo a Flickr o Instagram. Simplemente lo vivimos. Que un tweet nunca nos arruine el disfrutar de un buen momento.