«Pablo Casado ha tenido que gestionar la tormenta perfecta que se ha llevado el seguro paquebote de la derecha española a estrellarse en un acantilado».
Por Xavier Carrió / Hacia mediados del año 81 del siglo XX, la derecha española decidió súbitamente suicidarse. Las consecuencias de la renuncia voluntaria a la vida (política) de quienes hasta aquel muy preciso instante habían sabido agrupar en las urnas a la voluntad mayoritaria de la sociedad. Necesitaron 17 años para reagruparse y llegar a vencer definitivamente a Felipe González
La derecha española ha obtenido en las elecciones pasadas, esos comicios que se están celebrando como casi la antesala misma de un funeral, más votos populares, en concreto unos 400.000 más, que durante su instante de mayor éxito en lo que llevamos del siglo XXI, cuando el Partido Popular obtuvo, en 2011, la sobrada mayoría absoluta con 186 escaños en el Congreso.
El afán de protagonismo de los líderes del PP, Cs y Vox, su falta de sintonía ante la inminencia de nuevas elecciones, junto a la perversidad de nuestro sistema electoral, podría llevar a una situación parecida con el PP en el centro de la tormenta.
Pablo Casado ha tenido que gestionar la tormenta perfecta que se ha llevado el seguro paquebote de la derecha española a estrellarse en un acantilado. La pérdida de millones de votos y casi 70 diputados no puede dejar incólume su liderazgo. Fuentes internas del partido temen que mañana mismo empieza la ofensiva para moverle la silla. En el subconsciente de todos subyace la idea de que apostar a la derecha no ha funcionado.
El joven líder del PP representaba el rearme ideológico del partido. De hecho, es cierto que levantó pasiones en sus propias filas –militantes y cuadros–, pero durante la campaña se pudo apreciar que no en la calle. La baza que jugó Casado en las primarias ante Sáenz de Santamaría es que era el mejor antídoto ante Vox. De ahí la presencia de José María Aznar en campaña. La estrategia ha resultado fallida.
¿Qué ha fallado en el PP? Aparentemente, casi todo. Aunque lo más probable es que la histeria movilizadora en torno a Vox –que, pese a su irrupción fuerte, no ha cubierto sus propias expectativas– haya llevado a error a los directores de la estrategia del PP. Por primera vez desde los tiempos de Fraga, el PP ha olvidado que las elecciones las gana el partido que ocupa el centro y ahora se ha encontrado que ha sido ocupado, pero por otras siglas.
El PP se ha quedado huérfano. Apenas queda en primera fila nadie de la generación de Aznar y Rajoy. Los ministros de los últimos gobiernos están defenestrados. Rajoy, Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal han dejado la política. mientras políticos relevantes aún en el poder, decepcionados al ver peligrar su puesto, siguen emigrando hacia formaciones vecinas.
El martes en Génova, apenas la única esperanza que quedaba era “que los votantes de Vox se dieran cuenta del estropicio que han provocado en la derecha española”, O sea, que los votantes rectificaran y se dieran cuenta de que el PP es necesario de cara a las elecciones locales, autonómicas y europeas del 26 de mayo. Pero la impresión era anoche funesta. En esas elecciones hay otras decisiones de Casado verdaderamente complicadas, como la de Isabel Díaz Ayuso para la Comunidad de Madrid, de quien se espera que haga una campaña hacia arriba, tras un inicio titubeante.
La guerra interna fue tan cruenta que acabó por saturar a sus votantes. El partido se ve abocado, de entrada a un ERE y una mudanza de sede, insostenible con una estructura basada en menos de 70 diputados. Por los pasillos de Génova aún deambulan funcionarios que han movido los hilos, nunca desde la primera fila. Los jóvenes García-Egea y Casado tienen delante un reto mayúsculo, remontar la situación de haber roto el suelo electoral del partido. En los grandes retos es donde se templan los políticos con mayúsculas.