A Pío García Escudero no le cabe ninguna duda respecto al presidente Rodríguez Zapatero, por eso dice que debió ser hormiga, en vez de cigarra. Tal afirmación la hace partiendo de la herencia que recibió del ínclito y admirado, por otros vilipendiado, José María Aznar. Una herencia que hubiera satisfecho a cualquier presidente responsable, incluso la hubiera ampliado. Pero en el caso del leonés, Rodríguez Zapatero, la incompetencia ha abanderado todo su mandato, la mentira ha alumbrado su día a día y la estupidez añadida a la falta de sentido común ha sido su tarjeta de presentación.
Según el portavoz de la derecha españolista en el Senado, Rodríguez Zapatero «tenía que haber pensado que para que siguiera mejorando la economía debía seguir aplicando una serie de medidas y reformas, porque la economía por sí sola no avanza ni mejora». Está claro que García Escudero pide al presidente el ejercicio de un sumatorio que nunca ha sabido aplicar; más bien al contrario, pues los cinco millones de parados son el resultado de una política económica bastante rastrera, mediocre y falta de planificación.
Hace dos años todos pensábamos que a cinco millones de parados no llegaríamos ni quedándonos de brazos cruzados. Pero lo peor de todo es que el Gobierno pensó lo mismo y ahí está el resultado: además de cinco millones de parados, contamos con una estructura laboral destruida casi al completo, unos sindicatos clasistas compuestos por miembros afines al Gobierno que les “amamanta” y toda una tropa de liberados dispuestos a golpe de silbato. Y, lo que aún es peor, una perspectiva de futuro bastante negativa, a lo que se une la falta de credibilidad en nuestro entorno social, político y económico, además de haberse convertido el Gobierno de Rodríguez en el hazmerreír de la Europa desarrollada; tomen como ejemplo las últimas afirmaciones del presidente francés sobre nuestro presidente.
El presidente Zapatero “en vez de preocuparse de la situación económica, se metió en pantanos que no debía”. Y aquí llegamos, para desgracia de la economía productiva, de la clase trabajadora y del mercado laboral. Digno es destacar que en los ocho años de Gobierno de José María Aznar, la economía española creció «como nunca antes lo había hecho, era un cohete, se crearon cinco millones y medio de empleos», ha dicho García Escudero, y éramos la envidia de la Europa económica. Pero vamos más allá: en todos los países de nuestro entorno se miraba a la economía española como bandera y dato a analizar.
España se ponía como ejemplo en las universidades de los países desarrollados y se analizaba como, tras coger Aznar un país semihundido y que no cumplía ningún objetivo de convergencia con Europa, lo convirtió en un país alegre económicamente, próspero socialmente y con unas estructuras económicas envidiables. Justo lo contrario de cuanto había hecho el vulgar y gamberro socialismo de Felipe González.
Nadie pone en duda que hoy hemos vuelto hacia atrás y la desgracia se ceba con España, por obra y gracia del socialismo caduco, estancado y cavernícola. En vez de preservar el socialismo la abundante y digna herencia recibida, se ha dedicado al derroche económico y de todo tipo; empezando por la negociación con la banda asesina que representa al mundo abertzale: “un hecho que primero negó, que luego reconoció y que finalmente fue un fracaso, que provocó a su juicio tres años de retraso en la lucha antiterrorista, porque fue una trampa que permitió la reorganización”; siguiendo por la vulgaridad de trato al estatuto de autonomía catalán y continuando por la deficiente y desastrosa financiación autonómica.
Rodríguez Zapatero se ha metido en numerosos “pantanos”, demostrando su nulo liderazgo, su desprecio a la diversidad de las regiones, su falta de rigor en el trabajo y su incapacidad para formar equipos. La prueba es que todos sus Gobiernos han sido ejemplo de desastre, ocio, ridículo y lástima. Siempre pensó que tenía razón, mientras le chantajeaban como a lady Godyva, aunque el equivalente al Leofric español no fuera capaz de bajar los impuestos, sin darse cuenta que “las verdades eternas trasladas a la política son un primer paso al totalitarismo”, como demostró en su momento Juan María Bandrés.