Por Xavier Carrió / El twit de Arturo Pérez Reverte sobre la intervención de Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados ha marcado las visitas a Twiter este fin de semana. No tanto por aquello que decía, a lo que estamos acostumbrados, sino por cómo lo decía y sobre todo por la condición de charnego que se arrogaba. El diputado de ERC se confesó charnego. Vive evocando a sus antepasados no por sus méritos o nobles sentimientos –algo que es común y respetable–, lo hace por su origen.
Ayer escuché el discurso de Gabriel Rufián (ERC) en lo de Sánchez. La España que sentó en el Parlamento a ese joven merece irse al carajo.
Que descienda de andaluces y haya transmutado en un belicoso independentista le convierte en un catalán útil para aquellos que viven subrayando la pureza de su origen catalán, en la raíz genética de sus antepasados, en la estúpida creencia de que existen líneas genealógicas privilegiadas. El charnego Rufián no es un charnego cualquiera. Su figura es la de un charnego útil a la causa secesionista. Vamos, aquellos nacionalistas catalanes más radicales, furibundos y aldeanos. Los catalanes que Xabier Arzalluz llamaría del RH.