La realidad acabó imponiéndose a la negación de los hechos. Portugal por boca del primer ministro portugués en funciones, José Sócrates, anunció que su país ha solicitado el rescate financiero de la UE. El desencadenante fue que algunos de los principales bancos portugueses se niegan a seguir prestando dinero a su país
En Bruselas ya le han puesto cifras a este programa: 75.000 millones de euros, según admitió el primer ministro luxemburgués y presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, la semana pasada. De esta cantidad, 50.000 millones los asumiría la UE (un 12%, avalado por España) y el resto el FMI.
Hay que tener en cuenta que España mantiene una amplia relación comercial con Portugal a través de bancos y empresas que representan un 6% de nuestras inversiones, lo que momentáneamente va a crear problemas añadidos a todas las empresas españolas allí instaladas.
¿Cómo afectará esto a España? El mercado ya descuenta en gran medida la posibilidad de que Portugal sea rescatado. Pero la deuda española ha mejorado estos días su prima de riesgo, mientras la lusa empeoraba. La asistencia a Portugal, una dirección más clara en su política económica, debería ser asimilada ahora como positiva para España, al eliminar una fuente de incertidumbre. Todo ello bajo la premisa de que Portugal no tiene un problema de solvencia, más bien un problema político interno y de credibilidad del mercado.
Pero existen una serie de coincidencias que pueden hacer pensar que bajo ciertas circunstancias políticas una situación parecida pudiera desencadenarse aquí. Se trata de la inestabilidad política generada por el anuncio de Zapatero de no volver a presentarse a la presidencia con la consiguiente paralización del ejecutivo hasta que una serie de incógnitas sean despejadas, bien por los resultados de las próximas elecciones municipales de mayo o por un cambio de gobierno a través de elecciones anticipadas que cambiaran el color de este Gobierno.
En España no deberíamos preocuparnos en principio por los acontecimientos de Portugal; mejor apuntalar la recientemente ganada confianza de los mercados a través de políticas que permitan combinar el ajuste fiscal con aumento del crecimiento potencial. España necesita crecer, como prioridad. Y a esto no se están poniendo las bases actualmente.
A la concentración de las cajas le están saliendo agujeros por todas partes, la reforma laboral ha resultado ser un fracaso, el paro sigue creciendo a razón de más de 1000 personas diarias y muchas Comunidades Autónomas no están por la labor de reducir su déficit, por lo que aún hay mucho trabajo pendiente por realizar y todos, Gobierno y Oposición, están ahora enzarzados en la pelea por la próxima campaña electoral.