Parece que Cataluña respira, después de haber estado secuestrada por el galimatías que representan los grupos del denominado tripartito. Ganó CIU, como era de esperar, y ahora deberá gobernar en coalición o con pactos puntuales. Corresponde, pues, tomar la iniciativa a este partido para devolver a Cataluña la dignidad, seriedad y rigor que le usurparon los partidos de chirigota, dulzaina y esperpento. El tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio. Y esta vez no ha sido menos.
Con una mayoría de 62 escaños se puede gobernar con desahogo y tranquilidad. El problema inicial es que tanto el Ayuntamiento de Barcelona como la Generalidad catalana están arruinados, tras los desvaríos inapropiados cometidos por la indignidad de los tres partidos que se tomaron a broma la comunidad de Cataluña.
Tal vez lo más triste de los resultados es que de nuevo el esperpento volverá a tener representación en el parlamento; nos referimos a la rácana y aprovechada opción que representa el ex presidente futbolero del Barcelona, así como los restos de enjambre de avispa que quedan en ERC. Un partido cuyo desastre –previsible y merecido—es un alto beneficio para España y para la comunidad catalana. Hasta los votantes de ERC se han hartado del ridículo diario de esta siniestra estrangulada. Pasar de 21 a 10 escaños es para echarse a reír y, a la vez, para pensar que aún queda gente capaz de reconducir vulgares y adocenadas situaciones como muchas de las protagonizadas por los señores Rovira y Puigcercós, más cerca de lo circense que de la ética y la seriedad.
Hablar del descalabro del PSC es hablar de la correa de transmisión del PSOE. El socialismo catalán era más de lo mismo y, por lo visto, la ciudadanía ya no se cree más mentiras, apaños y exabruptos en política. Precisamente con Celestino Corbacho en la lista no se podía esperar otro resultado. Si alargó considerablemente las colas del paro en España, era de esperar que también lo hiciera en Cataluña. Los 28 diputados obtenidos, frente a los 37 que obtuvo en las pasadas elecciones, es una bofetada integral y en toda regla. También supone el reflejo de una política plena de desilusión ciudadana, tanto en el plano económico como en el político. Y, como no podía ser de otra forma, Montilla se ha convertido en el primer muñeco arrastrado por la corriente conservadora catalana.
No estoy muy seguro si esos resultados se pueden extrapolar al resto de España en las próximas elecciones y en lo que se refiere al triunfo de una opción conservado. La situación no es la misma, a pesar del daño que el socialismo ha hecho en estos últimos seis años que, unido al desprecio a la ciudadanía y a la mentira reiterada, son avales suficientes para arrojar por el ‘taigeto’ de la política a tanto incompetente y aprovechado. Sí sería deseable, por el bien de España y el renacer de la ilusión ciudadana, que el socialismo sufriera un fuerte y duro correctivo en las elecciones autonómicas y municipales y, posteriormente, en las nacionales.
Posiblemente sea el momento de no aguantar a más ‘vendeburras’ como Rodríguez Zapatero. Éste debería reflexionar y organizar su salida antes de que los ciudadanos le saquen de Moncloa con un alargado puntapié y con todo el desprecio que se ha granjeado. Un desprecio que empezó por el desprecio a la bandera de una gran nación como es EE.UU., continuó por la acumulación de millones y desamparo de los parados y terminó por la ruina-quiebra a la que ha conducido a España.
¿Pesimismo? Pues no. Sencillamente, no. Ya saben que muchas veces un pesimista es un optimista con información suficiente, acertada y contrastada.