Nada descubro al lector si digo que Portillo tiene una larga tradición alfarera. No hay más que ver los datos estadísticos y comprobar que en los años 60 había sesenta y tres alfarerías en la localidad. A ello hay que añadir que decenas de familias vivían de forma colateral de esta actividad. Hoy, en el año 2013, apenas media docena de alfarerías subsisten y la continuidad de la tradición alfarera puede estar en trance de desaparición.
No quiero centrarme en la economía portillana sino en la festividad tradicional del sector alfarero: me refiero a la fiesta y celebración de las santas sevillanas, Justa y Rufina. Bien es verdad que la celebración que se hace en estas fechas, nada tiene que ver con lo que acontecía hace unos años.
El 19 de julio es la festividad de las santas aludidas. Un sector de la población portillana celebraba el acontecimiento: los alfareros del lugar y sus familias. A dicha celebración estaba invitado todo el pueblo, tuviera vinculación con el ámbito de la alfarería, o no.
El día festivo comenzaba con la celebración de un acto religioso. Unas veces lo hacía en solitario el sacerdote de la localidad y otras el acto era concelebrado; no olvidemos que varios sacerdotes de Portillo estaban vinculados al mundo alfarero, por familia y tradición. Recordemos aquí –de forma especial y como ejemplo– a don José Montero González, sacerdote, con familia de alfareros hasta finales de los años sesenta. Precisamente, don José, fue director de la Residencia “Ntra. Sra. de los Desamparados”, en Valladolid. Un centro que en su día perteneció a la Obra de Protección de Menores que, desde hace unas décadas, lleva el nombre de “Residencia Juvenil José Montero” y que está ubicada en el barrio vallisoletano de la Rondilla, en C/ Mirabel, 9. Hoy el centro está transferido a la Junta de Castilla y León.
Pero sigamos con la festividad de los alfareros portillanos. Después del acto litúrgico se celebrara una hermosa procesión en homenaje a las santas andaluzas. Durante el transcurso de la misma se entonaban cánticos en su honor y los asistentes a la procesión –sobre todo los alfareros– se iban turnando para sujetar los brazos de las andas sobre las que se sujetaban las imágenes que protegían al sector alfarero durante todo el año laboral. Quiero resaltar aquí la emoción que me producía oír cantar en la iglesia a mi padrino (Julio Salamanca -”Julito”-) todos los años; han transcurrido años desde su fallecimiento, pero el 19 de julio me parece escucharle –allá a lo lejos– cantando aquello de “la huella de las santas alfareras, sigamos con fervor,…”.
Terminada la procesión, la cofradía invitaba a un refrigerio (conocido tradicionalmente como “refresco“) a todo el pueblo. Y finalizado este momento se ‘discutía’ sobre quién iba a ser el mayordomo de la cofradía el año siguiente. A ese mayordomo le acompañaban varios oficiales; todos ellos, mayordomo y oficiales, eran quienes debían organizar todos los actos del año siguiente y cobrar la cuota de la cofradía.
Hace algunos años se celebraba una verbena popular en honor de las Santas Justa y Rufina, pero poco a poco se fue perdiendo. Hay que recordar que la cofradía fue reduciéndose año tras años, pues la merma fue evidente: unos dejaron el oficio, a otros fue el oficio quien los dejó, otros fallecieron sin continuidad en la alfarería,… La gran empresa también tuvo mucho que ver en los cambios de los últimos treinta años, pues los jóvenes fueron abandonando este oficio artesanal para trabajar en empresas multinacionales, o simplemente nacionales, con un claro futuro que no parecían tener los talleres alfareros, como así se ha demostrado con el transcurso del tiempo.
Aún recuerdo que ese 19 de julio, por la tarde, se celebraba un rosario, donde no faltaban cánticos a las santas alfareras. Era el final del triduo dedicado a ellas e iniciado dos días antes.
Así transcurría la festividad de las santas, Justa y Rufina, cuyo martirio se produjo por no querer renunciar a su fe.