Otra vez le han vuelto a engañar. Al pobre Juan Vicente le han planificado los presupuestos para la comunidad y la fatalidad ha hecho que se la hayan vuelto a meter doblada, como a buen soltero aturdido y desmemoriado.
Desde Silván hasta Mateos, pasando por la cocinera («Guisasola») y Silvia Clemente hasta Villanueva, todos le toman el pelo. Antes solo eran los directores generales (sobre todo los de la Consejería de Educación) quienes le ‘canturreaban’, ahora casi todos han perdido la vergüenza y la mayoría se mofan de él entre bambalinas. ¡Pobre Juan Vicente, qué buen vasallo si no estuviera rodeado de tantos ínclitos descontrolados e indignos aprovechados!
Viene todo eso a cuento porque le vuelven a engañar con los presupuestos generales para la comunidad. Desde la consejera de Hacienda que pide más dinero porque no sabe hacer cuentas, o hace las del torpe Gran Capitan, hasta el consejero de Educación, porque no sabe defender la ética de la docencia y la dignidad del profesorado. Eso sí, para cobrar no deja que la Junta le engañe; él cobra su sueldo universitario (vean datos de la prensa de hoy). Pues lárguese, señor Mateos, y que le aproveche su egoísmo descontrolado, su falta de pericia y su mal entendida educación. ¡Márchese, amigo, márchese a su cátedra médica y deje de humillar la dignidad del estudiante, del profesor y del sentido común!
¡Santo cielo, cuánto mediocre sigue vagando por el firmamento de la indignidad! ¡Cuánto adocenado ha presumido de socialista y hoy preside, como alto cargo, la aspiración de la nada y la consagración de la mentira! Si las palabras son los clavos para fijar ideas, como decía Godín, lo cierto es que en Castilla y León no hay clavos ni ideas ni futuro, pero sí desesperanza, miedo y congoja, o más bien preocupante acojonamiento. Frente al oscurantismo que preside la presidencia de Herrera Campo y la indignidad acomodaticia que alcanza a la irresponsable oposición, «la oportunidad queda perdida frecuentemente entre las inservibles deliberaciones», como decía Publio Siro.
Nos da pena de Juan Vicente Herrera Campo cada vez que pensamos en el destino futuro de Castilla y León, pues ni Herrera merece un mal destino como tampoco lo merece la comunidad que hizo España. Castilla y León parece estar condenada a cerrar cualquier día o a desaparecer; no podemos mantener la Sanidad, según el presidente; la educación la tapamos con el manto de la dejadez y la desidia; las infraestructuras esperamos a que el Gobierno central nos las desarrolle; las empresas las cerramos por ignorancia y falta de visión empresarial; la formación profesional la manteamos sin piedad ni pasión ni elegancia; la cultura la menospreciamos; al profesorado le condenamos al sufrimiento e intentamos organizarle su terreno desde el desconocimiento; corrompemos la esperanza; masacramos el futuro y rompemos las expectativas sociales. ¡Vaya bodrio de comunidad! Sin duda, si los incompetentes volaran, no nos daría el sol.
Castilla y León se muere. La comunidad no encuentra el camino del futuro. El Partido Popular la masacra como si pareciera despreciarla y depreciarla y los equipos de Herrera Campo la malvenden y distorsionan como si fuera una insignificante furcia encontrada en el camino de la media noche. Si Baden-Powell decía que «la manera de conseguir la felicidad es haciendo felices a los demás», nosotros nos inclinamos más por el refranero, porque vemos que «la memoria es como el mal amigo; cuando más falta te hace, te falla». Y es que desde que conocemos la cantidad de borrones que Herrera Campo ha cometido con Castilla y León, pensamos que — como decía Manolo Alcántara — «lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo y con qué indignidad se borra».