En 1448, el rey Juan II quitó la villa de Portillo y su fortaleza a don Diego Gómez de Sandoval, conde de Castro, y se la entregó — a modo de donación– a don Álvaro de Luna.
Ya en esa época corrían malos tiempos para el condestable, don Álvaro. Esa donación del rey fue su última dádiva importante. Se estaba haciendo mayor el condestable de Castilla, a la vez que los favores del rey disminuían. En ese mismo año, estando la Corte en Tordesillas, el monarca le instó a que fuera a ver a su familia a Escalona.
No hay duda de que don Álvaro tuvo un gran afecto por la villa de Portillo, pero no le dio suerte. Es sobradamente conocido por nuestra historia que, en el tiempo trascurrido entre la toma de posesión de la villa y su muerte, tanto Portillo como Valladolid incluyeron en su historia el episodio más dramático –y acaso esperpéntico– del siglo XV de la historia de ambos lugares. Nos referimos al ruin ajusticiamiento del posiblemente mejor guerrero, el caballero más fiel a su señor, el mejor político, el mejor gestor y el más acertado diplomático de la primera mitad del siglo reseñado.
El condestable fue herido en el cerco Palenzuela y marchó con el rey a Portillo. Nos extenderíamos en exceso si trajéramos aquí el concierto de la entrevista con el príncipe don Enrique para entregar Toledo a su padre. No lo vamos a hacer en esta ocasión. Tiempo tendremos.
El mismo año de la muerte de don Álvaro su vida no era nada tranquila. El veneno de la política lo llevaba ‘inyectado en vena’, pero también el de la Corte. ¿Cuánto mejor hubiera estado en Escalona con su familia, si hubiera hecho caso al rey un lustro antes? No hay duda de que la luz se apagaba alrededor de don Álvaro, a la vez que crecía la codicia. Una vez más, por esa codicia senil –como dice Luis Calabia—Portillo volverá a ser protagonista.
No está de más aludir aquí a la codicia que también acompañó al rey tras la muerte de don Álvaro. “(…) Y si después de muerto el condestable alguna voluntad se mostró en él fue en codicia de allegar tesoros a lo que se daba con todo deseo, mas no de regir sus reinos ni restaurar ni reparar los daños en ellos venidos”, afirma Fernán Pérez de Guzmán.
El dinero había empezado a cegar a don Álvaro. Tenía dos arcas de monedas de oro y pretendía ponerlas a buen recaudo. Estas dos arcas las tenía depositadas en la iglesia del convento benedictino de Valladolid. Al parecer, su criado (Gonzálo Chacón, comendador de Montiel y leal camarero del condestable) le instó a llevarlas a San Esteban de Gormaz, a lo que se negó don Álvaro. Portillo le parecía mucho más seguro, porque estaba de alcalde, Alonso González de León “e era el padre de un criado del (…) maestre, Francisco de León”. Así lo dice la crónica.
Su propio criado, Gonzalo Chacón, le reprendió:
“—Agora veo, señor, que si acahesçiesse algund siniestro, lo que Dios no plega, vuestra merçed quiere perder el oro e aun la fortaleza; ca el alcayde es muy cobdiçioso, e ynviandole vuestra merçed al hijo no teneréis del otra prende, salvo si querrá usar de su virtud.”
El condestable no dejó sin respuesta la ‘regañina’ de Chacón. No estaba dispuesto a fiarse de nadie, ni siquiera de sus criados. Era consciente de sus limitaciones como hombre: “(…)ca no so Dios para que esté en toda parte.”
El tesoro de las dos arcas de monedas de oro fue llevado a Portillo, pero a juicio del anónimo cronista aquello fue algo así como “encomendar la oveja al lobo”. También fue custodiando las arcas un criado de Gonzálo Chacón, de quien éste se fiaba. Seguramente, la proximidad a Valladolid pudo ser el principal motivo de preferir don Álvaro la fortaleza de Portillo, pues él debía volver a Burgos. Según nos cuenta Calabia, ya no se menciona a don Álvaro en la crónica hasta después de su prisión en Burgos.
Precisamente, estando en prisión el condestable, su hijo, don Juan, subió a la villa de Portillo y accedió a la fortaleza –con indumentaria femenina para no ser reconocido y escapar de las iras del rey y de sus seguidores—para alimentar a los caballos y hablar con el alcaide, con el fin de que le diese dinero y ropa para continuar le viaje.
Don Alonso González de León, señor de Brazuelos, y su hijo Francisco –que sabían de la prisión del Maestre y de la llegada de Juan II — negaron todo tipo de amparo y no accedieron a lo uno ni lo otro. Razón tenía su criado Chacón, comendador de Montiel, cuando instó a don Álvaro a que no llevase las arcas con monedas de oro a Portillo.
Mientras eso sucedía, el rey don Juan marchó inmediatamente a Portillo. Su objetivo era incrementar su fortuna con el expolio que había llevado a cabo en Burgos, en el dinero, joyas y piedras preciosas del condestable. “El maldito adaliz de la cobdiçia” se llevó veintisiete mil doblas, pero las arcas ya estaban muy aligeradas por los González de León.
Una vez Portillo, el rey estuvo en tratos con el alcaide y su hijo, pero en la codicia de estos tenía predominio el dinero sobre el valor, entregaron el castillo a Juan II quien les dio en pago “gran parte de lo que allí tenían, aunque ya ellos lo habían mermado”. Portillo le fue entregado de nuevo al rey, pero ya se sabe que el dinero mal ganado aprovecha poco y los González de León, padre e hijo, “morieron muertes supitañas e sin confessión”. También fallecieron al poco tiempo los otros dos alfonsos desleales, el contador y el secretario (Gonzalo de Oterdesillas y Alonso Pérez de Vivero).
De acuerdo con la referencia que se hace en el programa de fiestas de Portillo del año 1996, en “Don Juan II y los tesoros de D. Álvaro”, el alcaide de Portillo y su hijo mermaron las arcas de don Álvaro desclavando y volviendo a clavar las tablas del fondo de las arcas.
La codicia de Juan II no se quedó ahí, pues acudió a otras fortalezas del condestable para destruir el poderío de éste y arrebatarle sus riquezas; estamos hablando de Arévalo, Maqueda y finalmente Escalona; este último enclave era el refugio de la viuda de don Álvaro de Luna y su hijo (doña Juana Pimentel y don Juan de Luna). Ni doña Juana ni don Juan ofrecieron resistencia, entregando al rey dos tercios del tesoro y todas las joyas que guardaban. La otra tercera parte quedó para la viuda, en tanto que don Juan de Luna se conformó con la concesión de determinada merced. Al parecer, pasados diecinueve días, le fue concedida también en Escalona.
El reparto del tesoro y joyas está fechado en el Real sobre Escalona, a 23 de junio de 1453, y refrendado por el secretario, Fernando Díaz de Toledo, quien otorga la merded indicada el 12 de julio del mismo año. El fechado lo comprobamos en una de las notas del artículo al que venimos haciendo referencia, publicado en el programa de fiestas citado.
Tal y como leemos en “Don Juan II y los tesoros de D. Álvaro”, algún escrito ha llegado a afirmar que Juan II se apoderó de 27.000 doblas en Portillo y de 9.000 en Armedilla, sin contar el dinero y las joyas que llevaba don Álvaro de Luna cuando fue apresado en Burgos. A ello hay que añadir lo guardado en Escalona, donde seguramente estaba su principal tesoro.