Antes o después tenía que aparecer nuestro Rey. España llevaba mucho tiempo dando tumbos, perdiendo el respeto obtenido durante años en el exterior e inmerso en el tobogán de la incoherencia diplomática. Los españoles tenemos una ventaja, y lo dice alguien que no es precisamente admirador de las monarquías. Esa ventaja es que cuando falla o se descoloca todo lo que hay alrededor, surge la figura del Rey. El mismo que durante el periodo democrático siempre ha dado suerte a España y ha sabido aguantar el tirón en los momentos más difíciles y comprometidos.
Don Juan Carlos es un talismán en cualquier situación: aún recuerdo su presencia en el País Vasco, donde fue abucheado por los ultranacionalistas abertzales. No solo supo estar a la altura de las circunstancias, sino que hasta el Gobierno del PNV quedó como ‘Cagancho en las Ventas’. Su saber estar y actuar se han puesto de manifiesto tantas veces que no podía ser menos ahora, cuando ha alcanzado plena madurez de palabra, obra y representación.
Muchos ya no tenemos duda respecto a que la próxima Cumbre Iberoamericana y las sucesivas no serán igual. Esta última ha marcado un punto de inflexión o, como ahora se dice, un antes y un después. La actitud de Hugo Chávez ha supuesto una vergüenza de representación para el pueblo venezolano. Un pueblo harto de las salidas de tono de su presidente, del esperpento que representa, de su mediocridad política y de la represión a la que aspira. Un tipo mal educado y mal reciclado al que se vota por miedo y con odio. Un ‘matón’ de medio pelo que, cultivado en la escuela castrista, ha empezado a contagiar su siniestra actuación a otros presidentes de Iberoamérica tan débiles como él, tan incultos y tan desequilibrados.
Algunos analistas lo veíamos venir. Alguien tenía que poner a Chávez en su sitio, dado que el tiempo no lo había hecho. Unos por temor y otros por educación, todos aplazaban el momento y ha tenido que ser Don Juan Carlos, nuestro Rey, quien le espetara lo que todos sabemos. Pero ese “¿Por qué no se calla?” equivale a muchas otras expresiones impropias de la diplomacia, pero utilizadas por el común. Donde nuestro Rey dijo eso, otro hubiera dicho: “¡Váyase a tomar por…!” o tal vez peor y más dura expresión.
Ayer, la frase más común entre periodistas, políticos y ciudadanos era que el ‘Gorila Rojo’ se había ido “con el rabo entre las piernas”. Tan solo el afán de protagonismo de gente como Llamazares, líder de ‘Izquierda Hundida’ e Ignacio Anasagasti han puesto un ‘pero’ inentendible e impresentable; no obstante, siempre digno de respeto por ser una opinión en un país libre. Eso mismo es justamente lo que desconoce Chávez: la elegancia, la diplomacia, la opinión libre, la sinceridad y la ética.
El presidente Rodríguez también supo estar, si bien le faltaron reflejos. Debió ser contundente en vez de mostrarse asustadizo, tembloroso y dubitativo. Algo semejante a lo que sucedió a sus acompañantes más próximos, Moratinos y Trinidad. Las cámaras de todo el mundo muestran a Trinidad Jiménez con una sorprendente cara de susto, descolorida y descolocada. Y por encima de gestos, rostros e insultos, la elegancia diplomática de nuestro Rey; digno hasta para ausentarse. Lo hizo con sencillez y sin bravuconadas. Un gesto aplaudido por el pueblo venezolano que tuvo acceso a los canales internacionales o lo presenció fuera de Venezuela. Un dato emotivo: Ante el gesto de Don Juan Carlos al ausentarse, pudimos presenciar en Valladolid cómo a un grupo de venezolanos se les escapó la emoción y lloraron de gozo; no era solo el gesto, sino la satisfacción de ver cómo el ‘Gorila Rojo’ quedaba descolocado y sin digna reacción ante ese “¿Por qué no se calla?”.
Chávez, gamberro donde los haya, ha agotado la paciencia de todo el mundo. Tan solo le ríen las gracias sus atemorizados allegados y los alumnos de la escuela castrista, como Evo Morales, Daniel Ortega y pocos más. Prueba de ello es la abundancia de felicitaciones recibidas por Don Juan Carlos, tras ‘domar’ a la culebra represora que aspira a abanderar el fascismo en Iberoamérica, con prácticas decimonónicas y circenses. La educación que los mandatarios iberoamericanos han mostrado, seguramente se ha acabado. Alguien tiene que ‘adormecer’ a Chávez; es una amenaza para el sentido común, para la libertad de los pueblos y para la paz social. Lo que no entendemos es cómo no le mandaron a ‘freír espárragos’ en los diferentes foros de la ONU; tal vez pensaron que no era peligroso y ahora comprueban que, acompañado de su ignorancia y mala fe, pisa al adversario, al compatriota, al dirigente político y a cuantos le han aguantado sus impertinencias.
Hugo Chávez representa a una siniestra mediocre que aspira a acabar con las libertades. Una siniestra vulgar que abandera el empobrecimiento de sus pueblos, el permanente tráfico de influencias, la corrupción, el abuso y el garrote vil. Hugo Chávez mostró la cara de la izquierda perdida y aturdida, sin ideas ni perspectivas, pero con odio y cardenilla en su interior. Hoy Iberoamérica vive un preocupante mosaico de miserables ‘señoritingos’, a la vez mandones, mediocres y dictadores. estamos ante una izquierda de colorines, cuya característica es la ineficacia, la facilidad para empobrecer lo que tocan y el abandono del pueblo. Nunca tan pocos hicieron tanto daño. Hace unas semanasescuché a un insigne periodista venezolano, gran amigo y dilecto profesional, que “la muerte puede consistir en ir perdiendo la costumbre de vivir”.
Observen la cara de Trini Jiménez y de Fernando Moraleda