Las señoras Tintori, Capriles y López han entregado un importante “marrón” a la Santa Sede, sin que ésta pueda cruzarse de brazos.
Por Jesús Salamanca Alonso / Nicolás Maduro y su Gobierno no han cumplido nada de lo firmado y prometido. Normalmente las dictaduras intentan ganar tiempo cuando se trata de presos políticos y de acusaciones verdaderas que hacen daño cuando son conocidas en el exterior. Ese ha sido el motivo de que se haya roto el diálogo de la oposición venezolana con Nicolás Maduro.
La coalición opositora se ha retirado de la mesa negociadora. El Gobierno de Nicolás Maduro no ha cumplido los acuerdos a los que se comprometió hace un mes, más o menos. Maduro y su gente han acabado por hartar a todos y principalmente al secretario ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Ahora la pelota está en el tejado del Vaticano; tanto el portavoz del Vaticano — monseñor Claudio María Celli— como el Nuncio Apostólico — Aldo Giordano— deben reflexionar en serio y analizar la situación de los 108 presos políticos.
Según se ha podido saber por los medios de comunicación, el secretario de Papa — Cardenal Parolin—remitió una carta confidencial en términos muy duros. Dichos términos hicieron que Diosdado Cabello se cogiera un tremendo cabreo; máxime, al encontrarse Maduro fuera de Venezuela. En dicha carta se instaba a que se solucionara cuanto antes el cumplimiento de lo acordado.
Precisamente, para dar a conocer al mundo el reiterado incumplimiento de Nicolás Maduro y de su Gobierno, la esposa del dirigente Leopoldo López (Lilian Tintori), la esposa de Antonio Ledesma (Mitzy Capriles) y la madre de Leopoldo López (Antonieta de López) se han plantado en la Plaza San Pedro. Se han encadenado frente a la sede del Vaticano, exigiendo la puesta en libertad de los presos políticos. Con ello han entregado un importante “marrón” a la Santa Sede ya que, de mantenerse de brazos cruzados, quedará ante el mundo como un claro desinterés hacia la pacificación de Venezuela. No tiene sentido que el Vaticano siga en la mesa de diálogo entre el Gobierno y la oposición.
En estos últimos días, estoy recibiendo cartas de contactos venezolanos donde me explican minuciosamente la situación que se vive en Venezuela y, particularmente, algunos padres cuyos hijos e hijas –todos ellos estudiantes—permanecen en las cárceles por el mero hecho de haber defendido lo que entienden que son sus derechos. Y lo hicieron mediante una marcha pacífica.
En una de esas cartas que me han llegado, uno de los padres de uno de los muchachos me cuenta que en dicha manifestación, todo su ‘armamento’ eran “la bandera de Venezuela y un pote de agua a la espalda, además de la compañía de su hermana y novia”. No hay duda de que pensar distinto es algo que molesta sobremanera al “régimen criminal” de Venezuela.
Sigo leyendo la carta donde el padre me cuenta que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y “la inexistente Justicia” se ensañaron contra los manifestantes. Trece jóvenes universitarios. No hay duda de que Venezuela no se acostumbra a ese mal vivir. El régimen de Maduro –con la colaboración de energúmenos como Diosdado Cabello—no admite que la juventud pretenda cambiar las cosas y se manifieste contra las diarias injusticias que se dan en el país. Es evidente que los estudiantes son una víctima más.
Resulta estremecedor leer lo que el padre dice a su hijo: “No te rindas mientras no logres ver lo que siempre has querido: un cambio para tu país donde todos los jóvenes como tú puedan cristalizar sus sueños”.
La Justicia venezolana –no entiendo que se llame Justicia a lo que no lo es porque está vendida al poder de Maduro—suele realizar “una de las suyas” cada vez que encarcela a grupos de manifestantes. En esta ocasión dilató el proceso de audiencia de presentación de esos jóvenes. “La ha diferido dos días más –dice uno de los padres que me escriben—manteniéndolos encarcelados para causarlos sufrimiento, tanto a ellos como a sus familias, tal cual hacen con los demás presos políticos que existen en el país”.
Finalmente, leo que el padre –en una clara manifestación de razones—pide que la población deje de ser pasiva. No hay duda de que no es una lucha individual. Esperar a que le toque a cada uno para defenderse es muy peligroso: “Hay que perder el miedo antes que perder el país”.
Guardo casi una docena de cartas de situaciones violentas. Manifestaciones de padres que piden que divulguemos lo que está sucediendo allí, pero –ante todo, y con sumo respeto—nos piden que mantengamos su anonimato y que, si empleamos nombres, sean esos ficticios por la represión en que pueden verse inmersos.
Por nuestra parte vamos a ser fieles a sus peticiones. Doy fe.