Por Ignacio Fernández Candela / Poco ha tardado en surgir la polémica desde la muerte de Adolfo Suárez que con oportunismo, rastrero dirían algunos, ya se estaba preparando La gran desmemoria en imprenta con la pretensión de congestionar aún más el espacio institucional con un nada disimulado acoso y derribo permanente contra el Rey: él era el incuestionable “elefante blanco” del intento del golpe de estado de 1981. No hay testigos que desmientan, ergo es el momento de arremeter contra la víctima en indefensión.
Muy a propósito llega el deceso del hombre que posibilitó la libertad en España para que con su marcha se delimite el proceso constitucional, poniendo en duda el valor del artífice de una Transición que facilitó una convivencia de cuatro décadas, siendo la Corona punto de convergencia más allá de los intereses y ambiciones políticas tan dispares como voraces. Oportuna Pilar Urbano, recuerda el vuelo del buitre dispuesto a despedazar aun estando los cuerpos calientes.
Los tiempos han cambiado y lejos del consenso por agradecimiento implícito de cuatro décadas de concordia, los beneficiados de la paz se dirigen hacia la convulsión del desequilibrio radical, tirando desde extremos opuestos para desmembrar al benefactor patrio coronado en 1975. Destruir al sostenedor de nuestra existencia en libertad nos condena al extravío de la esperanza, definitivamente. Nos la estamos buscando en la confrontación, justo contra quienes han evitado que nos enfrentemos entre nosotros, españoles que no pueden dejarnos solos al albur de innúmeros caprichos. La presión contra Juan Carlos I es del mismo cariz cínico que el sufrido por Suárez, cuando encajó el desprecio de cuantos se beneficiaron de su gestión al frente del gobierno de España.
Significativo es que con el deceso del protagonista de la Transición como primer Presidente de la democracia, surja de inmediato un libro que pretende despertar la memoria dormida sobre supuestos acontecimientos históricos que nadie puede desmentir. Sabino Fernández Campo, el Marqués de Mondéjar y el mismo Adolfo Suárez no rebatirán las posibles falacias que serán convertidas en supuestos axiomas mediante el impulso de la animadversión contra un régimen monárquico torpedeado ya en su línea de flotación. Nos arriesgamos a un naufragio de incalibrable consecuencia, obstinados por arremeter contra lo que nos ha mantenido a flote cuarenta años ahora que es más real la percepción generalizada de que todo hace aguas.
Por cierto que el celo por decir lo cuestionable en este libro, podría derivar en la investigación sobre otro 23-F que significó el expolio indubitado de Rumasa para lucro particular de sus miles de beneficiados políticos, financieros, jurídicos etc. Ahí sí que podría decirse que por colarnos un saqueo económico de sinvergüenzas, tras siglas de partidos, después la metieron doblada con un 11-M… y lo que tercie en el futuro.
En España existen alimañas de todo percal que buscando ambiciones personales son capaces de sacrificar el bienestar de la mayoría. No hemos parado de estar a merced de estas rémoras destructivas, mayormente políticas, que se benefician de la coyuntura así provoquen un cataclismo que nos abisme en la incertidumbre. Hasta ahora nos librábamos de males decisivos pero, a estas alturas, de lo democrático hemos aprendido que mordemos la yugular de quienes han propiciado el bienestar que indefectiblemente hemos desintegrado con rencillas particulares y codicias enfrentadas. España no puede estar sola, a merced de sí misma, porque acaba siempre devorándose.
Mi padre estuvo al lado del Rey los primeros veinticinco años constructivos de la democracia, primero como Jefe de Servicios Técnicos en Zarzuela y luego como Jefe de Gobierno de la Casa Real. Él estuvo junto al Rey durante los tensos momentos de la noche del 23-F y fue testigo de la perseverancia en el empeño de Juan Carlos I en contacto con las Capitanías y las conversaciones con Milans del Bosch y otros generales afectos al golpe. Todo el mundo sabía que el General Armada, amigo del Rey, quería personarse en Zarzuela pero ni D. Juan Carlos ni Sabino Fernández Campo permitieron la entrada.
El objetivo fue abortar una intentona golpista con la que peligró el esfuerzo de los españoles por convivir en libertad. Si los momentos fueron tensos también hubo espacio para la reconciliación y el agradecimiento después. Adolfo Suárez siempre fue leal al Rey y amigo, inmersos los dos en momentos históricos que se dirimieron con el consenso que el tiempo demostró sólido tras el noble proceder de quienes tuvieron en sus manos la seguridad de un país que luchó por sus libertades en momentos de dura angustia.
En Zarzuela se conocían bien a cuantos aterrizaban dejando la brisa inequívoca del buitreo en vuelo rasante buscando la mejor carnaza. Pilar Urbano no sería la única receptora de confidencias pero sí la exclusiva manipuladora que las usara para su mejor provecho. Oportunismo acostumbrado de quien espera la indefensión del objetivo, así hincar su largo y curvo pico para desentrañar las vísceras de esta España que tanto debe a un Rey injustamente maltratado por los mismos que luego lo echarán en falta. Tal para cual, Adolfo Suárez y Juan Carlos I son historias paralelas de este país divergente.
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