Como ya se preveía, Manuel Pizarro ha decidido dejar su escaño en el Congreso de los Diputados «por razones estrictamente personales». Una de las personas más preparadas y con experiencia p ara luchar contra la crisis económica, se ha ido aburrido, denostado, engañado y superquemado. Desde su escaño en la fila sexta del congreso ha estado contemplando durante casi dos años la deriva, las luchas internas y las contradicciones en el discurso del Partido Popular en los últimos tiempos.
Esta dimisión era algo ya predecible, dado el trato que Pizarro ha estado recibiendo desde el aparato del Partido Popular, dominado por una serie de mediocres profesionales de la política que en su vida no han pisado otra cosa que la moqueta del hemiciclo y han estado sometiendo a este señor a un mobing descomunal. Son el «aparato» que tienen como principal objetivo su permanencia en el puesto que con su egoismo no dejan oxigenar al partido que va arrinconando a todas aquellas personas que tengan un discurso claro y una valía personal suficiente que pudieran representar un peligro al ser comparados con el vacilante y contradictorio «liderazgo» de Mariano Rajoy, ahora, en las manos de su Maricospe.
En estos últimos tiempos hemos visto irse a los mejores de este partido como María San Gil, Ángel Acebes o Eduardo Zaplana, que en un goteo sucesivo han acabado por retirarse de la vida pública, mientras se sigue humillando todos los días a Esperanza Aguirre, que aún sigue aguantando, por otra parte, una herrumbrosa maquinaria de un partido compuesto por funcionarios únicamente obsesionados por su status particular con algunos de ellos acusados de corrupción que siguen en sus despachos en Génova, por voluntad de Rajoy, pensando que así alcanzarán sin despeinarse la herencia de Rodriguez Zapatero.