Tranquilitamente
Probablemente, aprender algo sea meter en tu cabeza lo que no tenías antes en ella. Hay que ir de puntillas en estos asuntos de enseñar y aprender, porque está muy mal visto colocarle un bloque al que no lo tiene -a lo mejor le desequilibras- o que el que no lo tenga, le dé igual lo que le coloques, porque en su cabeza no entran este tipo de bloques. Así que los expertos discuten incansablemente de qué tamaño, forma y color tenga que ser el bloque para que entre en tu cabeza con suavidad y sin romper nada. Para que tengas algo más de lo que no tenías, sin dejar de ser tú mismo, sin que empieces a ser otro, después del colocón.
El problema más gordo es el de que no sabemos lo que no sabemos y eso vale tanto para profesores como para alumnos. La realidad es inmensa, no cabe entera en la cabeza de casi nadie, por más premios Nobel que les hayan dado a unos y otros. Cualquiera que se crea que lo sabe todo de una materia, demuestra que sabe muy poco, por no decir que no sabe nada. Y el que quiera enseñarle todo al que no sabe nada, lo tiene muy crudo, si no sabe que él tampoco lo sabe.
Es duro el oficio de enseñante: pueden venirte los papás a que le apruebes a su criatura, porque ¿quién eres tú para decir que sabe o no sabe? ¿Qué es lo suficiente para aprobar? Lo que yo diga o lo que digan tus papás. O lo que diga el ministro de turno, que te cambia los planes de estudios y lo que valía ya no vale, sino que hay que enseñar esto en vez de lo otro. Así que vamos a enseñar jugando, por lo fácil, para que no se note que estamos jugando a enseñar. Y ya se encargará la vida de curtir al mamoncete.