La nueva presidenta del Parlamento Vasco se llama Arantza Quiroga, tiene 36 años, es medio rubia medio caoba, delgada a pesar de sus cuatro partos, y cliente del Opus. Es el tipo de mujer que uno busca en un bar pero encuentra en una iglesia, confesando que ayer, sin quererlo, deseó.
Arantza tiene una perfecta sonrisa de derechas, una mirada limpia de pecado, y una chaquetita azul cielo despejado sobre los hombros blancos. Arantza es sexy sin querer serlo, porque su cuerpo es sólo de Dios y de su marido, y lo prohibido, si puro, dos veces bueno. Arantza es una niña mona con ideas remilgadas, bragas color carne y pendientitos de perla.
Arantza pertenece a esa estirpe de mujeres conservadoras hasta en el andar. Esas rubicaobas no necesariamente naturales que, de tan pijas, de tan estiradas y estupendas, de tan discretas y educadas resulta difícil detestar. Mujeres que, entre el más acá y el más allá, apuestan por lo menos divertido, y fantasean con un Dios de rostro parecido al de papá.
A Arantza nunca le han regalado nada porque siempre lo tuvo todo, desde la ortodoncia hasta la depilación láser. Desde su príncipe azul con yate hasta esos Manolos que, si no te fijas, no parecen tan caros.
Y por eso mismo, por tenerlo todo, a Arantza un día se le encaprichó el Parlamento Vasco, y nadie se atrevió a romper la ilusión de la princesita. Pues enhorabuena. Pero trátalo con cuidado, tesoro. Que no es tuyo.
Por Jose A. Pérez